sábado, 3 de julio de 2010

VESTIDOS CON TELAS DE ARAÑA

“Y temerán desde el occidente el nombre de Jehová, y desde el nacimiento del sol su gloria; porque vendrá el enemigo como río, mas el Espíritu de Jehová levantará bandera contra él”. Isaías 59:19
Todo el libro de Isaías constituye una formidable denuncia del calamitoso estado espiritual de de Israel; declinación que lo llevaría al cautiverio a manos de los asirios primero (las 10 tribus) y de los babilonios con posterioridad.
En el capítulo 59 Dios contesta a las quejas de su pueblo de haberlo abandonado, demostrando que en realidad fue Israel quien lo desechó a él (vers. 1-8).
Se dice de ellos: “Incuban huevos de áspides, y tejen telas de arañas; el que comiere de sus huevos, morirá; y si los apretaren, saldrán víboras. Sus telas no servirán para vestir, ni de sus obras serán cubiertos; sus obras son obras de iniquidad, y obra de rapiña está en sus manos”. (vers. 5, 6)
¿Qué significa estar vestido con telas de araña?
Significa estar vestidos con las hojas de higuera de nuestra propia justicia, en vez de tener el manto de la perfecta justicia de Cristo. Es estar en realidad desnudos a los ojos de Dios, sin importar la ropa que llevemos puesta.
Esta drástica imagen habla de la inutilidad, la injusticia y la maldad que resultan de llevar una vida de aparente profesión religiosa, pero carente de una verdadera y viviente relación con la Deidad. La Biblia afirma repetidamente que las obras que podamos realizar fuera de Dios no son sino una maldición para nosotros y para los demás.
En las buenas obras de un justo hay bendición, pues las hace únicamente para gloria del Señor.
En cambio en las buenas obras de los que solo aparentan servir a Cristo, hay un poder engañoso que corrompe, desvía y confunde a los que buscan seguir el camino correcto.
Esta apariencia, a semejanza del follaje de la higuera estéril, carece de valor para el cielo. Su fruto es “iniquidad y rapiña”.
A partir del versículo 9 y hasta la mitad del 15 hay un cambio de interlocutor; es el pueblo quien ahora habla, admitiendo su culpabilidad y describiendo los efectos del pecado en sus vidas:
“Por esto se alejó de nosotros la justicia, y no nos alcanzó la rectitud; esperamos luz, y he aquí tinieblas; resplandores, y andamos en oscuridad. Palpamos la pared como ciegos, y andamos a tientas como sin ojos; tropezamos a mediodía como de noche; estamos en lugares oscuros como muertos. Gruñimos como osos todos nosotros, y gemimos lastimeramente como palomas; esperamos justicia, y no la hay; salvación, y se alejó de nosotros. Porque nuestras rebeliones se han multiplicado delante de ti, y nuestros pecados han atestiguado contra nosotros; porque con nosotros están nuestras iniquidades, y conocemos nuestros pecados”. (vers. 9-12)
¿Por qué razón el ser humano persiste en su alejamiento de Dios? ¿Por qué insiste en permanecer en esa condición y seguir esa conducta tan autodestructiva? La única explicación se encuentra en el poder atrapante del pecado; que cual espantosa araña, paraliza, ciega, hipnotiza y destruye a los que caen en sus redes.
Desde ese punto hasta el final del capítulo, Dios interviene poderosamente para salvar a sus rebeldes e indignos hijos. Se presenta como un guerrero revestido de justicia y de salvación, trayendo la retribución al enemigo de su pueblo. Aunque el adversario junte todas sus fuerzas y ataque con la fuerza avasallante de un río, nada podrá hacer contra aquellos que ponen su confianza en su gran Defensor.
¡Glorioso Salvador!
A pesar de nuestra injusticia, de nuestra inmundicia, de nuestra condición lastimosa y caída, él no nos abandona. Trae plena renovación al alma cautiva del mal por medio de su Espíritu, que levantará bandera de salvación a nuestro favor.
Basta ya de estar vestidos con telas de araña.
Pidamos hoy la victoria y recibamos sin demora el manto de su perfecta justicia. Descansemos en su paz. Alabemos su poder y su amor maravilloso.

