miércoles, 21 de diciembre de 2011

PEORES QUE LOS PAGANOS

“No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón.” Hechos 8:21,22
Estas terribles palabras fueron dirigidas a Simón el mago. Había creído en el evangelio durante las labores de Felipe en Samaria y se unió a los discípulos, pero sin haber abandonado del todo su antigua manera de pensar. Cuando vio que el Espíritu descendía sobre aquellos a quienes los apóstoles les imponían las manos, ofreció dinero para tener también ese don. El deseo de lucrar con los bienes espirituales se llama por eso “simonía”.
Siempre hubo y siempre habrá personas como Simón. Ven las ventajas de pertenecer al pueblo elegido, pero su mente todavía continúa en la corriente de las cosas terrenales. Quieren los privilegios ofrecidos a los hijos de Dios, pero no comparten su celo por la verdad, su abnegación y su sacrificio. Son rápidos, eso sí, para medir todo con su propia vara; pero desconocen por completo la misericordia y el amor que sustentan la conducta cristiana.
Hace pocos días me comenzaron a llegar mensajes que decían en letras mayúsculas: “LA NAVIDAD ES SATÁNICA”. Provenían de fuentes cristianas, que bien o mal intencionadas, intentaban convencerme mediante “datos historicos” de dudosa comprobación, que celebrar navidad es caer en el paganismo y la apostasía.
No me quedan dudas de que la manera en que el mundo festeja hoy esa fecha no tiene nada que ver con el magno acontecimiento de Belén. No importa si es la fecha correcta o no; si colocamos un árbol de navidad o no. El espíritu festivo, egoísta y derrochador que predomina en esas ocasiones está bien lejos de lo que significó el milagro de la encarnación. El lujo, la intemperancia y la borrachera jamás serán formas adecuadas de honrar al Señor.
En este sentido, la navidad es hoy más pagana que lo que pudo haber sido en el pasado.
Pero la actitud condenatoria que despliegan y la manera dura y violenta de considerar a quienes difieren de sus pensamientos descalifica a los autores de tales artículos. Flaco favor le hacen a la fe que dicen defender; puesto que cuando actúan de esa forma resultan peores que los paganos.
Cuestiones de este estilo son frecuentes hoy en las publicaciones cristianas y en páginas de Internet, causando gran daño, e inspirando menosprecio hacia nuestra fe.
¿Qué debemos hacer en estos casos?
Comparto con mis lectores este pensamiento: “El mundo no tiene derecho a dudar de la verdad del cristianismo porque en la iglesia haya miembros indignos, ni debieran los cristianos descorazonarse a causa de esos falsos hermanos. ¿Qué ocurrió en la iglesia primitiva? Ananías y Safira se unieron con los discípulos. Simón el mago fue bautizado... Judas Iscariote figuró entre los apóstoles. El Redentor no quiere perder un alma; su trato con Judas fue registrado para mostrar su larga paciencia con la perversa naturaleza humana; y nos ordena que seamos indulgentes como él lo fue” (Palabras de Vida del Gran Maestro, págs. 57, 58).
Ser indulgentes, pues, es nuestro deber.
Indulgentes con las almas débiles, con los que recién están dando sus primeros pasos en la fe, con los que tambalean o se hallan en peligro de caer. No tenemos que desanimar a nadie, no nos toca ser jueces sino sanadores del que se descarría; no debemos apagar la llamita que vacila ni quebrar la caña cascada.
El Señor nos pedirá cuentas de nuestro trato con los débiles. Recordemos eso.
Sin embargo, esto no significa que debamos aprobar todo cuanto que se hace. Nuestra voz debe alzarse, con toda mesura y equilibrio, en favor de la verdad. La tolerancia no es debilidad; el amor no es impotencia, la misericordia no es flojedad.
Hay en la iglesia de Dios falsos hermanos, instrumentos del enemigo, que se han infiltrado para causar división, contiendas y malas sospechas. Hay quienes trabajan para rebajar cada vez más la norma de piedad que revela el evangelio, ante los tales no debemos callar.
Ya en los tiempos apostólicos hubo perversos y apóstatas ¿Qué no debiéramos esperar para el tiempo peligroso en que estamos viviendo?
La inspiración utiliza un durísimo lenguaje -que yo no me animaría a usar- para describir a este tipo de personas:  
“Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo... De la misma manera también estos soñadores mancillan la carne, rechazan la autoridad y blasfeman de las potestades superiores... Blasfeman de cuantas cosas no conocen; y en las que por naturaleza conocen, se corrompen como animales irracionales... Son manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdicamente con vosotros se apacientan a sí mismos; nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados; fieras ondas del mar, que espuman su propia vergüenza; estrellas errantes, para las cuales está reservada eternamente la oscuridad de las tinieblas.... Estos son murmuradores, querellosos, que andan según sus propios deseos, cuya boca habla cosas infladas, adulando a las personas para sacar provecho” Judas 4,8,10,12,13,16.
¡Es cosa terrible participar de ese espíritu!
La Biblia también nos dice:”Recuérdales esto, exhortándoles delante del Señor a que no contiendan sobre palabras, lo cual para nada aprovecha, sino que es para perdición de los oyentes. Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad... Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él”. 2ª Timoteo 2:14,15; 24-26
No olvidemos el consejo del Señor para que no seamos hallados peores que los paganos.

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