viernes, 2 de marzo de 2012

LA RESURRECCIÓN, PRUEBA DE FE

“Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibieron, en el cual también perseveran; por el cual asimismo, si retienen la palabra que os he predicado, son salvos, si no creyeron en vano. Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”. 1ª Corintios 15:1-4
La resurreción de los muertos es un tema inagotable y a la vez misterioso para nosotros, incapacitados -tal como estamos- de ver más allá de la muerte. 
Nos vendría bien un poco de estudio, para el cual he seguido, en líneas generales, el desarrollo que hace el Comentario Bíblico Adventista. Agrego aquí algunas citas que me impactaron y mis propios pensamientos sobre los mismos. Me gustaría recibir sus comentarios y sugerencias en relación a esta maravillosa doctrina de las Escrituras.
El capítulo 15 de 1ª Corintios es sin dudas “el” capítulo de la resurrección. El argumento que  Pablo sigue aquí sobre la resurrección se divide en cuatro tópicos:
  1. La prueba de que hay resurrección (vers. 1-34)
El apóstol, escribiendo a los corintios, enumera cuatro hechos que les había transmitido, los cuales presenta como prueba de la resurrección:
(a) Cristo murió por nuestros pecados
(b) Cristo fue sepultado
(c) Cristo fue resucitado
(d) Cristo apareció a los creyentes
Los dos sucesos iniciales eran públicamente notorios, nadie dudaba de su muerte y sepultura.  Del tercero había un buen número de testigos oculares, tanto creyentes como no creyentes. Finalmente, Cristo mismo se presentó ante más de quinientos discípulos en Galilea. Tal era la certeza que tenían del acontecimiento, que estaban dispuestos a morir por predicarlo.
Jesús es comparado aquí con “las primicias” (vs. 20). Dios les había indicado que presentaran la primera gavilla de la cosecha de cebada al sacerdote, quien la mecía ante el Señor como anticipo de la cosecha completa que seguiría. La gavilla mecida simbolizaba a Cristo como las "primicias" de la gran cosecha que ocurrirá cuando los justos muertos sean resucitados.
La cena pascual se comía el 14 de Nisán  y el 16 (dos días después) era el día en que se ofrecían las primicias. Notablemente, Cristo resucitó el mismo día cuando la gavilla mecida era presentada en el templo.
  1. La naturaleza de los cuerpos de los que serán resucitados (vers. 35-50)
El asunto siguiente es por todos, el más enigmático: “Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?... Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual” 1ª Corintios 15:35, 42-44
¿Cómo sería esto? Es tan imposible de explicar cómo la creación o la encarnación. Son todos asuntos que se deben aceptar por fe y no tratar de ir más allá de lo que está escrito.
Las analogías presentadas, sin embargo, dejan en claro que nuestros cuerpos luego de la resurrección serán completamente diferentes. Tendremos cuerpos perfectos e inmortales, con capacidades más allá de nuestra comprensión. Tendremos acceso al árbol de la vida y seguiremos creciendo hasta alcanzar la estatura de Adán. No habrá limitaciones ni ataduras de ningún tipo para los redimidos. No obstante, lo que sucederá a nuestros cuerpos no sucederá con nuestro carácter. Allí no habrá transformación milagrosa.
Notemos lo que se dice al respecto: “Si queréis ser santos en el cielo, primero debéis serlo en la tierra. Los rasgos de carácter que acariciáis en esta vida no cambiarán en virtud de la muerte o de la resurrección. Saldréis de la tumba con la misma disposición que manifestasteis en vuestro hogar y en la sociedad. Jesús no cambia el carácter en su venida. La obra de transformación debe hacerse ahora. Nuestra vida diaria determina nuestro destino. Debemos arrepentirnos de nuestros defectos de carácter y vencerlos mediante la gracia de Cristo, y debe formarse un carácter simétrico mientras estamos en este período de prueba, a fin de que seamos idóneos para las mansiones de arriba”.—Manuscript Releases 13:82 (1891).
  1. Que sucederá con los que estén vivos en la segunda venida de Cristo (vers. 51-54)
Lo que sigue es gloriosamente cierto, un verdadero aliciente para nuestra débil fe:
“He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (vers. 51-55).
Todo rastro del pecado y de sus consecuencias desaparecerá. Toda deformidad, fealdad, decrepitud o fealdad serán transformadas en belleza que no se marchitará. La muerte, el dolor, el sufrimiento, la enfermedad y las lágrimas de tristeza, serán desconocidas en el cielo
¡Alabemos al Señor por tan extraordinarias promesas!
  1. Las consecuencias de esta doctrina (vers. 55-58).
La oposición a la ley divina ha sido la causa de la introducción del mal en el universo. Pronto su poder sobre los seres creados llegará a su fin. Esto fue asegurado por la cruz y sellado por la resurrección de nuestro Salvador. Satanás está derrotado y pronto la victoria nos pertenecerá, “ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley.  Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (vers. 56, 57).
¿Cómo será vivir sin pecado y sin muerte? ¿No es este un motivo más que suficiente para alabar a nuestro maravilloso y amante Señor?
“Si la recompensa prometida... no nos induce a dar la bienvenida a mayores privaciones y a soportar una abnegación más grande que las que soportan alegremente hombres mundanos que están procurando solamente una medalla terrenal, un laurel perecedero... somos indignos de la vida eterna. En el fervor y en la intensidad de nuestro celo, en la perseverancia, el valor, la energía, la abnegación y el sacrificio, deberíamos por lo menos sobrepasar a los que están dedicados a cualquier otra empresa, ya que el objetivo que estamos tratando de alcanzar es de un valor más elevado que el de ellos. El tesoro que estamos procurando es imperecedero, eterno, inmortal, sobremanera glorioso; mientras que el que procura el mundano dura sólo un día; se desvanece, perece y es tan efímero como la nube matutina”. Testimonios para la Iglesia tomo 2 pag. 43
Imperecedero, eterno, inmortal, glorioso... Se agotan los adjetivos para describir lo magnífico de alcanzar la resurrección, sin siquiera arañar la superficie de tan hermosa verdad. 
Teniendo tan grandes promesas, redoblemos nuestros esfuerzos en pos de hallar vida e inmortalidad.

