viernes, 11 de febrero de 2011

FIDELIDAD EXTREMA (1 de 10)

LA VÍRGEN MARÍA, ENTREGA TOTAL

“Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra”. Lucas 1:38
¿Por qué colocar a María en el primer lugar en la lista de personajes de fidelidad extraordinaria? Lejos está de mí colocarla en un lugar de honor por alguna razón de orden místico, o porque vea en ella cualidades que la coloquen aparte de la humanidad. No se encuentra en la Biblia indicación alguna que nos permita hacerlo.
Simplemente merece encabezarla porque no hubo, no hay, ni habrá nadie como ella en todo el universo; tanto en los singulares privilegios que le fueron concedidos, como en su altísima responsabilidad.
El relato bíblico de la Anunciación es muy breve y comienza así:
“Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta”. Lucas 1:26-29
Nada  menos que el ángel Gabriel estuvo encargado de llevar ese anuncio. El único ángel mencionado por nombre en las Escrituras. El más importante y poderoso mensajero divino llegó para dar la noticia a una jovencita de una perdida aldea de Galilea 
¡Y qué mensaje traía!
“Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios”. Lucas 1:30-35
¡Llevar a Dios hecho hombre en su vientre!
En nuestros días tendemos a menospreciar a los jóvenes; por lo general los vemos poco capacitados para llevar responsabilidades pesadas. Pero la virgen de Nazaret fue comisionada para concebir nada menos que al Redentor de la humanidad dentro de sí.
No se ha concedido a otro mortal  privilegio mayor ni más abrumador compromiso.
El Padre la eligió, el Espíritu Santo la cubrió con su sombra y Jesús se encarnó en ella. Misterio grande para el cual el mejor homenaje es nuestro silencio.
Pocas veces pensamos en la tremenda carga que tuvo a fin de educar a un niño que pudiera soportar la carga de la soledad, la incomprensión, el menosprecio y la oposición, permaneciendo firme sin apartarse de lo recto.
Educarlo para que fuera sin pecado, para que las tendencias hacia el mal no lo doblegaran, para que fuera grande en el conocimiento de las Escrituras, para ser un vencedor en el conflicto con Satanás, para que alcanzara alturas que ella misma no podría alcanzar.
Madre: ¿educas así a tu hijo?
Las alturas que alcanzó María fueron proporcionales a lo que le tocó sufrir. Sin duda fue despreciada cuando quedó embarazada antes de casarse, con seguridad fue rechazada por los demás que no entendían de otra cosa que la evidencia de sus sentidos. A Jesús mismo le refregarían por el rostro su origen tiempo después llamándolo “hijo de fornicación” (Juan 8:41)
Tuvo además que aceptar una cuota de dolor que pocas madres son llamadas a soportar y tuvo que elevarse por la fe en medio de las tinieblas de la crucifixión de su Hijo.
A sus lógicas dudas ante este anuncio -que no provenían de la incredulidad sino de la simple limitación humana de María-, se le ofrecieron pruebas de que para Dios no hay nada irrealizable:
“Y he aquí tu parienta Elisabet, ella también ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril; porque nada hay imposible para Dios. Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia”. Lucas 1:36-38
En estas últimas palabras de la virgen (vers. 38), se encuentra el secreto de su elección como madre del Salvador del mundo.
Tan plenamente se rindió a la voluntad divina, vaciándose de sí misma, que su entrega nos llena de asombro y admiración.
Es necesario recordar que ella, al igual que nosotros, era apenas un ser humano. No poseía por derecho propio justicia ni méritos excepcionales. Dependia enteramente de la gracia al igual que cualquiera.
En el canto de gratitud que entonó luego, conocido como el Magnificat (cf. vers. 46 y 47), reconoce su necesidad de un salvador tanto como lo necesitamos tú o yo.
Sin embargo fue llena de la gracia de Dios, y se la llamó bienaventurada, porque estuvo dispuesta a obedecer la indicación del Señor por increíble que pareciera.
Desde el nacimiento de Cristo hasta su muerte, e incluso después de la resurrección, mantuvo su fidelidad intacta al mandato celestial.
De ella, junto a los demás discípulos reunidos en  el aposento alto se dice que “perseveraban unánimes en oración y ruego” (Hechos 1:14). No podría haber enseñado a Jesús las Escrituras si ella misma no hubiera sido una mujer de perseverante oración y diligente en el estudio de la Palabra de Dios.
Esta vida singular tiene varios ejemplos más para darnos. Fue un modelo de madre cristiana, verdadero prototipo de abnegación en las tareas humildes de la vida, un dechado de virtud, el mayor ejemplo de consagración a la voluntad de Dios. Haríamos bien en copiar sus extraordinarias cualidades.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Para cuestiones particulares que requieran respuesta, por favor envíame un mail a willygrossklaus@gmail.com