Cuando Pedro fue restaurado amorosamente por Jesús junto a la playa de la pesca milagrosa, según relata la Escritura, "Volviéndose Pedro, vio que les seguía el discípulo a quien amaba Jesús... Cuando Pedro le vio, dijo a Jesús: Señor, ¿y qué de éste?Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú." Juan 21:20-22
Es una tendencia natural del corazón humano compararnos con otros e indagar acerca de la situación de los demás. Pero nuestra experiencia con Cristo es personal. Lo mismo puede decirse de nuestra lucha contra el pecado. La siguiente cita lo corrobora y aunque es larga no tiene desperdicio: " Estamos viviendo ahora en el gran día de la expiación. Cuando en el servicio simbólico el sumo sacerdote hacía la propiciación por Israel, todos debían afligir sus almas arrepintiéndose de sus pecados y humillándose ante el Señor, si no querían verse separados del pueblo. De la misma manera, todos los que desean que sus nombres sean conservados en el libro de la vida, deben ahora, en los pocos días que les quedan de este tiempo de gracia afligir sus almas ante Dios con verdadero arrepentimiento y dolor por sus pecados. Hay que escudriñar honda y sinceramente el corazón. . . Empeñada lucha espera a todos aquellos que quieran subyugar las malas inclinaciones que tratan de dominarlos. La obra de preparación es obra individual. No somos salvados en grupos. La pureza y la devoción de uno no suplirá la falta de estas cualidades en otro. . . Cada cual tiene que ser probado y encontrado sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante. "¡Maranata: El Señor Viene! pag. 91
Tres cosas se destacan en la cita:
- La actitud del corazón
- La lucha contra el mal en nuestra vida
- La prueba del carácter
El Espíritu trabaja individualmente en el corazón, reformando la vida de adentro hacia afuera, pero no lo hace sin nuestro consentimiento.
Primero produce el deseo de pureza y perdón, y es nuestra tarea responder a él con sinceridad del alma, con la convicción de que solamente Cristo puede limpiar nuestra vida. Debemos buscar a Dios tan anhelosamente como el ciervo brama por las corrientes de agua que sacian su sed.
Por causa de nuestra naturaleza no regenerada, esto no sucede sin lucha. Vez tras vez, el pecado quiere levantar su deforme cabeza y retomar el dominio que tenía en nuestro corazón. Necesitaremos todas nuestras fuerzas para resistir, tendremos que luchar para rendirnos a la naturaleza superior implantada por el Espíritu divino. De allí la importancia del dominio propio en la vida cristiana. Nada debe debilitar en lo más mínimo nuestra resolución de anonadar nuestra voluntad.
Finalmente, la prueba no consiste en superar algún requisito o estándar divino, sino en cuan total e incondicionalmente nos hemos rendido al amante llamado de Jesús, cuan decididos fuimos en buscar su rostro y ser librados.
Si tu y yo no nos rendimos, nadie puede hacerlo por nosotros. Es nuestra obra.
Esto no es legalismo, solamente es impotencia humana que busca revestirse del poder prometido y que vence por fe.
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