lunes, 27 de febrero de 2012

VIVIR CON JESÚS


Vivir con Jesús llena de alegría,
tal como nunca creí que sería.  
Vivir con Jesús me trae libertad,
libre soy de amar y decir la verdad.

Mientras lo sigo, camino seguro,
Él ilumina este mundo oscuro.
Quitó ya mi culpa y me perdonó,
con su roja sangre Cristo me salvó.

Miro hacia delante, marcho con Jesús,
ando en el camino que abrió su cruz.
Proclamando a todos la gran salvación,
¡Que el llanto se torne en bella canción!

Ando yo con Él, todo es nuevo ya,
soy su hijo amado y me guardará.
Odio ni mentira, ni grande dolor,
han de derrotarme, me guarda el Señor.

Con voz jubilosa ya puedo decir
en la Tierra Nueva pronto iré a vivir.
¿Quieres tú conmigo compartir su luz?
¡Pues ven mi amigo, vive con Jesús!
WILLY GROSSKLAUS

CRISTO NUESTRO INTERCESOR III

“Mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos”. Hebreos 7:24-26
De niños, mi hermano y yo teníamos pasión por los modelos a escala. Podían conseguirse en aquella época aviones de plástico para armar, muy similares a los verdaderos. Dedicábamos mucho tiempo y paciencia para armarlos y luego nos deleitábamos en jugar con ellos. Aprendí de esta forma cómo eran los aviones de la Segunda Guerra Mundial; a reconocer las formas, escudos y marcas de cada uno.
De idéntica manera, Dios mismo diseñó -con propósitos didácticos- un santuario, que era un modelo a escala del verdadero Templo del cielo.
En el capítulo 9 de Hebreos se resume su diseño y objetivo. Constaba de un atrio, en el cual se realizaban los sacrificios y la purificación y del Tabernáculo, al cual se transportaba la sangre. Esta tienda estaba dividido en dos partes por una cortina exquisitamente bordada; el Lugar Santo y el Santísimo.
¿Cuál era la razón de esta división? ¿Por qué el autor siguió el modelo del Tabernáculo del desierto en vez del Templo de Salomón o el de Herodes?
Sin duda, se debe a que del primero se dice en forma expresa que era un modelo. Y sus partes señalaban hacia dos funciones distintas: una de intercesión y la otra de juicio.
El Lugar Santo era el centro de las ceremonias diarias, en el cual era depositada la sangre de los sacrificios de todo tipo que se presentaban ante Dios. Pero el Santísimo era visitado únicamente una vez al año -también con sangre-, para cerrar el año ceremonial.
Todo era una representación de verdades más amplias y más trascendentes. “Fue, pues, necesario que las figuras de las cosas celestiales fuesen purificadas así; pero las cosas celestiales mismas, con mejores sacrificios que estos. Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios... pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado. Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan”. Hebreos 9:23-26
Cuando Jesús ascendió a los cielos, lo hizo para comenzar su intercesión en nuestro favor. La sangre derramada en el Calvario, estaba ahora ante el trono de Dios para abogar por nosotros.
Cada pecado confesado por los hijos de Dios, cada arrepentimiento sincero, son cubiertos por los méritos superabundantes de nuestro Salvador. Sus pecados son perdonados y su nombre es escrito en el libro de la vida.
Pero, tal como vemos en este pasaje, a la intercesión sigue el juicio. Y al juicio sigue su venida.
De la misma manera que el Sumo Sacerdote en el servicio terrenal se despojaba de sus vestiduras sagradas para entrar en el Lugar Santísimo en el día de la expiación, Jesús comenzó una obra de juicio en el lugar correspondiente del Santuario Celestial .
