sábado, 7 de abril de 2012

PRESTAR ATENCIÓN


Suele ocurrir que con frecuencia me pierdo detalles de alguna conversación. Sea por mi hipoacusia, sea por distraído o porque esté pensando en alguna otra cosa.
Es una sensación muy fea darse cuenta que hemos perdido el hilo, pero es todavía peor cuando nos encontramos desprevenidos ante una situación a la que debimos haber prestado atención en su momento.
Y cuando las circunstancias nos golpean en la cara, nos preguntamos: ¿cómo pudo pasar esto...?
En la última reunión de Jesús con sus discípulos sucedió algo similar. El relato de las Escrituras menciona que en cierto momento de la última cena “Jesús se conmovió en espíritu, y declaró y dijo: De cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar. Entonces los discípulos se miraban unos a otros, dudando de quién hablaba. Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús. A éste, pues, hizo señas Simón Pedro, para que preguntase quién era aquel de quien hablaba. El entonces, recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo: Señor, ¿quién es? Respondió Jesús: A quien yo diere el pan mojado, aquél es. Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de Simón. Y después del bocado, Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo: Lo que vas a hacer, hazlo más pronto”. Juan 13:22-27
Los siguientes comentarios que agrego arrojan luz sobre aquel momento crucial:
“Aun entonces los discípulos no sospecharon de Judas. Pero vieron que Cristo parecía muy afligido. Una nube se posó sobre todos ellos, un presentimiento de alguna terrible calamidad cuya naturaleza no comprendían. Mientras comían en silencio, Jesús dijo: “De cierto os digo, que uno de vosotros me ha de entregar.” Al oír estas palabras, el asombro y la consternación se apoderaron de ellos. No podían comprender cómo cualquiera de ellos pudiese traicionar a su divino Maestro. ¿Por qué causa podría traicionarle? ¿Y ante quién? ¿En el corazón de quién podría nacer tal designio? ¡Por cierto que no sería en el de ninguno de los doce favorecidos, que, sobre todos los demás, habían tenido el privilegio de oír sus enseñanzas, que habían compartido su admirable amor, y hacia quienes había manifestado tan grande consideración al ponerlos en íntima comunión con él!” {DTG pag. 610}
En un ambiente tenso y cargado de expectativa, los discípulos -uno tras otro-, le habían preguntado al Señor “¿soy yo?”. Fue entonces Juan el encargado de hacer más directo el interrogante: 
- “Señor, ¿quién es?"
 Lo llamativo es que, ante la pregunta, Jesús dio una señal directa que fue pasada por alto por todos los presentes. Tomó pan, lo mojó y se lo ofreció al traidor. Judas comió lo que el Señor le ofreció sin mostrar emoción alguna. Luego salió para entrar definitivamente en la noche de la perdición. “Hasta que hubo dado este paso, Judas no había traspasado la posibilidad de arrepentirse. Pero cuando abandonó la presencia de su Señor y de sus condiscípulos, había hecho la decisión final. Había cruzado el límite”. {DTG 611}
¿Es que ninguno prestó atención a sus palabras?
En reiteradas ocasiones el Salvador les había advertido de su arresto, tormento y muerte, pero sus oídos parecían cerrados a estas palabras, su mente parecía rechazar todo pensamiento de esa naturaleza. 
Es que sus intereses y esperanzas estaban en otra parte.
¿Podría estar pasándonos lo mismo a nosotros? 
¿Habrá también algo que nuble nuestra comprensión de los sucesos actuales?
Debemos considerar lo que sucedió aquella noche y aprovechar las lecciones de las Escrituras para que no caigamos en el mismo error.
Pero aún hay otro elemento que impide que prestemos la debida atención. Se encuentra en la continuación del relato: “Le dijo Simón Pedro: Señor, ¿a dónde vas? Jesús le respondió: A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás después. Le dijo Pedro: Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? Mi vida pondré por ti. Jesús le respondió: ¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces”. Juan 13:36-38
¡Pobre Pedro! Tenía tanta confianza en sí mismo que se creyó capaz de soportar la presión de los acontecimientos que vendrían. La presunción adormeció al apóstol en una falsa seguridad. Creyó que su amor por Cristo era tan fuerte que no podría caer, y así despreció la advertencia de su Maestro. Su despertar fue terriblemente doloroso; se encontró negando a su Señor y tuvo que derramar amargas lágrimas.
Y no carguemos las tintas con Pedro, pues los demás discípulos compartieron la misma suerte; el arresto de Jesús los tomó desprevenidos y salieron corriendo a esconderse.
La distracción y la auto confianza son dos de los factores que impiden que prestemos atención. Ambas tienen su origen en nuestro yo orgulloso y egoísta, que nos lleva a centrarnos en nosotros mismos y a confiar desmedidamente en nuestra fuerza y capacidad. 
Necesitamos orar y vigilar nuestros pasos para que el Espíritu nos ayude a mantenernos sumisos y atentos a toda indicación divina.
 “Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra”. Isaías 66:2
¿Prestarás atención?