lunes, 28 de junio de 2010

PECADO IRREVERSIBLE

“Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios”. Hebreos 10:26
-¡No puede Ud. predicar sobre ese texto! la gente se desanima al escucharlo-, me dijo muy enojada una hermana de la iglesia cuando comencé mi predicación usando el pasaje anterior.
Como nunca antes habían objetado mis palabras en medio de un sermón, al principio no supe cómo reaccionar, luego le aseguré a esta ansiosa mujer que creía firmemente en el poder de la gracia de Dios para salvar hasta lo sumo.
Pero es verdad que a muchos este texto les deja perplejos y planteándose si han cometido el pecado imperdonable de rechazar al Espíritu Santo.
A riesgo de que me tilden de efectista por usar versículos controvertidos, por alguna razón están en la Biblia. Y no es para desanimar a nadie que se escribieron. Nuestra tarea no consiste en esquivarlos, sino en tratar de encontrar el mensaje que tienen para nosotros, tal como hacemos con aquellos textos que nos resultan agradables,
Transcríbo a continuación todo el pensamiento que le sigue: “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!... No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma”. Hebreos 10:26-39
En una entrada anterior avancé un poco sobre este texto (ver Caer en manos de Dios). Pero ahora quiero abordarlo desde otra perspectiva.
En estos textos lo negativo antecede a lo positivo. Destaca las consecuencias de persistir en el mal pero muestra también que el blanco de la santidad es accesible para todo aquel que la desea.
Desde los versos 26 al 31 se enfatiza la consecuencia de rechazar la gracia de Dios. Se mencionan tres pasos hacia la perdición:
  • Pisotear al Hijo de Dios
  • Tener por inmunda la sangre de Cristo
  • Afrentar al Espíritu Santo
Resalta aquí una deliberada y voluntaria persistencia en la rebelión contra Dios que lleva a despreciar la obra de la gracia. El pecado no es cosa sencilla de tratar. El hecho de que el perdón divino se otorgue en abundancia no nos da licencia para pecar.
La muerte de Cristo nos debería recordar el inmenso costo de nuestra salvación y constituirse en escudo contra el pecado. Su sangre no se debería derramar en vano por nosotros.
Despreciar su sacrificio lleva a tal familiaridad con el pecado que la suave voz del Espíritu ya no se oye más.
Cuando nuestra voluntad se quebranta en la persistencia de la transgresión, nos aproximamos al punto de no retorno y nos encaminamos a la perdición. Esto no sucede en un día ni en un solo acto.
Pero las expectativas del Señor para nosotros son otras y muy diferentes.
Desde los versos 32 al 39 el apóstol insta a los creyentes a tener fe, afirmando que confía en la obra de la gracia que ya se estaba realizando en sus corazones y finalizando con una nota de triunfo.
Podemos confiar.
Podemos tener esperanza.
Podemos obtener la promesa.
Podemos vencer.
¡Él vendrá!

¡Qué maravillosa seguridad!
Todo el capítulo siguiente de Hebreos se dedica a explorar los testimonios de fe vencedora registrados en la antigüedad (¿quién dijo que en el AT la salvación no era por fe sino por obras?).
Estos magnos ejemplos de confianza vinieron de hombres como nosotros; con dudas y perplejidades, con arranques de valentía y con cobardes retrocesos. Ellos también vacilaron en las pruebas, pero se sobrepusieron mirando más allá de lo evidente. Cayeron, pero luego se aferraron por la fe de su maravilloso Salvador y fueron contados como triunfadores.
Hay un pecado irreversible, pero hay por sobre todo una salvación irreversible, la que Dios pone a nuestro alcance por medio de la fe.
Dios hoy quiere también tu y yo digamos con toda confianza: “Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma”. Hebreos 10:26-39