Si el juicio es anterior al regreso de Cristo en las nubes del cielo, es porque ese juicio está en marcha ahora mismo. No se trata del gran juicio final, sino de uno realizado en el cielo en favor de los santos (Ver Daniel 7:9,10,22 y  1ª Pedro 4:17).
En el gran día de la expiación del ritual hebreo, todos debían arrepentirse de sus pecados y confesarlos; pues estos sacrificios, que incluían al macho cabrío “para Jehová”, no se ofrecían a fin de perdonar pecados, sino para “purificar” el santuario de todos los pecados ya cometidos.
Desde 1844 en adelante, Jesús ha estado realizando una obra final de juicio a nuestro favor, para demostrar ante el universo que sus redimidos son dignos de heredar la vida eterna.
Este juicio no quita ni agrega nada a nuestra condición. Los pecados que confesamos ya fueron perdonados, su justicia ya nos fue acreditada. Pero los registros de ellos son eliminados del cielo y el carácter amoroso de Dios queda fuera de toda objeción.
Recién cuando esta obra termine, Jesús podrá venir. Su remanente ha sido sellado, su obra mediadora habrá concluido y se pronunciará la sentencia. “El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía” Apocalipsis 22:11.
Cristo pronto vendrá a buscar a su pueblo. Todas las energías celestiales están en acción, todos sus recursos se hallan disponibles para que podamos estar listos.
Jesús ministra en el Santuario Celestial para acabar con el pecado. El Espíritu gime por nosotros, esperando que acudamos a nuestro fiel Sumo Sacerdote para hallar salvación. Los ángeles vuelan de aquí para allá llevando fortaleza y gracia a cada tentado hijo de Dios. Los habitantes de otros mundos observan expectantes, impacientes de aquel momento en que las familias del cielo y la tierra puedan ser al fin reunidas. Todo se apresura hacia el fin.
Solo faltamos tú y yo. Acude hoy ante el trono de la gracia.

sábado, 25 de febrero de 2012

CRISTO NUESTRO INTERCESOR II

“Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo”. 2 Corintios 5:10
Dice un conocido refrán: “más vale que sobre y no que falte”. 
Que el Espíritu interceda en este mundo por nosotros y que al mismo tiempo, Jesús sea nuestro intercesor en los cielos resulta una gran ventaja:
  • “El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad... el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos”. Romanos 8:26,27
  • “¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”. Romanos 8:34
Ambas intercesiones tienen un objetivo común: la salvación de nuestras almas y el perfeccionamiento del carácter; no obstante son de distinta naturaleza.
Uno oficia en la tierra, el otro en el cielo; uno presenta ante el trono de gracia nuestras oraciones, en tanto que el otro las mezcla con el incienso de su propia justicia. 
Nuestro Salvador presenta los méritos de su sangre en nuestro favor, en tanto que el “otro Consolador” presenta ante el pecador al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. 
Jesús demuestra ante el universo que Dios es justo en su trato con el pecado; por otra parte, el Espíritu nos muestra que Dios es justo en su trato con el pecador. 
Observa el siguiente cuadro:
INTERCESOR
CRISTO
ESPÍRITU SANTO
Función
Expiar los pecadosConvencer de pecado y guiar al arrepentimiento
NombreDel griego parakletos Abogado o Consolador
(1ª Juan 2:1)
Allos Parakletos
“Otro Consolador“
(Juan 14:16).
Lugar Desde el Santuario del cieloEn nuestros corazones
Participación
del creyente
Ninguna
Necesaria
RecibimosJustificaciónSantificación
ResultadoNos declara justos ante DiosPerfecciona nuestras oraciones

