“No
tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto
delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios,
si quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón.” Hechos 8:21,22
Estas
terribles palabras fueron dirigidas a Simón el mago. Había creído en el
evangelio durante las labores de Felipe en Samaria y se unió a los
discípulos, pero sin haber abandonado del todo su antigua manera de
pensar. Cuando vio que el Espíritu descendía sobre aquellos a quienes
los apóstoles les imponían las manos, ofreció dinero para tener también
ese don. El deseo de lucrar con los bienes espirituales se llama por eso
“simonía”.
Siempre
hubo y siempre habrá personas como Simón. Ven las ventajas de
pertenecer al pueblo elegido, pero su mente todavía continúa en la
corriente de las cosas terrenales. Quieren los privilegios ofrecidos a
los hijos de Dios, pero no comparten su celo por la verdad, su
abnegación y su sacrificio. Son rápidos, eso sí, para medir todo con su
propia vara; pero desconocen por completo la misericordia y el amor que
sustentan la conducta cristiana.
Hace
pocos días me comenzaron a llegar mensajes que decían en letras
mayúsculas: “LA NAVIDAD ES SATÁNICA”. Provenían de fuentes cristianas,
que bien o mal intencionadas, intentaban convencerme mediante “datos
historicos” de dudosa comprobación, que celebrar navidad es caer en el
paganismo y la apostasía.
No
me quedan dudas de que la manera en que el mundo festeja hoy esa fecha
no tiene nada que ver con el magno acontecimiento de Belén. No importa
si es la fecha correcta o no; si colocamos un árbol de navidad o no. El
espíritu festivo, egoísta y derrochador que predomina en esas ocasiones
está bien lejos de lo que significó el milagro de la encarnación. El
lujo, la intemperancia y la borrachera jamás serán formas adecuadas de
honrar al Señor.
En este sentido, la navidad es hoy más pagana que lo que pudo haber sido en el pasado.
Pero
la actitud condenatoria que despliegan y la manera dura y violenta de
considerar a quienes difieren de sus pensamientos descalifica a los
autores de tales artículos. Flaco favor le hacen a la fe que dicen
defender; puesto que cuando actúan de esa forma resultan peores que los
paganos.
Cuestiones
de este estilo son frecuentes hoy en las publicaciones cristianas y en
páginas de Internet, causando gran daño, e inspirando menosprecio hacia
nuestra fe.
¿Qué debemos hacer en estos casos?
Comparto con mis lectores este pensamiento: “El
mundo no tiene derecho a dudar de la verdad del cristianismo porque en
la iglesia haya miembros indignos, ni debieran los cristianos
descorazonarse a causa de esos falsos hermanos. ¿Qué ocurrió en la
iglesia primitiva? Ananías y Safira se unieron con los discípulos. Simón
el mago fue bautizado... Judas Iscariote figuró entre los apóstoles. El
Redentor no quiere perder un alma; su trato con Judas fue registrado
para mostrar su larga paciencia con la perversa naturaleza humana; y nos
ordena que seamos indulgentes como él lo fue” (Palabras de Vida del Gran Maestro, págs. 57, 58).
Ser indulgentes, pues, es nuestro deber.
Indulgentes
con las almas débiles, con los que recién están dando sus primeros
pasos en la fe, con los que tambalean o se hallan en peligro de caer. No
tenemos que desanimar a nadie, no nos toca ser jueces sino sanadores
del que se descarría; no debemos apagar la llamita que vacila ni quebrar
la caña cascada.
El Señor nos pedirá cuentas de nuestro trato con los débiles. Recordemos eso.
Sin
embargo, esto no significa que debamos aprobar todo cuanto que se hace.
Nuestra voz debe alzarse, con toda mesura y equilibrio, en favor de la
verdad. La tolerancia no es debilidad; el amor no es impotencia, la
misericordia no es flojedad.
Hay
en la iglesia de Dios falsos hermanos, instrumentos del enemigo, que se
han infiltrado para causar división, contiendas y malas sospechas. Hay
quienes trabajan para rebajar cada vez más la norma de piedad que revela
el evangelio, ante los tales no debemos callar.
Ya
en los tiempos apostólicos hubo perversos y apóstatas ¿Qué no
debiéramos esperar para el tiempo peligroso en que estamos viviendo?
La inspiración utiliza un durísimo lenguaje -que yo no me animaría a usar- para describir a este tipo de personas:
“Porque
algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían
sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten
en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único
soberano, y a nuestro Señor Jesucristo... De la misma manera también
estos soñadores mancillan la carne, rechazan la autoridad y blasfeman de
las potestades superiores... Blasfeman de cuantas cosas no conocen; y
en las que por naturaleza conocen, se corrompen como animales
irracionales... Son manchas en vuestros ágapes, que comiendo
impúdicamente con vosotros se apacientan a sí mismos; nubes sin agua,
llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto,
dos veces muertos y desarraigados; fieras ondas del mar, que espuman su
propia vergüenza; estrellas errantes, para las cuales está reservada
eternamente la oscuridad de las tinieblas.... Estos son murmuradores,
querellosos, que andan según sus propios deseos, cuya boca habla cosas
infladas, adulando a las personas para sacar provecho” Judas 4,8,10,12,13,16.
¡Es cosa terrible participar de ese espíritu!
La Biblia también nos dice:”Recuérdales
esto, exhortándoles delante del Señor a que no contiendan sobre
palabras, lo cual para nada aprovecha, sino que es para perdición de los
oyentes. Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como
obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de
verdad... Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino
amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre
corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se
arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en
que están cautivos a voluntad de él”. 2ª Timoteo 2:14,15; 24-26
No olvidemos el consejo del Señor para que no seamos hallados peores que los paganos.
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