“Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. Juan 8:11
El
relato de la mujer sorprendida en adulterio siempre ha dado mucha tela
para cortar. Por un lado están aquellos que ven en la actitud de Cristo
una excusa para pasar por alto cualquier pecado; por el otro los que
advierten que el Señor condenó los pecados ocultos de los fariseos por
sobre los pecados manifiestos. Me parece más bien que esta es una
historia sobre el triunfo de la gracia divina.
La clave del asunto está en la declaración que se halla al final del incidente:“Otra
vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me
sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (vs. 12).
Así
pues, los que siguen a Jesús andan en la luz, los que no, están en
tinieblas. No se trata aquí de pasar por alto este o aquel pecado, sino
de si seguimos o no al Salvador.
Veamos el relato, para que hable por sí mismo: “Entonces
los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en
adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha
sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó
Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Mas esto decían
tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo,
escribía en tierra con el dedo. Y como insistieran en preguntarle, se
enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero
en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el
suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados
por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos
hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio.
Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo:
Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo:
Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no
peques más”. Juan 8:3-11
Podemos ver en esta sencilla pero vibrante historia acusados, absueltos y condenados.
- Dos acusados; la mujer y Cristo mismo.
- Todos los acusadores se encontraron condenados por sus propias conciencias.
- Ninguno fue condenado al marcharse estos.
- La mujer pecadora fue absuelta por Jesús.
Quisiera resaltar tres asuntos que se evidencian en el relato:
1-
El espíritu de condenación es diabólico. Estos hombres presumían
justicia cuando eran tanto o más pecadores que la mujer. Una conducta
tal no debiera existir entre los que se llaman cristianos.
2-
Querían que se cumpla la ley violando la ley. Su demanda ignoraba que
para probar adulterio les faltaba la parte masculina ¿Y el adúltero,
dónde estaba? La ley que esgrimían citaba que: “Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos”. Levítico 20:10 (ver también Deuteronomio 22:22-24).
3-
Falta de misericordia. El elemento vital de la misión del Señor en esta
tierra fue la misericordia, porque era la característica divina que más
se había perdido de vista. Jesús podría solamente haber predicado y
enseñado, pero sus obras de sanidad, sus palabras de consuelo al débil y
marginado, sus atenciones hacia los hambrientos, los niños y los
desposeídos mostraban con luz brillante el carácter de amor de su Padre.
Como
cada vez que se enfrentaba a personas que presumían justicia sin
tenerla o despreciaban lo espiritual, el Señor no contestó sus demandas.
Solamente escribió en tierra con su dedo, y fue suficiente para que los
condenadores se retiraran uno tras otro con el mismo terror que
experimentó Belsasar ante la mano divina que escribía en la pared de su
palacio en Babilonia (Ver Daniel 5:5,6)
¿Qué escribiría Jesús de nosotros si tuviera que hacerlo?
¡Qué bueno sería que hiciéramos lo mismo ante los chismes, la murmuración y las acusaciones sin fundamento!
Rápidamente
veríamos apartarse a las personas faltas de misericordia y de amor por
las almas que hay en nuestras congregaciones, y se caerían montañas de
problemas que hoy impiden el avance de la iglesia.
Donde
los dirigentes judíos veían condenación, Jesús veía almas que salvar.
Donde los escribas y fariseos encontraban una oportunidad para dejar mal
al Señor, Cristo encontraba un espacio para desplegar la magnífica obra
de su gracia.
De la multitud de acusadores bajo condenación, pasamos sin interrupción al casi vacío escenario de un diálogo privado entre la mujer y Jesús.
Él dirige entonces a la mujer tres breves frases, que fueron bálsamo para su alma y otorgaron un nuevo sentido a su vida:
1- ¿Dónde están los que te acusaban?
2- ¿Ninguno te condenó?
3- Vete y no peques más
“¿Quién
acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.¿Quién es el
que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó,
el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por
nosotros” Romanos 8:33,34.
Estas
son las palabras que el mundo necesita escuchar. Sus seguidores no deben pronunciar palabras duras,
acusaciones y reproches, sino palabras de absolución, de liberación y
vida eterna. Palabras que den esperanza, que cambien vidas y sean un
testimonio viviente de Su ilimitado poder para salvar.
Anunciemos hoy las buenas nuevas de Aquel que nació en un pesebre y murió en una cruz para librarnos de condenación. Entonces haremos realidad sus palabras: “De
cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me
envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de
muerte a vida.” (Juan 5:24)
Feliz Navidad.
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