sábado, 17 de julio de 2010

MI TESTIMONIO

Hay cosas que uno tarda en aprender. Conceptos que tiene por sabidos pero que en realidad son ajenos a nuestra experiencia diaria. Aunque me bauticé a fines del año 1978, no fue sino hasta mediados del año 1989 cuando recién comencé a entender que era un testimonio. 
En un congreso al que asistí, me pidieron que escribiera mi testimonio, lo que me puso en un aprieto por cuanto jamás había siquiera pensado en dar mi testimonio en forma regular.
No sabía que poner en el papel, en gran medida porque suponía que tendría que contar algo así como que había sido rescatado de la drogadicción, de la posesión demoníaca o de una vida criminal. Veía mi vida como bastante buena, correcta y moral desde mi juventud. Los pecados de los que me había arrepentido no eran nada público y en suma ¿qué podría yo decir de impactante?
En mi desesperación comprendí que no necesitaba comentar nada sensacional. Solamente tenía que hablar de la larga y silenciosa lucha que el Espíritu Santo había emprendido contra mi alma pecaminosa, mi porfiada resistencia durante ocho años y el admirable triunfo que el Señor había conseguido en mí.
Era precisamente la falsa seguridad que yo abrigaba la que me había mantenido fuera del alcance del amor de Dios, de responder a su gracia y rendirle mi vida. 
Cuando tuve mis primeras nociones de la existencia de Dios a través de diferentes medios, lo primero que sentí era que podría encontrar en la Biblia la seguridad, la paz y el sentido del que por entonces carecía. 
Siempre fui muy inseguro de niño, sobre todo por un defecto físico congénito que me avergonzaba, por mi debilidad y mi torpeza, que ahora veo que fueron más que nada ideas que otros sembraron en mi.
Escribií finalmente en aquel día, que al encontrarme con Jesús recibí no solamente el perdón de mis pecados, sinó un nuevo sentido a mi vida, una completa paz y la seguridad que antes no tenía.Ya diré algo de eso en la próxima entrada.
Pero con el paso del tiempo comprendí que el testimonio no se construye con hechos del pasado. Son las vivencias de cada día las que me pueden ayudar a contar a todos lo que el maravilloso Jesús está haciendo en mi vida. 
Los resultados de su obra en mi vida, por otra parte, hablan mejor que mis palabras. Y mis rebeldías, debilidades y defectos ¡ay!, testifican también de lo necesitado de su gracia que sigo estando.
 Mirando atrás puedo ver los abismos de iniquidad de los que el Señor me rescato, los valles oscuros por los que me condujo, los ríos de misericordia que derramó sobre mí y las alturas que me hizo alcanzar. 
El paisaje actual no es muy diferente, salvo que su perdón, su gracia y su amor me dieron la victoria sobre muchas de mis inseguridades, errores y pecados del pasado. 
Al mirar luego hacia adelante, puedo ver más luchas (mi corazón todavía alberga males que no conozco), más pruebas y tristezas que me aguardan, más necesidad de caer a sus pies en busca de perdón. 
Pero puedo ver, por sobre todo, que su vara y su cayado me infundirán aliento hasta el día en que pueda llegar a la luz que brilla al final del sendero, luz que emana de la ciudad celestial, al acabar mi peregrinaje. 
Si, puedo confiar en Dios, puedo creer en su amor, puedo tener esperanza para  el futuro. Puedo, por sobre todo, decir confiadamente en mi testimonio actual como el profeta Jeremías: "Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad". Lamentaciones 3:22,23

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