domingo, 3 de mayo de 2009

CONTIENDAS

A fines de la Segunda Guerra Mundial, los alemanes idearon un plan para detener el avance aliado. Comandos disfrazados con uniformes y jeeps norteamericanos fueron introducidos tras las líneas del frente, para confundir con contraórdenes y falsa información a los aliados.
La estrategia era brillante, y los infiltrados eran indistinguibles de los verdaderos, porque conocían al dedillo el idioma, las costumbres y la cultura de sus enemigos. Sin embargo un pequeño detalle hizo fracasar la operación que de otro modo les hubiera causado grandes dolores de cabeza al ejército invasor: el número de soldados que podían ir en los vehículos.
¿Pasa lo mismo entre los cristianos? ¿Hay infiltrados en nuestras filas?
Lamentablemente sí. El Diablo introduce cuando puede en la iglesia a sus agentes humanos con el fin de confundir y retrasar la marcha del pueblo de Dios.
Estos no se distinguen fácilmente de los verdaderos cristianos como la cizaña no se distingue del trigo al principio, pero sus motivos y acciones opuestas al plan del Señor se hacen manifiestos tarde o temprano. Los efectos de su accionar y de sus palabras corrompen a muchos y manchan los registros de la historia de la iglesia militante.
Notemos el siguiente ejemplo de la Biblia:
"Coré hijo de Izhar, hijo de Coat, hijo de Leví, y Datán y Abiram hijos de Eliab, y On hijo de Pelet, de los hijos de Rubén, tomaron gente, y se levantaron contra Moisés con doscientos cincuenta varones de los hijos de Israel, príncipes de la congregación, de los del consejo, varones de renombre. Y se juntaron contra Moisés y Aarón y les dijeron: !Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está Jehová; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?"
Números 16 1-3
¡Qué precio hubo que pagar por esas palabras!
En la mente de los profanos Coré, Datán On y Abiram, ellos y el pueblo eran santos y merecían el liderazgo. Suponían que tenían ideas más claras que Moisés y Aarón sobre lo que debía hacerse. Como si fuera poco, pretendían el sacerdocio.
Pero sus mismas palabras de rebeldía, celos y descontento los inhabilitaban para toda función espiritual. No advirtieron que el espíritu que los movía era el de Satanás.
Primero 250 hombres con sus familias y seguidamente miles más que quedaron tendidos en el tórrido desierto fueron el costo de la revuelta.
Su espíritu maduró en la rebelión de Cades, haciendo que toda una generación perdiera el derecho a entrar en Canaán y lo que es peor, a la vida eterna.
El libro de Judas nos advierte de los efectos funestos de imitar la actitud de incrédula rebelión de Coré y sus aliados.
"Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo. !Ay de ellos! porque... perecieron en la contradicción de Coré". Judas 3,4,11
Hay sin embargo una gran diferencia entre contender por la fe y contender entre nosotros por el poder, el prestigio, las opiniones o las doctrinas. La primera es una lucha espiritual conducida por el Espíritu y la segunda surge del yo y es carnal, dañina y mortal.
Todo desacuerdo entre nosotros debe ser enfrentado con misericordia, tolerancia, paciencia y sincero deseo de ver progresar la obra de Dios.
No debemos dejar espacio a las contiendas, aunque seguramente vendrán.
Las desavenencias deben zanjarse con amor, buscando con humildad la dirección divina.
Más que nada debemos clamar por la unidad en el Espíritu, sosteniéndola con firme resolución.
La verdad se defiende, no por la fuerza de los argumentos, sino exponiéndola afirmativamente y con claridad, al presentarla engarzada en la belleza del carácter amante de Cristo.
No tenemos que apagar el pábilo humeante ni quebrar la caña cascada. Ni somos nosotros los indicados para separar la cizaña del trigo. No podemos distinguir entre Pedros y Judas.
Esa obra le corresponde al que pesa los corazones.
No debe haber nada de nosotros en la defensa de lo que creemos.
Nuestra tarea consiste más bien en estar muy seguros de en quién y a quién hemos creído. Tenemos que examinarnos a nosotros mismos si estamos en la fe.
Recordemos: "Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. " 1º Juan 5:4
¿Estás tan firme en tu fe como para contender victoriosamente?