Necesitamos de las dos para poder perfeccionar un carácter que sea digno de ser recibido en el cielo; recordemos que allí no podrá entrar ninguna cosa inmunda, ni nada relacionado con el pecado. En la presencia de Dios solo puede habitar la pureza y la santidad.
La siguiente cita es muy solemne, les invito a considerarla con oración:
“Los que vivan en la tierra cuando cese la intercesión de Cristo en el santuario celestial deberán estar en pie en la presencia del Dios santo, sin mediador. Sus vestiduras deberán estar sin mácula; sus caracteres, purificados de todo pecado por la sangre de la aspersión. Por la gracia de Dios que dio eficacia a sus diligentes esfuerzos, deberán ser vencedores en la lucha con el mal. Mientras prosigue el juicio investigador en el cielo, mientras se eliminan del santuario los pecados de los creyentes arrepentidos, debe llevarse a cabo una obra especial de purificación, de liberación del pecado, entre el pueblo de Dios en la tierra... Cuando esta obra se haya consumado, los discípulos de Cristo estarán listos para su venida”. Cristo en su santuario pag. 114
Habla allí de que hay un juicio en marcha en las cortes del cielo y que nos toca a nosotros asegurarnos de que nuestras vestiduras estén sin mancha ante el Señor. Abordaremos este asunto en la próxima entrada.
Muy pronto, nuestro Abogado se transformará en nuestro Juez. El mismo que es hoy nuestro intercesor, pronto terminará su obra y saldrá para dar a cada uno su recompensa. Al mismo tiempo, el Espíritu se irá retirando de la tierra, dejando sin protección a aquellos que amen más el mundo que su verdad 
¡Que terribles momentos estamos viviendo!
Aprovecha hoy la doble intercesión del Hijo y del Espíritu, a fin de recibir la gracia necesaria para triunfar contra el mal.

lunes, 20 de febrero de 2012

CRISTO NUESTRO INTERCESOR I

“Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención”. Hebreos 9:11,12
El gran tema de la intercesión de Jesús en el santuario del cielo es la clave para comprender por qué no ha regresado todavía. Sin embargo, esta gran verdad, presentada con toda claridad en las Escrituras es ignorada, negada o ridiculizada.
Los que se oponen a esta idea, afirman que no existe ningún templo en el cielo; o que si lo hay, el Señor entró directamente al lugar Santísimo, por lo que no hay dos ministerios diferentes en dos diferentes lugares del santuario celestial.
Sin embargo, la Biblia afirma categóricamente que Cristo es Sumo Sacerdote en el Santuario del cielo: “Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre”. Hebreos 8:1,2
Desde el comienzo del libro de Hebreos, su autor se esfuerza en demostrar la superioridad del nuevo pacto por sobre el antiguo. Demuestra que Jesús es superior a los ángeles, siendo su Creador. Es superior a Moisés, porque es el dador de la Ley. Su sacerdocio es superior al de Aarón, teniendo mayor alcance. Su sangre es superior a la sangre de los animales. El santuario celestial es superior al santuario terrenal. La culminación de sus argumentos es que Jesús ministra en el cielo en nuestro favor.
Cuando Cristo ascendió a los cielos y se sentó a la diestra del Padre, no lo hizo para quedar sentado en vana ociosidad. Asumió allí mismo su ministerio como compasivo y fiel Sumo Sacerdote, ante el cual se nos anima a presentarnos: “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. Hebreos 4:14-16
Vemos en este texto que el sacerdocio de Cristo -estrechamente relacionado con su gracia-, es fundamental para resolver el problema del pecado.
En esta serie de temas me gustaría contestar los siguientes interrogantes:
  • ¿Qué está haciendo Jesús en el cielo ahora mismo?
  • ¿Por qué es necesaria su intercesión si el Espíritu Santo ya intercede por nosotros?
  • ¿Por qué tiene que haber dos fases en ese ministerio sacerdotal?
  • ¿Cómo se relaciona la intercesión con el juicio?
  • ¿Qué sucederá cuando esta intercesión termine?
En cuanto a la resolución del problema del pecado, su costo ya fue pagado en la cruz; no obstante, la victoria sobre el pecado sigue siendo un asunto pendiente. El cuerpo de Cristo -su iglesia-, aún no ha sido glorificado, no estamos libres de tentación, ni de la posibilidad de caer.
La doctrina del Santuario no anula lo hecho por el Señor en la cruz, pero ¿qué sucede entonces cuando pedimos perdón por nuestros pecados? ¿Resultan perdonados o no; son borrados o no lo son?
La sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado. Se nos concede su perdón y somos justificados gratuitamente por su gracia. Somos aceptados como hijos por Dios en virtud de los méritos de su Hijo y formamos ya parte de su familia. Todo esto sucede cuando nos entregamos en sus manos, pero no es el fin de la historia. El no nos olvidó, ni nos dejó para que lucháramos solos contra el pecado. Sigue aún obrando en nuestro favor.
Al ascender a los cielos, Jesús inició la siguiente fase de su plan, que consistía en un ministerio intercesor basado en su sacrificio en la cruz. Este se realizaría en un Santuario de existencia real y concreta situado en el cielo, tal como lo afirma el texto siguiente: “Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión. Fue, pues, necesario que las figuras de las cosas celestiales fuesen purificadas así; pero las cosas celestiales mismas, con mejores sacrificios que estos. Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios”. Hebreos 9:22-24
Él está ahora mismo ante Dios abogando por nosotros.
¡Que solemne y consoladora esperanza!
Seguimos en la próxima entrada.