CAYERON TODOS A UNA

Hay pasajes del Antiguo Testamento que son sumamente trágicos e inexplicables, claros ejemplos de la insensatez de la naturaleza humana. Son relatos que solemos pasar por alto pues aparentan no tener ninguna enseñanza positiva. El que sigue es uno de ellos:
“Entonces se levantaron, y pasaron en número igual, doce de Benjamín por parte de Is-boset hijo de Saúl, y doce de los siervos de David. Y cada uno echó mano de la cabeza de su adversario, y metió su espada en el costado de su adversario, y cayeron a una; por lo que fue llamado aquel lugar, Helcat-hazurim, (campo de filos de espadas) el cual está en Gabaón”. 2º Samuel 2:15,16
En este singular relato, ocurrido a la muerte de Saúl, Abner comandaba el ejército que se mantenía de parte de la casa del fallecido rey, en tanto que Joab iba al frente del ejército de David, que había sido proclamado rey en Hebrón.
Habiendo dos pretendientes al trono, el asunto iba a resolverse por la fuerza de las armas. Las dos facciones ignoraban (¿voluntariamente?) las indicaciones que Dios había dado al respecto y procedían como el resto de las naciones de su época.
Para evitar una confrontación directa, cada bando eligió a sus campeones, doce en total, todos jóvenes. El resultado: “¡cayeron [todos] a una!”. No se salvó nadie.
Esta batalla entre hermanos es muy parecida a las luchas que suelen levantarse dentro de la iglesia y tiene una lección positiva para enseñarnos.
Cuando hay contiendas en la iglesia, generalmente se debe a luchas por el poder; encarnadas en pequeños egoísmos, malas sospechas, chismes acogidos con agrado, ofensas reales o imaginarias, etcétera, destinadas a exaltar nuestro yo desmereciendo al otro.
La Biblia nos advierte sobre este tipo de cosas, resultado de la mundanalidad que el pecado utiliza como cabeza de playa para penetrar en la iglesia.
“Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa”. Santiago 3:14-16
En los conflictos entre hermanos notamos algunos elementos que son comunes a la historia inicial.
  • No buscaron el consejo de Dios o de sus profetas
  • Utilizaron los métodos del mundo
  • No se expusieron a la lucha directa (que otros luchen por nosotros)
  • Los jóvenes en edad o en la fe suelen ser las primeras bajas
  • El predecible resultado: no hubo ganador, no se salvó nadie
  • Esto no evitó que la lucha continuara
Las peleas no provienen de lo alto. Cuando Dios corrige a su iglesia lo hace con métodos diferentes, en los que el orgullo humano no tiene cabida. En cambio cuando son los hombres los que intentan reformarla o extirpar la herejía, los resultados son terroríficos por lo malsanos. Baste recordar en la historia por ejemplo la aparición de la Inquisición.
En las instrucciones dadas por Pablo a Timoteo encontramos este consejo que todos los que deseamos ser siervos de Dios debíeramos seguir, especialmente los que se hallan en posición de liderazgo: “Pero desecha las cuestiones necias e insensatas, sabiendo que engendran contiendas. Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad”. 2 Timoteo 2:23-25
Volviendo a la historia del principio, la absurda muerte de estos jóvenes fue seguida de una matanza que solamente se detuvo cuando alguien reflexionó:
“Entonces los soldados benjaminitas se reunieron para apoyar a Abner, y formando un grupo cerrado tomaron posiciones en lo alto de una colina. Abner le gritó a Joab: —¿Vamos a dejar que siga esta matanza? ¿No te das cuenta de que, al fin de cuentas, la victoria es amarga? ¿Qué esperas para ordenarles a tus soldados que dejen de perseguir a sus hermanos?
Joab respondió:
—Tan cierto como que Dios vive, que si no hubieras hablado, mis soldados habrían perseguido a sus hermanos hasta el amanecer. En seguida Joab hizo tocar la trompeta, y todos los soldados, dejando de perseguir a los israelitas, se detuvieron y ya no pelearon más”.
(vers. 25-28 NVI)
Si pudieramos mirar el futuro y ver el resultado de nuestras luchas, quejas y discordias, comprenderíamos al igual que Abner, que las contiendas no tienen razón de ser. La victoria lograda a este precio resulta siempre amarga, desalentando y dividiendo, agotando las fuerzas y provocando heridas que quizá nunca sanen. Pelear contra nuestros hermanos es pelear la batalla equivocada.
Tomemos posiciones. Cerremos filas alrededor de la verdad.
Permitamos cada día que la sensata voz del Espíritu de Dios nos haga entrar en razón. Que el sonido de la trompeta no sea para llamar a la guerra fratricida y sin sentido que Satanás desea imponer en la iglesia. Más bien ella suena para congregarnos alrededor de la divisa gloriosa de nuestro Señor, para pelear la buena batalla de la fe.

