“Hice
pacto con mis ojos... Porque ¿qué galardón me daría de arriba Dios, y
qué heredad el Omnipotente desde las alturas?... ¿No ve él mis caminos,
y cuenta todos mis pasos?” Job 31:1,2,4
¿Qué relación hay entre los ojos de Dios, los nuestros y nuestra voluntad?
En
las entradas anteriores hablé acerca de la seguridad que tenemos como
hijos de Dios al saber que él nos está mirando. También de lo valiosos
que son nuestros ojos físicos y cuanto debemos cuidarlos. Finalmente
compartí la convicción de que necesitamos desesperadamente del Espíritu
Santo para que ilumine nuestras mentes. Si no interviniera, no habría
forma de percibir las cosas espirituales y continuaríamos en nuestros
pecados y en la ignorancia de la vida de Dios.
Cuidar nuestros ojos físicos es una cosa; pero, ¿cómo cuidamos los ojos espirituales?
El gran Maestro de Galilea pronunció estas tremendas palabras con toda autoridad: “Por
tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti;
pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu
cuerpo sea echado al infierno”. Mateo 5:29
Nuestros
ojos físicos están en estrecha relación con los ojos espirituales. Lo
que vemos afecta nuestra mente y nuestros pensamientos. A la vez, la
manera en que pensamos afecta lo que vemos. Esto se refleja en este
antiguo proverbio inglés:
“Dos hombres miraban al exterior
a través de los barrotes de una prisión.
Uno veía el barro, el otro las estrellas”.
Y
es así porque lo que percibimos con la vista es interpretado por el
cerebro. Lo que el cerebro interpreta es utilizado para tomar
decisiones. Y lo que decidimos es un acto de la voluntad.
En
el texto inicial, el atribulado patriarca Job defiende su integridad
diciendo que había hecho un pacto con sus ojos, de no mirar lo que no
debía.
Aparece
allí un valioso principio de “profilaxis espiritual”: tomar buenas
decisiones en cuanto a lo que permitiremos a nuestros ojos que vean.
De
vuelta: necesitamos ser guiados por el Espíritu a fin de percibir lo
espiritual. Pero nos toca a nosotros tomar decisiones sobre las
cosas y las personas en las que hemos de fijar nuestra vista.
Nos
puede ocurrir sino, lo que le sucedió al pobre y tonto Sansón. Puso sus
ojos en los placeres de la carne y buscó lo que no le convenía. Y así
le fue.
“Descendiendo
Samsón á Timnah, vió en Timnah una mujer de las hijas de los
Filisteos.Y subió, y declarólo á su padre y á su madre... ruégoos que me
la toméis por mujer. Y su padre y su madre le dijeron: ¿No hay mujer
entre las hijas de tus hermanos, ni en todo mi pueblo, para que vayas tú
á tomar mujer de los Filisteos incircuncisos? Y Samsón respondió á su
padre: Tómamela por mujer, porque ésta agradó á mis ojos”. Jueces 14:1-3 RVA
El resultado final fue... que se quedó sin ojos...
En el Edén mismo, la santa pareja de ojos inocentes cayó precisamente por mirar.
Cuando
Eva vio el fruto del árbol prohibido, le pareció “codiciable”. Cuando
Adán miró la situación en que se encontraba su mujer, le pareció que la
vida no valdría la pena sin ella, y decidió compartir su suerte.
¿Qué podría tener de malo echar solamente un vistazo?,,, ¡Y a una inocente fruta!
No
obstante, las consecuencias que siguieron a esa mirada y a ese acto de
la voluntad fueron, son, y seguirán siendo calamitosas y de eternas
consecuencias.
Un
breve instante en que nos permitimos contemplar el mal conduce a vastos
océanos de dolor, sufrimiento, maldad y angustia. Es imposible
cuantificar el daño que el pecado produjo en nuestro mundo desde que se
le concedió entrada a través de una simple mirada.
Es
tiempo de examinar tres textos bíblicos que nos animan a tomar buenas
decisiones en cuanto a lo que vemos y a la manera en que lo miramos:
- “No pondré delante de mis ojos cosa injusta”. Salmos 101:3
- “Tus ojos miren lo recto, Y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes delante”. Proverbios 4:25
- “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”. Hebreos 12:2
Andemos
santamente ante la vista de un Dios justo, pero que justifica al
pecador. Vivamos con la determinación de no permitir ningún tipo de
contaminación visual que nos lleve a la contaminación del alma.
Permitamos que Jesús cubra completamente nuestro campo visual, a fin de
que ninguna otra cosa tenga mayor atractivo que nuestro amoroso
Salvador.
Miremos
hacia la Patria Celestial, contemplemos nuestra esperanza como si ya
estuveramos allí; no volvamos la vista atrás como la mujer de Lot (ya
sabemos cual fue el resultado).
Fijemos
la vista en las cosas de arriba, no en las de la tierra a fin de evitar
que nuestros ojos físicos nos hagan perder el rumbo.
Pongamos
a trabajar los ojos espirituales que Dios nos concedió, así la fe se
desarrollará, crecerá, y perderemos de vista los falsos atractivos de este siglo .
Nuestro Señor promete que estará a nuestro lado, “alumbrando
los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza
a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su
herencia en los santos”. Efesios 1:18
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