viernes, 18 de marzo de 2011

DESCONFIANZA 1

“Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová el Señor está la fortaleza de los siglos”. (Isaías 26:4)
La Biblia es fuente de inspiración permanente y tiene verdades claramente expresadas; así también, contiene pasajes difíciles de entender. Pero es en ellos precisamente en donde encontramos las lecciones más valiosas para nuestro caminar diario con el Señor.
Veamos la siguiente historia, que puso fin al reinado del rey Joram:
“Mató entonces Jehú a todos los que habían quedado de la casa de Acab en Jezreel, a todos sus príncipes, a todos sus familiares, y a sus sacerdotes, hasta que no quedó ninguno. Yéndose luego de allí, se encontró con Jonadab hijo de Recab; y después que lo hubo saludado, le dijo: ¿Es recto tu corazón, como el mío es recto con el tuyo? Y Jonadab dijo: Lo es. Pues que lo es, dame la mano. Y él le dio la mano. Luego lo hizo subir consigo en el carro, y le dijo: Ven conmigo, y verás mi celo por Jehová. Lo pusieron, pues, en su carro. Y luego que Jehú hubo llegado a Samaria, mató a todos los que habían quedado de Acab en Samaria, hasta exterminarlos, conforme a la palabra de Jehová, que había hablado por Elías”. (2ª Reyes 10:11, 15-17)
¿Por qué llamó Dios a un hombre como este para que sea el ejecutor de sus juicios?
¿Qué lecciones podemos extraer de semejantes matanzas?
Recordemos que Jehú fue ungido por el profeta Eliseo para acabar con el resto de la dinastía de Acab y Jezabel. Un hombre común fue llamado a ser instrumento divino y advertido acerca de la importancia de su misión.
Podría figurar en la historia sagrada que Jehú se mantuvo humilde y desconfiado de sí mismo mientras cumplía su misión, pero tristemente no fue así. Él creyó que su corazón era recto por el solo hecho de estar haciendo una gran obra para Dios. 
Pensó que su llamamiento avalaba sus acciones sean las que fuesen.
Cuando el Señor llama a una persona a desempeñar un ministerio, esto lo convierte en un recipiente de su gracia,  un instrumento santo. Al llamarnos y capacitarnos para una tarea, espera de nosotros que la cumplamos con celo proporcional a la grandeza de nuestro cometido. 
Pero la habilitación del Espíritu Santo no convive jamás con la autosuficiencia humana y Jehú no puso su confianza en Dios, sino en sí mismo.
Encontrándose con un siervo de Dios, exhibió una terrible suficiencia propia al decir “Ven conmigo, y verás mi celo por Jehová”.
Que estemos en la verdad, que respondamos a un llamamiento santo dado por Dios mismo, no nos autoriza para hacer las cosas de acuerdo a nuestro criterio o voluntad. Por el contrario, cuando actuamos por nuestra cuenta, terminamos haciendo más mal que bien.
Tampoco, en ninguna etapa de nuestra experiencia cristiana podremos estar seguros de que estamos haciendo lo correcto, a menos que dejemos de confiar en nuestras capacidades y dependamos por entero del Señor.
Al tiempo en que hacemos todo lo que está en nuestras manos para hacer avanzar la obra de Dios, nuestro deber es reconocer que todo triunfo le pertenece al Señor. Necesitamos mantenernos humildes y sumisos ante el Todopoderoso, sabiendo que solo somos sus colaboradores y que la honra le pertenece a él.
Desconfiemos en primer lugar de nosotros mismos. 
No de nuestro llamado, ni de que podamos hacer la obra del Señor. No estoy diciendo que vivamos y actuemos como timoratos, con inseguridad y falta de confianza. 
No, de ninguna manera, pues somos agentes del Dios de los Ejércitos y debemos hablar como quienes tienen plena confianza en su poder.
Desconfiemos sí, de que en cualquier momento, caigamos en la tentación de soltarnos de su mano poderosa para actuar con la debilidad del brazo carnal.
Nuestra confianza se debe basar, tal como lo dice el texto de arriba, en Aquel que es “la fortaleza de los siglos” y puede sostenernos siempre.
Me encantó el consejo de esta cita y a todos nos viene bien: “Acuda a El tal como es, y póngase en sus manos. Crea que El lo acepta tal como ha prometido. No trate de hacer algo importante que lo recomiende a Dios, sino confíe en El ahora, en este momento. Rompa las cadenas de la duda y desconfianza con las que Satanás quisiera atarlo al castillo de la duda. Acuda con fe humilde a Aquel que nunca dijo a los necesitados y sufrientes: "Buscan mi rostro en vano". Sabemos que somos pecadores, que a menudo nos equivocamos y que frecuentemente somos vencidos en las tentaciones, pero esto no debiera conducirnos en nuestra gran necesidad a apartamos del Único que puede ayudarnos y salvarnos del poder de Satanás”. Alza tus Ojos Página 326
¿Tienes  celo por Dios?
Muéstralo desconfiando de tí mismo, y poniendo por completo tu confianza en el poder de Jesús.