domingo, 27 de junio de 2010

CHIVO EXPIATORIO

La situación era compleja. Mis alumnos más pequeños estaban en conflicto. Las acusaciones y las atribuciones de culpa iban de unos a otros, y ambos bandos parecían tener parte de razón...
Este tipo de situaciones es harto frecuente en mi tarea docente. En ellas no solamente tengo que obrar con rectitud, además debo justificar mi intervención ante los padres, que no siempre se muestran comprensivos o imparciales.
Por lo general, mediar en los conflictos escolares o en los de cualquier otro tipo requiere de criterio para obrar, de manera que:
  • Se imparta justicia
  • Se resuelva el conflicto a satisfacción de todas las partes
  • Se restauren las relaciones
En el contexto de la lucha universal entre el bien y el mal, las variables son prácticamente las mismas que en un pequeño incidente escolar.
El acusador (Satanás) ha puesto en entredicho la justicia de Dios, creando un conflicto de magnitud cósmica. Las relaciones entre los seres creados y con su Creador ya no fueron las mismas desde aquel triste día en que la rebelión comenzó. Pero nuestro grande y sabio Creador no fue tomado por sorpresa por la aparición del pecado, sinó que comenzó a poner en práctica su plan para redimirnos, que fuera trazado en la eternidad.
Este plan, casi incomprensible para los ángeles y revelado progresivamente a los seres humanos, tenia como centro la muerte de Cristo en la cruz. Su sacrificio reivindicaría el proceder divino, pagaría la cuenta del pecado y restauraría la quebrada relación con el pecador.
En razón de su soberania, el Señor podría haber resuelto el problema sin avisar y sin consultar a nadie. Pero Él no hace nada compulsivamente, quiere que los seres inteligentes que creó no tengan dudas sobre su justicia y amor en el trato con el pecado y los pecadores.
En los servicios del santuario, Dios anticipó por medio de símbolos lo que iba a realizar por medio de Jesús. El servicio diario del tabernáculo anticipaba las solemnes verdades reveladas en el Nuevo Testamento de que "la paga del pecado es muerte" (Romanos 6:23) y que "sin derramamiento de sangre no se hace remisión" (Hebreos 9:22).
Cada ofrenda saldaba la culpa individual por las ofensas cometidas y restablecía al pecador a la comunión con Dios. Estas llamaban también la atención al Cordero de Dios que quitaría el pecado del mundo gracias a su muerte vicaria (Juan 1:29).
Pero el santuario tenía también un servicio anual (ver Hebreos 9), dedicado no al pecado individual, sinó al colectivo, en el cual se utilizaban dos chivos que cumplían un papel relevante en la ceremonia de purificación del Lugar Santísimo.
Se habla hoy de "chivo expiatorio" en singular, aunque en la Biblia aparecen dos chivos o machos cabríos que eran utilizados en el día de la expiación.
¿Qué papel cumplía cada uno y que simbolizaban?
"Y echará suertes Aarón sobre los dos machos cabríos; una suerte por Jehová, y otra suerte por Azazel. Y hará traer Aarón el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Jehová, y lo ofrecerá en expiación. Mas el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Azazel, lo presentará vivo delante de Jehová para hacer la reconciliación sobre él, para enviarlo a Azazel al desierto". Levítico 16:8-10
En principio estos chivos no se diferenciaban físicamente en nada, pero luego habría gran diferencia entre ambos. Al que le caía la "suerte por Jehová" le tocaba ser ofrecido en holocausto para expiación por los pecados de todo el pueblo de Israel. Claramente, éste representa a Cristo que lleva los pecados de los creyentes para eliminarlos definitivamente, siendo expiador, no ya sustituto.
¿Qué papel cumplia el macho cabrío que quedaba vivo?
"Cuando hubiere acabado de expiar el santuario y el tabernáculo de reunión y el altar, hará traer el macho cabrío vivo; y pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto. Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada; y dejará ir el macho cabrío por el desierto". Levítico 16:20-22
Para que la justicia sea realmente justa, no alcanza con cubrir la demanda legal (alguien debe pagar), también es necesario que el culpable reciba su merecido. Cristo, el inocente, saldó nuestra deuda con la justicia en la cruz. Pero Satanás, el instigador del pecado todavía está libre. Debe haber un momento en que cargue con su parte de culpa.
El ritual del día de la Expiación anticipaba lo que Apocalipsis 20 profetiza en cuanto al Diablo. Cuando la expiación había terminado, el chivo restante era enviado al desierto para que muriera, cargando con el castigo por los pecados del pueblo. No cumplía este animal ninguna función vicaria.
Así también el maligno será desterrado en la venida de Cristo por mil años y luego "cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar. Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió".  Apocalipsis 20:7-9
El chivo simbólico recibirá su merecido en el fuego que purificará nuestro sufrido planeta del cáncer del pecado. Su final le llegará luego de un exhaustivo proceso judicial que dejará satisfecho a todo el universo en cuanto al proceder divino. Los juicios divinos entonces inspirarán solamente alabanza. Incluso el demonio, sus ángeles y los perdidos que adhirieron a su rebelión deberán confesar que Dios es justo.
"Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre". Filipenses 2:10,11

