“Por
tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que
seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la
vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas”. Apocalipsis 3:18
Desde
hace unos días vengo sufriendo una severa conjuntivitis, muy reacia a
curarse. Mis ojos se irritaron, me arden y duelen, veo todo nublado, me
molesta la luz, no puedo ir a trabajar porque es contagioso y para
peor, apenas puedo hacer lo que más me gusta: leer y escribir.
Debo
colocarme con regularidad gotas oftálmicas, inyecciones, compresas,
etc. Aprendí por la vía difícil que la buena visión es un tesoro divino
que no se debe descuidar.
Como
a todos nuestros órganos, a los ojos no le prestamos atención hasta que
empiezan a fallar o a tener problemas. Sin embargo su importancia
supera a la de casi todos los demás.
Esta maravillosa maquinaria que
nuestro Creador nos entregó por duplicado, es una verdadera joya del
diseño. La arquitectura del ojo es de una complejidad asombrosa, Su
funcionamiento depende de la interacción feliz de sus partes y de una
fabulosa combinación de reacciones químicas, físicas y mecánicas. El ojo
humano, aunque inferior al de muchos animales, es todo un portento de
diseño que deja mudos a los evolucionistas más acérrimos. No alcanzaría a
hacerle justicia en lo más mínimo cualquier descripción que hiciese.
Pero
son mucho más que aceitados mecanismos biológicos. Mediante ellos nos
conectamos con la realidad del mundo que nos rodea. Percibimos las
formas colores y distancias, apreciamos la belleza de un amanecer,
gozamos de contemplar el rostro del ser amado...
Nuestros
ojos son también espejos del alma, que reflejan nuestros sentimientos y
estados de ánimo. Muestran felicidad o tristeza, aceptación o rechazo,
paz o conflicto; con ellos derramamos lágrimas de alegría o de pesar.
Evidencian también la condición moral en la que nos encontramos. Por eso
Jesús dijo con acierto: “La
lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu
cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo
estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas,
¿cuántas no serán las mismas tinieblas?” Mateo 6:22,23
A
diferencia de los ojos de Dios, que todo lo ven, los de los seres
humanos pecadores se hallan muy limitados. Nuestra vista nos engaña con
frecuencia - las ilusiones ópticas son muestra de que nuestra vista no
es totalmente de fiar-, y se estropea con el abuso o con el simple paso
del tiempo.
.En
el ámbito espiritual, tener ojos no significa necesariamente ver.
Podemos tener una visión física perfecta y al mismo tiempo ser
completamente ciegos a la luz de la presencia de Dios.
Ejemplo de ello es la historia de Cleofas y su amigo que iban camino a Emaús. Al encontrarse con Jesús y conversar con él, “los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen... [y] Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron”. Lucas 24:16, 31
Por
más que habían andado con él como tres años no lo identificaron como su
Maestro. Necesitaron ser iluminados para poder darse cuenta de que se
trataba del Salvador.
Reiteradamente vemos en las Escrituras lo imprescindible de la intervención divina para poder ver lo espiritual:
- “Y oró Eliseo, y dijo: Te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea. Entonces Jehová abrió los ojos del criado, y miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego”. .2 Reyes 6:17
- “Abre mis ojos, y miraré Las maravillas de tu ley”. Salmos 119:18
- “Mira, respóndeme, oh Jehová Dios mío; Alumbra mis ojos, para que no duerma de muerte”. Salmos 13:3
- “Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos”. Salmos 19:8
- “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”. 2 Corintios 4:6
¿Cómo están nuestros ojos espirituales? ¿Vemos bien?
Los
que vivimos en los últimos días de la historia del planeta no podemos
darnos el lujo de ser ciegos a los acontecimientos que explotan ante
nosotros. Tampoco debemos permitir que de tanto contemplar lo que el
mundo ofrece, nuestros ojos sufran de “conjuntivitis espiritual”.
Supliquemos a Dios que abra nuestros ojos. Necesitamos
que resplandezca en el corazón la luz que brilla desde el rostro
bendito de Cristo. Nos urge ser alumbrados para comprender cuales son
los puntos importantes del gran conflicto entre el bien y el mal. Nos
hace falta reconocer con claridad la situación de nuestra alma ante el
trono de Dios.
Debemos captar la importancia de la ley divina y lo
terrible del pecado, que requirieron la costosa ofrenda de la sangre
preciosa de Jesús a fin de que podamos ser perdonados y salvados del
pecado. De otra manera, seremos engañados y nos perderemos para siempre.
El reclamo del Señor al Israel de los días de Isaías no debería aplicarse a nosotros:
“Sordos, oíd, y vosotros, ciegos, mirad para ver.¿Quién es ciego, sino
mi siervo? ¿Quién es sordo, como mi mensajero que envié? ¿Quién es ciego
como mi escogido, y ciego como el siervo de Jehová, que ve muchas cosas
y no advierte, que abre los oídos y no oye?” Isaías 42:18-20
Que al recibir el colirio celestial del Espíritu, podamos ver con claridad en medio de las tinieblas que hoy circundan la tierra.
En la siguiente, la conclusión.
En la siguiente, la conclusión.
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