Por eso se me ocurrió este título que puede parecer contradictorio.
Comencemos por el principio; la muerte es un enemigo, algo rechazado por malo y tenebroso, ¿cómo puede tener alguna bendición?
Sin embargo, la hay. "Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor"... Apocalipsis 14:13
¿Qué puede tener de bueno la muerte?
Para muchos, es un misterio insondable, fuente de curiosidad y de innumerables teorías y especulaciones sin fundamento.
Aunque el enemigo de las almas tuvo gran éxito en hacerle creer a la mayoría de la humanidad que cuando uno muere en realidad no está muerto (recuerden su primer mentira expresada en el jardín del Edén: "no moriréis"), sino que pasa a un plano superior de existencia, a otra vida mejor que la actual; el hecho asombrosamente simple, de acuerdo a las Escrituras, es que al morir, sencillamente estamos muertos; dejamos de existir en cuerpo, alma y espíritu.
La Biblia lo expresa así:"Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido. También su amor y su odio y su envidia fenecieron ya; y nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol". Eclesiastés 9:5,6
Jesús la comparó con un sueño. Los que "duermen" en sus tumbas ya no participan ni son afectados por lo bueno o malo que sucede en este triste planeta. Cesa al cerrar sus ojos, su posibilidad ulterior de perderse o de salvarse. La inconsciencia del sueño de la muerte pone al fallecido fuera del alcance de toda intervención propia y ajena en los asuntos de este mundo y del venidero, hasta el momento de la gloriosa venida de Cristo.
Este definitivo y fatal acontecimiento afecta a cada uno de manera diferente según su situación.
- Para el ateo e incrédulo, la muerte es algo horrible, la penosa e inevitable certeza de la cesación de la existencia.
- Para el apóstata, es el espanto del juicio y de la terrible retribución de sus descarriados actos.
- Para el enemigo de la causa de Dios es el temido freno a su loca carrera.
Para el hijo de Dios sufriente, es la anticipación de la segunda venida de Cristo, el descanso de todas sus luchas: "Perece el justo, y no hay quien piense en ello; y los piadosos mueren, y no hay quien entienda que de delante de la aflicción es quitado el justo". Isaías 57:1
Para el creyente temeroso y perplejo, es momento de reflexión: "Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón". Eclesiastés 7:2
Para el perseguido injustamente por amor su causa, es el momento de encontrarse con Aquel que es la justicia: "Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida". 2 Timoteo 4:8
Para el que ha perdido un ser querido, es el preludio del reencuentro, que le hace desear con impaciencia la venida del Señor: "Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán. !Despertad y cantad, moradores del polvo! porque tu rocío es cual rocío de hortalizas, y la tierra dará sus muertos". Isaías 26:19
Para todo fiel, si bien es cierto que no es ni puede ser algo grato, finalmente, es el momento en que nuestra lucha termina, un breve lapso hasta que al abrir nuestros ojos podamos contemplar a Aquel que es nuestra esperanza. Le sigue felizmente la gloriosa resurrección y la vida eterna.
La muerte será el último vestigio del pecado en ser eliminado, pero entre tanto que esto suceda, nos recuerda que debemos estar siempre preparados para encontrarnos con nuestro Dios, porque nuestra existencia es efímera y el momento en que se acaba es impredecible.
El apóstol Juan nos invita a permanecer en unión con Jesús, a estar listos y a cuentas con nuestro Salvador, para que ya sea que vivamos o que muramos antes de que regrese, ese encuentro sea un momento de gozo y no de angustiosa separación: "Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados". 1º Juan 2:28
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