jueves, 16 de abril de 2009

NADIE RECUERDA SUS NOMBRES

¿Identificas alguno de estos nombres bíblicos:?
Samúa hijo de Zacur, Safat hijo de Horí, Igal hijo de José, Palti hijo de Rafú, Gadiel hijo de Sodi, Gadi hijo de Susi, Amiel hijo de Gemali, Setur hijo de Micael, Nahbi hijo de Vapsi, Geuel hijo de Maqui.
Seguramente no.
Nadie recuerda hoy con admiración sus nombres.
No pasaron a la historia, aunque todos eran príncipes elegidos de Israel. Todos tuvieron una misión sagrada que realizar y la llevaron a cabo con éxito.
Su participación está registrada en Números 13 con una nota triste. Todos ellos "murieron de plaga delante de Jehová" (vs. 13).
Éstos fueron diez de los doce espías que Moisés mandó a reconocer la tierra de Canaán, a quienes únicamente recordamos como aquellos que dieron un informe desalentador a la congregación.
Vieron e hicieron lo mismo que Josué y Caleb, pero fueron sus conclusiones las que los diferenciaron de estos héroes de la fe. Mientras los primeros consideraban que "con nosotros está Jehová" (Números 14:9), estos diez veían las dificultades y las pruebas que tenían por delante como insuperables e insoportables.
La manera en que vemos y enfrentamos las cosas determina nuestro destino final. Podemos mirar con resuelta fe las posibilidades que el Señor nos abre, o contemplar con tembloroso descreimiento los gigantescos desafíos venideros.
La incredulidad, que resulta primeramente en freno de la obra de Dios y finaliza -con seguridad- en oposición a ella, es actualmente el signo lamentable de algunos cristianos.
Sus efectos visibles son la tibieza espiritual, la falta de compromiso, las críticas, contiendas, discusiones y debates entre un pueblo que debería estar ocupado solamente en predicar el evangelio a un mundo que agoniza por el avance del mal.
Este estado de cosas provoca una reacción de características opuestas que nos lleva a veces a cargar nuestra agenda con programas y estrategias humanas para "reavivar" la iglesia, que suelen resultar ineficaces por no contar con la voluntad de cambio de los rebeldes y descontentos.
Hay cosas que cambiar o mejorar y otras que debemos discutir, pero éstas, lo reitero, deben estar subordinadas a la única tarea que nos encomendó nuestro Señor: ir y predicar el Evangelio a toda criatura y hacer discípulos Mat. 28.18-20
Tengamos presente que el Espíritu Santo es el único agente divinamente designado para cambiar la situación. Clamemos a él y por él. Tengamos hambre del Espíritu. Pidamos sus frutos en nuestra vida. Busquemos recibir por su medio la justicia de Cristo por la fe.
Nuestra parte en el conflicto, por otro lado, no consiste en intentar cambiar a los demás, sino en estar “siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Ped. 3:15)
La iglesia necesita hoy centinelas sobre sus muros que den sonido certero a la trompeta, hombres valientes que den al pecado el nombre que le corresponda, que sean fieles en su cometido y que sin olvidar lo anterior, sean dulces, piadosos, amables, corteses y considerados con el pecador y con sus hermanos flacos de la fe.
Jesús dijo a sus discípulos que su gozo debería basarse en que sus nombres "estén escritos en los cielos".
Recuerda, nadie tiene dificultad en recordar los nombres de Josué y Caleb, porque fueron de aquellos héroes "que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros."
¿Tu nombre será recordado por la eternidad?
(Doy crédito por la idea central al pastor Darío Caviglione - AAN)

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