“Y
dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda
idónea para él... Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo
una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora
hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona,
porque del varón fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a
su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.” Génesis 2:18,22-24
La
palabra que usa Adán para nombrar a Eva es casi idéntica a la usada
para varón en hebreo; lo cual tiene un mensaje muy apropiado para
nosotros. Expresa igualdad entre dos seres que son distintos; habla de
compañerismo, de afinidad y de parecido. Afirma que el hombre y la mujer
fueron creados iguales tanto en dignidad, como en esencia y
propósito. Pero también hay muchos aspectos en los que, felizmente, no somos para nada iguales.
Con
30 años de casado con mi querida esposa, puedo decir con propiedad que
aprecio como una enorme bendición que haya disparidades entre nosotros
dos. Su sensibilidad contrasta con mi sentido práctico, su cuidado por
el detalle me impacienta un poco, pero resulta necesario. Sus consejos y
su punto de vista diferente del mío son grandemente valiosos a la hora
de tomar decisiones importantes. He encontrado en ella alguien a quien
puedo hacer feliz y que me devuelve centuplicada la felicidad. Es
realmente mi “ayuda idónea”.
Biológicamente,
en nuestra manera de pensar y de afrontar las situaciones, en cómo nos
relacionamos y cómo valoramos las cosas, ambos somos muy diferentes. Estas diferencias pensadas por nuestro Creador tenían el propósito de hacernos complementarios, y no competidores.
Pero por sobre todo, la mayor y verdadera diferencia
entre ambos sexos, es que Dios concedió a la mujer el bendito
privilegio de la maternidad. Por eso, el nombre de la primera mujer fue
Eva (madre de todos los vivientes) y no Adana (o algo así).
Concebir,
gestar en su vientre y dar a luz un bebé, es una experiencia vedada al
sexo masculino. Las poderosas relaciones que se forman entre la madre y
el niño o la niña, están fuera de las vivencias varoniles. El rostro de la
madre es el primero que el infante reconoce; la madre es la primera a
la que acude en sus dificultades; es también para ellos el refugio en
los difíciles años de la adolescencia y la juventud (y lo seguirá siendo
el resto de sus vidas).
Sin
embargo, el mundo moderno desprecia el rol de esposa y madre. Lo
considera un estorbo para el progreso femenino. Dicha actitud
desvaloriza cada vez más el papel de la mujer y de la familia.
Por
otra parte, el desenfreno sexual y la infidelidad arrastran a miles de
mujeres (muchas apenas son niñas), a tener que decidir entre tener hijos
no deseados o abortar. La ausencia de la figura paterna en el hogar se
ha convertido casi en una constante, algo “normal”. Formar una familia y
tener hijos resulta así más una carga que un privilegio.
Los
resultados están a la vista. Sus efectos en la sociedad solamente son
ignorados por quienes no los quieren ver. Abuso doméstico, hogares
destrozados, niños huérfanos de padres vivos, desajustes de todo tipo,
indiferencia, violencia, agresividad... y la lista podría seguir...
El
Diablo ha tenido éxito en atacar lo que constituye la base de la
sociedad, desvirtuando el lugar que el Señor le concedió a la mujer y
reemplazándolo por otro más “progresista” y “elevado” -pero ajeno al
plan de Dios-.
Elena de White escribió al respecto: “Junto
a su esposo, Eva había sido perfectamente feliz en su hogar edénico;
pero, a semejanza de las inquietas Evas modernas, se lisonjeaba con
ascender a una esfera superior a la que Dios le había designado. En su
afán de subir más allá de su posición original, descendió a un nivel más
bajo. Resultado similar alcanzarán las mujeres que no están dispuestas a
cumplir alegremente los deberes de su vida de acuerdo con el plan de
Dios...” El Hogar Adventista, Pág. 100.
Lógicamente, a algunas se le encenderán las luces de alarma al llegar a este punto...
No intento decir que las mujeres deberían quedarse en la cocina. De veras.
Pero... ¿Cuál es ese “plan de Dios“ para la mujer?
Lo
cierto de la situación y lo que la cita anterior plasma con toda
claridad, es que la situación de las mujeres hoy día no es mejor que en
la antigüedad.
Desde
que el pecado entró en el mundo, tanto varones como mujeres no hemos
estado sino empeorando día con día en todo respecto. Y si antes la mujer
era menospreciada, desvalorizada y convertida en un objeto, hoy lo es
más todavía.
Ciertamente las damas hoy ocupan lugares que hace no mucho tiempo estaban reservados con exclusividad para los hombres; pero no ganan iguales salarios que ellos.
Las hay doctoras, abogadas, ingenieras, ministras, soldados, e incluso
presidentes. En muchos casos -vale consignar-, haciendo mejor labor que
los varones; pero... sin nadie a la vista para relevarlas de su lugar
en el hogar y la crianza de los hijos. Su recompensa es tener ahora
doble trabajo.
Mal
que les pese a las defensoras de los derechos de la mujer (legítimos
como son), si sus logros no están de acuerdo al plan de Dios, no importa
cuanto lugar conquisten en el mundo de los hombres.
Para
descubrir cual es la voluntad del Señor para sus femeninas criaturas,
les invito a volverse a la segura guía de las Escrituras. Únicamente
allí encontraremos un fundamento estable para avanzar.
Como declaración inicial: el varón y la mujer aparecen como inseparables en la Biblia.
El
destino de uno está ligado al de la otra. Recuperar su dignidad también
es un trabajo conjunto. No era la voluntad divina que fueran
antagonistas o competidores, sino compañeros. Prestemos atención a que
en el mismo Edén se dijo: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.” Génesis 2:18,22-24
Pablo afirma que: “en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón” 1ª Corintios 11:11.
En
la siguiente entrada veremos cuál es la esfera que Dios ha diseñado
para ellas, cuánto hay de cierto y cuánto hay de mito en aquello de la supuestamente
“machista” sociedad patriarcal, la de los tiempos de Cristo y la de los
días del apóstol Pablo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para cuestiones particulares que requieran respuesta, por favor envíame un mail a willygrossklaus@gmail.com