JUSTICIA Y JUICIO

“Justicia y juicio son el cimiento de tu trono; misericordia y verdad van delante de tu rostro. Bienaventurado el pueblo que sabe aclamarte; andará, oh Jehová, a la luz de tu rostro”. Salmos 89:14,15
Continuando con la entrada anterior, la palabra cáncer no tiene connotaciones agradables. Aunque también se refiere a una constelación y a un signo del zodíaco, casi todos la relacionamos con una temible y devastadora enfermedad. Millones de personas reciben con dolor ese diagnóstico que horroriza, y aunque hoy en día existen mejores métodos de curación que en el pasado, todavía sigue siendo temible.
El tratamiento generalmente utilizado para combatir este mal consiste en bombardear primero con radiación o con fármacos el tejido afectado y finalmente en la extirpación quirúrgica de la masa rebelde.
De modo similar obró Dios para sanarnos del terrible mal llamado pecado.
Atacó primero el carácter individual de la transgresión, destruyendo el poder del pecado en cada ser humano mediante la virtud de su sangre derramada en el Calvario. Su sacrificio en la cruz hizo posible no solo que pudiéramos ser perdonados pagando el precio de nuestra redención, también nos limpió, nos justificó delante de Dios y nos otorgó poder para vencer al pecado.
Pero todavía la redención no se completó. Aún no hemos vuelto a la casa del Padre. La amenaza sigue en pie, el pecado todavía reina en este mundo, intentando corromper lo que Él rescató.
Por ello el Señor diseñó una cirugía radical. En su segundo advenimiento y en el juicio subsiguiente, Dios acabará con el pecado para siempre. Todo lo dañado por el cáncer de la transgresión será eliminado, todo rastro de pecado desaparecerá y el mal no se levantará otra vez.
Estos dos aspectos de su trato con el pecado estaban ejemplificados en los servicios del santuario del Antiguo Testamento. Este tenía dos fases: el servicio diario y el anual. En la primera fase se satisface la justicia, en la segunda se lleva a cabo el juicio para terminar con el pecado.
En el servicio diario se presentaban ofrendas que tenían que ver mayormente con pecados individuales. La sangre derramada cubría las demandas de la ley divina y el pecador se iba perdonado. Los sacrificios representaban a Cristo como un “cordero sin mancha y sin contaminación" (1 Ped. 1: 19) que moría en sustitución del culpable. El ministerio del Sumo Sacerdote reflejaba la obra de Jesús como sustituto y mediador ante el Padre. La justicia quedaba satisfecha a nivel individual.
Pero en el gran día de la Expiación, el servicio anual, se trataba con el pecado de toda la congregación: “Porque en este día se hará expiación por vosotros, y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová... Y hará la expiación por el santuario santo, y el tabernáculo de reunión; también hará expiación por el altar, por los sacerdotes y por todo el pueblo de la congregación. Y esto tendréis como estatuto perpetuo, para hacer expiación una vez al año por todos los pecados de Israel”. Levítico 16:30,33,34
Los pecados individuales habían sido transferidos simbólicamente del altar de holocaustos al santuario por medio de la sangre que se derramaba frente al velo. Ahora debían ser definitivamente quitados de su pueblo mediante esta ceremonia anual que representaba el juicio.
El Sumo Sacerdote se despojaba de sus ropas de gala, usando la túnica común de lino y realizaba un ritual distinto. Del mismo modo, Cristo lleva a cabo ahora en el cielo una función diferente, actuando como Juez en el juicio previo al advenimiento; prefigurado por ese ritual, profetizado en Daniel 7 y anunciado en el Apocalipsis.
En la siguiente entrada volveré sobre este tema.
El plan divino de la redención solamente estará completo cuando todo vestigio del mal haya desaparecido. Al igual que el cáncer, no debe quedar trazas de él, no debe haber sombra de duda que pueda oscurecer el gozo de los salvados en toda la eternidad.
Si hemos de ver el rostro de Dios, lo haremos sin mancha de pecado.
¡Aleluya!