"Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan, y los llevó aparte solos a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos. Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos". Marcos 9:2,3
Los discípulos necesitaban ver la gloria de Jesús, de modo que se manifestó en el monte mediante una luz brillante. Marcos intenta en vano explicar la blancura de la apariencia de Cristo usando una comparación tras otra, hasta que al final se rinde. El brillo no tiene comparación con ninguno que haya visto. Es que fuera de Su presencia, el resto no es sino oscuridad, negras e impenetrables tinieblas.
Continuando con la entrada anterior, recuerdo un incidente que relataba el oceanógrafo Jacques Costeau en su libro "Mundo sin sol" acerca de sus primeras incursiones submarinas. Había bajado más de 50 metros y atrapó con el arpón un pez. Grande fue su sorpresa cuando la sangre de ese pez tenía ¡color verde! Decidió subir a examinar ese pez curioso, pero a medida que ascendía la sangre iba cambiando de color paulatinamente; hasta que cerca de la superficie ya había adquirido el familiar color rojo.
Una propiedad de la luz es la dispersión refractiva, es decir, la capacidad de la luz "blanca" de separarse en sus colores constituyentes; un fenómeno familiar que se ve en el arco iris, por ejemplo. La luz que nos llega del sol es en realidad una mezcla de colores.
Cuando Jesús se transfiguró delante de sus discípulos apareció de un blanco indescriptible; cuando se presenta la visión de Cristo glorioso en Apocalipsis 1 sucede algo similar: su rostro, cuerpo y ropas se ven blanquísimos.
Esto se debe a que nuestros ojos solamente pueden captar cierta intensidad de luz. Cuando el umbral es muy bajo, vemos todo de color pardo (como sucede al atardecer o en penumbras); por el contrario, si la luz es demasiado intensa, solamente captamos el color blanco.
Por eso la Biblia dice: "mas todas las cosas, cuando son puestas en evidencia por la luz, son hechas manifiestas; porque la luz es lo que manifiesta todo". (Efesios 5:13)
La luz se equipara en las Escrituras con Dios mismo, con Cristo, con la Biblia, con su ley y con la verdad. Quiero concentrarme en esta última, pues procede del Señor y de su Palabra como luz para nuestra senda (Salmos 43:3; 119:105).
La verdad, como la luz, puede tanto "blanquear" nuestras vidas (con la perfecta justicia del Cordero de Dios), como poner en evidencia las deficiencias del carácter de quienes no se han rendido a su gracia. Tiene la capacidad de discernir en lo profundo del alma y mostrar lo que hay dentro con claridad, iluminando las conciencias y revelando las más ocultas manchas de pecado.
La luz de la verdad nos fue dada para conocer el amor del Salvador: "Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo". 2º Corintios 4:6
La verdad, más que una serie de conocimientos abstractos, es un principio transformador, cuando es manifestada en la vida de los que "recibieron el amor de la verdad para ser salvos" (2º Tesalonicenses 2:10).
- Conocerla nos hace libres para obedecer su voluntad.
"Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" Juan 8:32
- Seguirla nos asegura la vida eterna.
"Compra la verdad, y no la vendas". Proverbios 23:23
- Practicarla nos ayuda a avanzar por la fe hacia la salvación.
"Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, Que va en aumento hasta que el día es perfecto". Proverbios 4:18
- Ejemplificarla nos hace la luz del mundo
"Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder". Mateo 5:14
No debemos engañarnos con la idea de que basta con simplemente creer cualquier cosa para ser salvos. No todos los caminos conducen a Roma. Necesitamos creer en la verdad que purifica el alma para que se cumplan los propósitos de Dios en nuestra vida. Únicamente así reflejaremos el carácter de Dios. Para ver, andar y gozarnos en la luz de la verdad, necesitamos en todo momento fijar los ojos en nuestro único y suficiente Sumo Sacerdote, Cristo Jesús. Ese es el objetivo final de la verdad, conducirnos de las tinieblas de este mundo a su luz admirable.
Hagamos nuestras las palabras de este precioso himno:
Tan triste y tan lejos de Dios me sentí
Y sin el perdón de Jesús
Mas cuando su voz amorosa oí
que dijo: “Oh, ven a la luz”
Yo todo dejé para andar en la luz
No moro en tinieblas ya mas
Encuentro la paz en seguir a Jesús
Y vivo en la luz de su faz
Y sin el perdón de Jesús
Mas cuando su voz amorosa oí
que dijo: “Oh, ven a la luz”
Yo todo dejé para andar en la luz
No moro en tinieblas ya mas
Encuentro la paz en seguir a Jesús
Y vivo en la luz de su faz
Himnario Adventista - Himno 222 -
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