"Y los hijos de Israel oyeron decir que los hijos de Rubén y los hijos de Gad y la media tribu de Manasés habían edificado un altar frente a la tierra de Canaán, en los límites del Jordán, del lado de los hijos de Israel. Cuando oyeron esto los hijos de Israel, se juntó toda la congregación de los hijos de Israel en Silo, para subir a pelear contra ellos". Josué 22:11,12
En el tiempo cuando los israelitas se establecieron en Canaán, dos tribus y media quedaron al otro lado del río. Se les había dado a estas, claras instrucciones de no adorar los ídolos de esa tierra y ofrecer sus sacrificios solamente en el tabernáculo construido por Moisés que por entonces estaba en Silo.
El rumor de la construcción del altar llevó a todos a la lógica conclusión de que sus hermanos habían caído en la idolatría. Tenían aun penosamente fresco en la memoria el caso del pecado de Acán con sus terribles resultados, y las 9 tribus y media se reunieron espontáneamente para tomar medidas urgentes.
Comisionaron entonces a una delegación presidida por Finees hijo del sacerdote Eleazar para investigar en persona el asunto. En el diálogo subsiguiente (ver vss. 15-29), los rubenitas y gaditas aclararon respetuosamente que dicho altar solo tenía como fin recordar su pertenencia al pueblo de Jehová y que no harían sacrificios en el.
"Y dijo Finees... a los hijos de Rubén, a los hijos de Gad y a los hijos de Manasés: Hoy hemos entendido que Jehová está entre nosotros, pues que no habéis intentado esta traición contra Jehová. Ahora habéis librado a los hijos de Israel de la mano de Jehová. Y el asunto pareció bien a los hijos de Israel, y bendijeron a Dios los hijos de Israel; y no hablaron más de subir contra ellos en guerra... Y los hijos de Rubén y los hijos de Gad pusieron por nombre al altar Ed; porque testimonio es entre nosotros que Jehová es Dios". (vss. 31-34)
La impaciencia en actuar, el dejarse llevar por la ira, el deseo de hacer justicia por su cuenta y el escuchar rumores, pudieron en este caso haber ocasionado un desastre de proporciones inimaginables. Felizmente, este pasaje tiene una nota positiva en cuanto al pueblo de Dios:
No obraron con apresuramiento ni permitieron que las armas hablaran antes que la razón.
A veces y demasiado frecuentemente, el amor propio, la pasión o la soberbia son los que dictan el tono de nuestras relaciones con nuestros hermanos. La razón, la paciencia, el amor fraternal y la tolerancia son moneda tristemente escasa.
Hablar primero y disparar después. Este sería el principio a seguir en nuestras relaciones, que nos evitaría muchos malentendidos y airadas trifulcas.
El aceite del Espíritu debe suavizar los roces entre las coyunturas del cuerpo de Cristo y fluir en abundancia de nuestros corazones.
Debemos considerarnos con humildad a nosotros mismos y considerar a los demás como superiores a nosotros en pro de la paz y la unidad de la iglesia comprada con la sangre preciosa de Jesús.
Recordemos el pasaje inspirado:
"Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios. Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas". Santiago 1:19-21
En el tiempo cuando los israelitas se establecieron en Canaán, dos tribus y media quedaron al otro lado del río. Se les había dado a estas, claras instrucciones de no adorar los ídolos de esa tierra y ofrecer sus sacrificios solamente en el tabernáculo construido por Moisés que por entonces estaba en Silo.
El rumor de la construcción del altar llevó a todos a la lógica conclusión de que sus hermanos habían caído en la idolatría. Tenían aun penosamente fresco en la memoria el caso del pecado de Acán con sus terribles resultados, y las 9 tribus y media se reunieron espontáneamente para tomar medidas urgentes.
Comisionaron entonces a una delegación presidida por Finees hijo del sacerdote Eleazar para investigar en persona el asunto. En el diálogo subsiguiente (ver vss. 15-29), los rubenitas y gaditas aclararon respetuosamente que dicho altar solo tenía como fin recordar su pertenencia al pueblo de Jehová y que no harían sacrificios en el.
"Y dijo Finees... a los hijos de Rubén, a los hijos de Gad y a los hijos de Manasés: Hoy hemos entendido que Jehová está entre nosotros, pues que no habéis intentado esta traición contra Jehová. Ahora habéis librado a los hijos de Israel de la mano de Jehová. Y el asunto pareció bien a los hijos de Israel, y bendijeron a Dios los hijos de Israel; y no hablaron más de subir contra ellos en guerra... Y los hijos de Rubén y los hijos de Gad pusieron por nombre al altar Ed; porque testimonio es entre nosotros que Jehová es Dios". (vss. 31-34)
La impaciencia en actuar, el dejarse llevar por la ira, el deseo de hacer justicia por su cuenta y el escuchar rumores, pudieron en este caso haber ocasionado un desastre de proporciones inimaginables. Felizmente, este pasaje tiene una nota positiva en cuanto al pueblo de Dios:
No obraron con apresuramiento ni permitieron que las armas hablaran antes que la razón.
- Primero se tomaron tiempo para escuchar las razones de sus hermanos y estuvieron dispuestos a aceptar sus argumentos.
- Luego se gozaron en que la unidad se mantuviera. El Comentario Bíblico Adventista afirma: "Si los hombres de las tribus que se establecieron al oeste del Jordán hubiesen actuado impulsados por motivos egoístas, habrían sido demasiado orgullosos para regocijarse de que se habían equivocado al hacer las acusaciones, y habrían buscado otro motivo de queja. Algunas veces los hermanos cristianos se enorgullecen tanto de sus propias opiniones que desean más la victoria sobre un supuesto antagonista que la vindicación de la justicia. Los que viven cerca del Señor están dispuestos a admitir su error y se interesan más en alcanzar la verdad que en convencer a otros de que tienen razón". (Tomo 2 com. sobre Josué 22)
- Finalmente, lo mejor de todo es que dieron por finalizado el incidente y olvidaron el asunto.
A veces y demasiado frecuentemente, el amor propio, la pasión o la soberbia son los que dictan el tono de nuestras relaciones con nuestros hermanos. La razón, la paciencia, el amor fraternal y la tolerancia son moneda tristemente escasa.
Hablar primero y disparar después. Este sería el principio a seguir en nuestras relaciones, que nos evitaría muchos malentendidos y airadas trifulcas.
El aceite del Espíritu debe suavizar los roces entre las coyunturas del cuerpo de Cristo y fluir en abundancia de nuestros corazones.
Debemos considerarnos con humildad a nosotros mismos y considerar a los demás como superiores a nosotros en pro de la paz y la unidad de la iglesia comprada con la sangre preciosa de Jesús.
Recordemos el pasaje inspirado:
"Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios. Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas". Santiago 1:19-21
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