“Y  recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y  predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda  dolencia en el pueblo” Mateo 4:23 
La  triple misión de Cristo se revela en este pasaje. Había venido a este  mundo para ser su Salvador; pero no se conformaba con eso. Su amoroso  corazón no toleraba ver la miseria en que sus criaturas se hallaban  sumidas, y por estos tres medios procuraba alcanzarlos, elevarlos y  bendecirlos. 
Enseñarles  a llevar una vida mejor consigo mismos, para con los demás y con Dios;  predicar las buenas nuevas de salvación, eran su manera de despertar las  energías del alma, del cuerpo y la mente a las realidades celestiales. 
Sus  sencillas pero profundas enseñanzas, sus admirables sermones, llegan  hoy a nosotros con poder no disminuido por el paso de los siglos. Hay también  un enorme poder en sus preciosas parábolas y sus claras instrucciones.  Deberíamos guardarlas profundamente en el corazón y aplicarlas en la  vida diaria 
¡Qué diferente sería nuestra sociedad si sus palabras se enseñaran hoy en cada hogar y en cada escuela!
Pero  los milagros de sanidad tenían un objetivo diferente. Iban más allá de  restaurar la salud del cuerpo. Tenían el propósito de revelar el  carácter amoroso del Padre Celestial a quien representaba; despertar la  fe y  la gratitud hacia Dios. Sanaba además para mostrarse como el  divino Portador de nuestras cargas, “para  que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo  tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias”. Mateo 8:17
Así  los milagros de sanidad revelaban el propósito restaurador de Dios, su  ferviente anhelo de que su imagen vuelva a ser implantada en el alma. El  ser humano pecador, caído y presa de todo vicio podía ver en ellos un  anticipo del cielo, en el cual todo es salud, belleza y perfección.
“Jesús dijo, describiendo su misión terrenal: Jehová "me  ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres; me a enviado para  proclamar a los cautivos, y a los ciegos recobro la vista para poner en  libertad a los oprimidos".  (Lucas 4: 18), esta era su obra. Pasó haciendo bien y sanando a todos  los oprimidos de Satanás. Había aldeas enteras donde no se oía un gemido  de dolor en casa alguna, porque él había pasado por ellas y sanado a  todos sus enfermos. Su obra demostraba su divina unción. En cada acto de  su vida revelaba amor, misericordia y compasión; su corazón rebosaba de  tierna simpatía por los hijos de los hombres”. El Camino a Cristo pag. 12
¡Qué  diferente era su obra de la de algunos de los “sanadores” modernos que  hacen alarde de tener el poder de Dios para sanar, y van prometiendo a  voz en cuello sanidades indiscriminadas y llenando estadios!...
Estas  prácticas producen muy pocas conversiones (si acaso hay alguna), y  rebajan el sentido del verdadero don de sanidad dado a la iglesia. 
Por  el contrario, su ministerio sanador estaba marcado por la discreción y  la falta de espectacularidad. Para realizar algunos de ellos buscó un  ámbito de privacidad. El Señor evitaba ser visto como un simple  milagrero. “Sabiendo  esto Jesús, se apartó de allí; y le siguió mucha gente, y sanaba a  todos, y les encargaba rigurosamente que no le descubriesen”. Mateo 12:15,16
Para Jesús, la sanidad física era un anticipo de la sanidad total que deseaba otorgar. A quienes sanaba, les aconsejaba: “vete y no peques más”. 
Su  poder para sanar el cuerpo enfermo hacía nacer la fe y les impulsaba a  desear una completa y total restauración. Muchos de ellos, como el  endemoniado de Gadara o el ciego Bartimeo, se convertirían luego en sus  más fervientes y productivos discípulos. 
La cita que sigue, aunque algo extensa, no tiene desperdicio: “Por  la misma fe podemos recibir curación espiritual. El pecado nos separó  de la vida de Dios. Nuestra alma está paralizada. Por nosotros mismos  somos tan incapaces de vivir una vida santa como aquel lisiado [el paralítico de Betesda]  lo era de caminar. Son muchos los que comprenden su impotencia y  anhelan esa vida espiritual que los pondría en armonía con Dios; luchan  en vano para obtenerla. En su desesperación claman: "¡Miserable hombre de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?''  Alcen la mirada estas almas que luchan presa de la desesperación. El  Salvador se inclina hacia el alma adquirida por su sangre, diciendo con  inefable ternura y compasión: "¿Quieres ser sano?"  El os invita a levantaros llenos de salud y paz. No esperéis hasta  sentir que sois sanos. Creed en su palabra, y se cumplirá. Poned vuestra  voluntad de parte de Cristo. Quered servirle, y al obrar de acuerdo con  su palabra, recibiréis fuerza. Cualquiera sea la mala práctica, la  pasión dominante que haya llegado a esclavizar vuestra alma y cuerpo por  haber cedido largo tiempo a ella, Cristo puede y anhela libraros. El  impartirá vida al alma de los que "estabais muertos en vuestros delitos." Librará al cautivo que está sujeto por la debilidad, la desgracia y las cadenas del pecado”. DTG pag. 203
Estas  promesas nos pertenecen ahora mismo. Porque su poder para sanar y  salvar no es menor hoy que hace dos mil años atrás, y su amor por sus  hijos extraviados no ha hecho sino aumentar con el paso del tiempo. 
¿Alzarás hoy la vista hacia Jesús para recibir sanidad total?
Alabemos a Dios por eso y aferrémonos de sus promesas con fe para obtener la bendición. 

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