“Por
la fe Enoc fue trasladado al cielo para que no viera muerte; y no fue hallado porque Dios lo trasladó; porque antes de ser trasladado recibió
testimonio de haber agradado a Dios”. Hebreos 11:5 LBLA
En
mi juventud recuerdo haber leído un libro del oceanógrafo Jacques
Costeau llamado "El Mundo del Silencio" que hablaba de sus primeras
experiencias de buceo en aguas profundas y quedé cautivado por el mar y
los heroicos buceadores.
Descubrí
que para sumergirse hasta los 40 o 50 metros, usaban aire
comprimido en sus tanques. Pero eso les traía algunos problemas.
Sucede
que los gases del aire que ingresan a su organismo se
comprimen con la presión al bajar; para luego descomprimirse al subir.
Lo que pasa entonces es parecido a agitar una botella de gaseosa cerrada
y luego abrirla. Si no se respetan las reglas de ascenso, la violenta
descompresión del nitrógeno y otros gases en la sangre puede provocar
graves daños.
A
fin de evitar esos problemas al alcanzar mayores profundidades,
necesitaban usar una mezcla de gases más livianos -helio y oxígeno por
ejemplo-, para poder permanecer más tiempo bajo las oscuras y frías
aguas. De esa manera, los buceadores pueden vivir, trabajar y respirar sin problemas en un ambiente
extraño y peligroso gracias a sus escafandras y sus tanques.
Algo
parecido sucede con los cristianos. A fin de sobrevivir en este mundo
hostil y pecaminoso, a fin de poder mantener nuestra luz en medio de las
tinieblas, debemos respirar una atmósfera diferente.
Se
nos ha provisto para ello de un equipo especial. No de un traje de
buceo, sino de la armadura completa para pelear las batallas del Señor.
No de tanques y reguladores sino del poder del Espíritu para resistir con éxito los embates del enemigo. No de instrumentos para medir la profundidad,
sino de la poderosa Palabra de Dios que nos libra del abismo del pecado.
La vida de algunos personajes bíblicos ejemplifica lo que significa vivir en la atmósfera del cielo.
Enoc,
séptimo desde Adán vivió respirando un “aire diferente” en medio de la
corrupción del mundo antediluviano. Toda esa
generación fue destruida, pues solamente pensaban en hacer el mal.
No obstante se dice de él que “vivió
en medio de una sociedad que no era más amiga de la justicia que la
nuestra, La atmósfera que respiraba estaba contaminada de pecado y
corrupción, como la nuestra; no obstante, vivió una vida santa. Los
pecados que prevalecían en la época en que vivió, no lo mancillaron. Del
mismo modo nosotros podemos mantenemos puros e incorruptos... Fue
trasladado al cielo gracias a su fiel obediencia a Dios”. ¡Maranata: El Señor Viene! Página 63
Lo
mismo podría decirse de Elías y Juan el Bautista, que resaltaron en una
época de abierta apostasía e incredulidad como fieles testigos. No le
echaron la culpa a las circunstancias ni imitaron a los demás. No se
dejaron llevar por la corrupción imperante ni del espíritu orgulloso y
egoísta de la época.
¿Se dice lo mismo de ti y de mi?
Jesús fue sin dudas, el ejemplo máximo de vivir incontaminado en medio
de la contaminación. No hubo forma de que Satanás y sus aliados
-angélicos o humanos- consiguieran hacerlo caer en siquiera un mal
pensamiento; menos aún en una mala acción.
El
mismo poder que les alentó y los sostuvo a ellos está disponible para
todos los cristianos, no importa lo pusilánimes que sean o lo
debilitadas que se hallen sus mentes a causa de la trangresión de la ley
divina.
Comparto un par de citas desafiantes al respecto:
- "Nuestras almas deben estar rodeadas por la atmósfera del cielo. El que profesa seguir a Cristo debe vigilarse, mantenerse puro y sin contaminación en sus pensamientos, palabras y actos. Su influencia sobre los demás debe ser elevadora. Su vida ha de reflejar los brillantes rayos del Sol de justicia." -CM pag. 197 (ed. ACES) (1913).
Es
nuestro privilegio respirar la atmósfera del cielo. Podemos hacerlo hoy
mismo, alzando nuestros ojos para recibir un espíritu diferente, de
parte de Aquel que anhela darnos todo bien.
En realidad, NECESITAMOS respirarla. De otro modo no seremos trasladados al cielo.
Allí
todos viven en medio de un ambiente diferente. Ambiente de amor, de
gozo, de paz, de servicio abnegado, de compañerismo sin fisuras y de
renunciamiento propio.
En
la cita final creo encontrar los elementos para resistir la presión de
la atmósfera pecaminosa que nos rodea. Considerémosla con cuidado:
- “Aunque estemos rodeados de una atmósfera corrompida y manchada, no necesitamos respirar sus miasmas, antes bien podemos vivir en la atmósfera limpia del cielo. Podemos cerrar la entrada a toda imaginación impura y a todo pensamiento perverso, elevando el alma a Dios mediante la oración sincera. Aquellos cuyo corazón esté abierto para recibir el apoyo y la bendición de Dios, andarán en una atmósfera más santa que la del mundo y tendrán constante comunión con el cielo. Necesitamos tener ideas más claras de Jesús y una comprensión más completa de las realidades eternas. La hermosura de la santidad ha de consolar el corazón de los hijos de Dios: y para que esto se lleve a cabo, debemos buscar las revelaciones divinas de las cosas celestiales. Extiéndase y elévese el alma para que Dios pueda concedernos respirar la atmósfera celestial. Podemos mantenernos tan cerca de Dios que en cualquier prueba inesperada nuestros pensamientos se vuelvan a él tan naturalmente como la flor se vuelve al sol”. El Camino a Cristo - Página 99
Tomemos hoy la determinación de respirar la atmósfera del cielo.
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