viernes, 12 de agosto de 2011

HICIERON ENOJAR A DIOS II

“¡Cuántas veces se rebelaron contra él en el desierto, lo enojaron en el yermo! Y volvían, y tentaban a Dios, y provocaban al Santo de Israel... Lo oyó Dios y se enojó, y en gran manera aborreció a Israel” (Salmos 78:40,41 y 59).
¡Cómo puede fallar tanto la memoria!
¿Cuántas veces al verte en dificultades prometiste a Dios que lo seguirías y le serías fiel? ¿Que no volverías a caer en esa conducta, mal hábito o pecado declarado? ¿Y cuántas veces volviste a caer en lo mismo?
No necesito que me contestes, porque esa experiencia no es solamente tuya.
Fue muchas veces la mía (con dolor lo digo), fue la del pueblo de Israel, la de los cristianos de hoy (más todavía) e incluso la de los grandes hombres de Dios.
Como seres humanos pecadores, somos muy inconstantes. Terrible inconstancia que surge de nuestra completa incapacidad de producir justicia separados de Jesús. Por ello, y continuando con el estudio del Salmo 78, vale repasar la historia del pueblo de Dios registrada allí.
El salmista recuerda la incredulidad de la generación que, habiendo visto sus grandes obras, tuvo que morir en el desierto: “Con todo esto, pecaron aún, y no dieron crédito a sus maravillas. Por tanto, consumió sus días en vanidad, y sus años en tribulación. Si los hacía morir, entonces buscaban a Dios; entonces se volvían solícitos en busca suya, y se acordaban de que Dios era su refugio, y el Dios Altísimo su redentor” (vs 32-35).
Pero su arrepentimiento y búsqueda no eran sinceros: “Pero le lisonjeaban con su boca, y con su lengua le mentían; pues sus corazones no eran rectos con él, ni estuvieron firmes en su pacto. Pero él, misericordioso, perdonaba la maldad, y no los destruía; y apartó muchas veces su ira, y no despertó todo su enojo” (vs. 36-38).
¡Qué bueno es Dios con nosotros!
Así como a ellos, nos perdona incluso cuando nuestro arrepentimiento es de corto vuelo. La mano de su misericordia sigue extendida y pospone sus juicios.
Pero no indefinidamente. Los rebeldes tendrían que sufrir las consecuencias de su rechazo y fueron varias veces exterminados para servir de ejemplo al resto.
Aunque a muchos no les guste esta visión de nuestro Dios, él ejecuta sus juicios sobre los que prefieren al pecado antes que a su gracia. Quita la vida de aquellos que sirven de tropiezo a fin de evitar males mayores. El enojo del Señor hacia los impenitentes en realidad cubre a los pocos fieles de caer en las mismas conductas pecaminosas.    
“Envió sobre ellos el ardor de su ira; enojo, indignación y angustia, un ejército de ángeles destructores. Dispuso camino a su furor; no eximió la vida de ellos de la muerte, sino que entregó su vida a la mortandad” (vs. 49, 50).
Cuando entraron en Canaán su actitud no cambió. Aunque los que entraron con Josué fueron fieles por un tiempo, al morir esa generación, sus hijos volvieron a la misma terca y rebelde disposición. Por más que el Pastor de Israel les bendecía constantemente, por más que gozaban de una protección especial, ninguna de sus bondades fue tenida en cuenta.
¿No somos nosotros como ellos, que en la misma presencia de sus bendiciones nos quejamos, nos desalentamos y nos rebelamos?
“Hizo salir a su pueblo como ovejas, y los llevó por el desierto como un rebaño. Los guió con seguridad, de modo que no tuvieran temor... Los trajo después a las fronteras de su tierra santa... Echó las naciones de delante de ellos; pero ellos tentaron y enojaron al Dios Altísimo, y no guardaron sus testimonios” (vs, 52-56).
De los que entraron a la tierra prometida se dice con tristeza: “Le enojaron con sus lugares altos, y le provocaron a celo con sus imágenes de talla. Lo oyó Dios y se enojó, y en gran manera aborreció a Israel” (vs. 58, 59).
Finalmente, los resultados de tanta obstinación tuvieron su fruto. La unidad nacional se perdió, el culto divino fue menospreciado y “cada uno hacía lo que le parecía bien”.
Al caótico período de los jueces seguiría luego un paréntesis de estabilidad con la monarquía. El arca, que había estado abandonada por más de 20 años encontraría un nuevo y más digno lugar. El Señor abandonó a Silo, donde estuvo anteriormente el tabernáculo y mudó su gloria a Jerusalén mediante David. 
Su reinado marcaría el inicio de una nueva oportunidad de fidelidad. Nuestro benevolente Dios -vale recordarlo-, siempre brinda nuevas oportunidades a sus hijos, pero también retira su protección de aquellos que la desprecian.
“Desechó la tienda de José, y no escogió la tribu de Efraín, sino que escogió la tribu de Judá, el monte de Sion, al cual amó. Edificó su santuario a manera de eminencia, como la tierra que cimentó para siempre... y los apacentó conforme a la integridad de su corazón, los pastoreó con la pericia de sus manos” (vs. 67-69; 72).
Cuando nos olvidamos del Señor para seguir nuestros propios caminos, deberíamos recordar que nadie escapa a la gran ley de la siembra y la cosecha. Deberíamos tener presente que al rechazar su misericordia lo rechazamos a él.
Israel hizo enojar a Aquel a quien deberían haber alegrado.
¿Y tu y yo?
Busquemos al Señor en oración para que nos libre de la inconstancia.

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