“Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”. Proverbios 4:18
Recuerdo
perfectamente la primera vez que me senté frente a una computadora. Era una Commodore 64, toda una maravilla de aquellos
tiempos; me parecía que no había límites a lo que podía hacer.
Pero luego vinieron las PC. Trabajé con la XT, la 286, la 386, hasta que compré una 486 ¡Lo máximo!
Al menos eso creía yo...
Después
llegaron las Pentium, y luego otras y otras, más y más potentes. Cada
vez mayor poder de procesamiento, mayor capacidad y mayores
posibildades.
¿Dónde quedó aquel ingenuo comienzo?
Ya no me conformaría con volver a la Commodore 64, sabiendo que hay mucho más a mi alcance.
La vida cristiana es también una vida que debe crecer en poder, en virtud y en capacidad.
Cuando nos alumbró la luz por primera vez, comprendimos nuestra pecaminosidad. Si
hubieramos quedado allí, solo seríamos pecadores con un tremendo
sentido de culpa. La convicción necesito ser seguida por el deseo de
reconciliación con el amoroso Dios a quien habían ofendido nuestros
pecados. Y no podíamos quedarnos allí.
Entonces buscamos más: sincero arrepentimiento, perdón, gracia... Y luego más: justicia, santidad, virtud...
A
medida que nos concedía lo que necesitábamos, el amor de Jesús nos
empujaba a buscar todavía más. No nos resultaba suficiente el gozo de
haber sido perdonados de nuestros pecados y hechos hijos de Dios con
pleno derecho al cielo. Queríamos más.
Cuando
comprendemos la experiencia cristiana como lo que realmente es,
entendemos que es una vida de continuo crecimiento en la gracia,
añadiendo a cada paso algo nuevo, tal como dijo el apóstol Pedro: “Vosotros
también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe
virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al
dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto
fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en
vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto
al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo”. 2ª Pedro 1:5-8
¿Qué más añadir?
A
medida que agregamos virtudes cristianas, se despertará en nosotros el
deseo de servicio. No estaremos ociosos y sin fruto. Arderá en nuestro
corazón la simpatía hacia los que perecen en sus pecados. Comprenderemos
nuestro deber de alcanzarles los rayos de luz que brillan sobre
nuestros pasos. Desearemos comunicar a todos las alegres nuevas de la
salvación.
Cuando
actuamos así, estamos bebiendo de los manantiales de la salvación, que
resultan en bendición para nosotros y para otros; se convierten en una
fuente de refrescante agua que salta para vida eterna. Reflejamos así cada
vez mejor el carácter de Cristo.
Y
mientras nosotros sumamos, Dios multiplica. Él siempre concede mayores y
mejores bendiciones a los que aspiran alcanzar una norma más elevada.
“He
aquí una conducta en virtud de la cual se nos asegura que nunca
caeremos. Los que están así trabajando según el plan de la adición para
obtener las gracias de Cristo, tienen la seguridad de que Dios obrará
según el plan de la multiplicación al concederles los dones de su
Espíritu. . . Por la gracia divina, todos los que quieren pueden
ascender los brillantes escalones que unen la tierra con el cielo, y por
fin con alegría y gozo perpetuo entrarán por las puertas en la ciudad
de Dios”. La edificación del carácter, págs. 122-125.
Cuando recorremos por la fe esa senda brillante, nos hacemos acreedores a la bendición que se halla en sus promesas: “Por
lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y
elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta
manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. 2ª Pedro 1:10,11
¿Como van tus cuentas? ¿Estás sumando?
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