viernes, 13 de abril de 2012

NUESTRO PODEROSO DIOS


“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto”. Isaías 9:6,7
Este texto tiene una riqueza infinita. Presenta a Jesús, seis siglos antes de su encarnación, en tres aspectos diferentes pero complementarios: como hombre, como Dios y como parte de la Divinidad.
Ese niñito que nacería en Belén no sería como el resto de los nacidos en este mundo. Habría de nacer en un mundo pecador, pero se mantendría libre de toda contaminación de pecado. Compartiría nuestra herencia, pero no sería dominado por ella. Sufriría las limitaciones de la humanidad, aún disponiendo de los recursos de la Omnipotencia. Velaría su divinidad con un cuerpo de carne, pero en cada acto suyo resplandecerían el poder y el amor de Dios. Por su vida inmaculada, su victoria en la cruz, su resurrección y su ascensión a los cielos, es digno de ostentar “el principado sobre su hombro”.
Los títulos que se le asignan son especialmente significativos:
  • El es Hijo y es Padre a la vez.
Se lo llama Padre Eterno, pero ¿cómo puede un hijo recién nacido ser al mismo tiempo padre?
Jesucristo, engendrado por el Espíritu Santo en el vientre de María, era un bebé de carne y hueso, no obstante, en el residiría toda la plenitud de la Deidad. Era en todo sentido Dios hecho hombre. Y fue así “Para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió”.  Juan 5:22,23
  • Es el Dios fuerte y al mismo tiempo Príncipe de Paz.
“No hay Dios sino yo. No hay Fuerte; no conozco ninguno”. Isaías 44:8
Aquí se elimina toda posibilidad de que alguien rivalice con el poder divino ¿no es cierto? Nuestro poderoso Dios es el rey de los ejércitos celestiales. Sin embargo, Cristo aparece en el Antiguo Testamento bajo la figura del Príncipe de sus huestes. Antes de la toma de Jericó se presentó con una espada en su mano y dijo: “Como Príncipe del ejército de Jehová he venido ahora. Entonces Josué, postrándose sobre su rostro en tierra, le adoró; y le dijo: ¿Qué dice mi Señor a su siervo? Y el Príncipe del ejército de Jehová respondió a Josué: Quita el calzado de tus pies, porque el lugar donde estás es santo”. Josué 5:14,15
Si éste hubiera sido un ángel, no podría recibir adoración, ni usar las mismas palabras que Dios le dirigió a Moisés en la zarza de fuego. La presencia de Jesús es la única que reúne las condiciones para una petición tan asombrosa. El es el único que, siendo Dios, puede comandar a todos los ángeles y ser adorado por ellos (ver Hebreos 1:6).
  • Su nombre es Admirable pero también Consejero:
“Entonces dijo Manoa al ángel de Jehová: ¿Cuál es tu nombre, para que cuando se cumpla tu palabra te honremos? Y el ángel de Jehová respondió: ¿Por qué preguntas por mi nombre, que es admirable?” Jueces 13:17-19
Aquí el “ángel de Jehová” es nuevamente Jesús, que resalta ante el padre de Sansón la majestad y la santidad de su nombre.
Pero también se lo llama Consejero. Cuando Cristo iba a ascender a los cielos, dejó a cargo de los asuntos de la iglesia a Aquel que no era un simple ser humano. El otro Consolador que vendría en su lugar -el gran Auxiliador de su iglesia-, era un ser divino igual a él. 
Sin la obra convincente y transformadora de la tercera persona de la Divinidad, el sacrificio de Cristo en el calvario perdería su eficacia. Sobresaldría además entre sus características una función didáctica, tal como lo expresa el siguiente versículo: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”. Juan 14:26
Aquí el Espíritu es presentado como vicario y continuador de la obra del Salvador. Por lo tanto, tan ciertamente como Jesús es igual al Padre, el Espíritu Santo es igual al Padre y al Hijo.
  • Reinaría sobre el trono de David, pero lo haría eternamente.
“Concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”. Lucas 1:31-33
“Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre”. Daniel 2:44
El Padre que nos envió tan maravilloso Redentor es nuestro poderoso Dios. 
El hijo que vino con toda la autoridad del Padre, es nuestro poderoso Dios. 
El Espíritu Santo, quien transforma nuestras vidas a su imagen, es nuestro poderoso Dios.
En la persona de Cristo, estos tres seres celestiales se han enlazado para siempre con la caída descendencia de Adán. En él, Dios se hizo más cercano a nosotros que a cualquier otra criatura del universo. 
Me asombran y emocionan a la vez estas palabras: "un niño nos es nacido, un hijo nos es dado", porque implican que Jesús pertenece a la humanidad. Nos nació; nos fue dado ¿Quién sería capaz de explicar tal prodigio?
¡Qué gran misterio, qué maravillosa realidad! 
Comparto este hermoso pensamiento como síntesis de lo expuesto:
“Se me han dado estas palabras para expresarlas al pueblo de Dios: “Exaltad al Hombre del Calvario. Échese a un lado la humanidad, para que todos contemplen a Aquel que es el centro de sus esperanzas de vida eterna. Dice el profeta Isaías: ‘Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre: Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz’. Isaías 9:6. Que la iglesia y el mundo contemplen al Redentor. Que toda voz proclame con Juan: ‘He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo’. Juan 1:29”. Testimonios para la Iglesia - Tomo 5 pag. 681

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