Después que la rebelión entró en el mundo con la caída de nuestros primeros padres, -Adán y Eva- se propagó rápidamente y la tierra llegó a ser el dominio casi absoluto del maligno.
La escritura dice: "Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia. Y miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra." Génesis 6:5,11,12
Pasaron ya alrededor de 4500 años desde aquel momento en que el Señor intervino en los asuntos humanos, destruyendo la Tierra con un diluvio.
¿Vivimos los que esperamos el regreso inminente de Jesús en días diferentes a los de Noé?
Él mismo advirtió acerca de nuestros tiempos que "como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre." Mateo 24:37
¿Qué más esperamos que ocurra?
Porque aunque el mal seguramente aumentará, no es cuestión de grado.
El pecado ya es insoportable hoy mismo, sin necesidad de más crímenes, estafas, egoísmo, divorcios, sida, enfermedades, accidentes, guerras, pestes, sufrimiento, contiendas, etc.
No es la condición del mundo la que nos debiera preocupar. El asunto del fin tiene más que ver con la actitud de los hijos de Dios hacia el avasallamiento de la ley divina.
El gradual aumento del mal debiera producir en nosotros un creciente rechazo hacia él.
Pero esto no está sucediendo. Es más, parece suceder todo lo contrario.
Los cristianos de hoy podemos observar sin horrorizarnos en lo más profundo de nuestras almas, sin sentir dolor en el corazón, con una indiferencia que alarma, en la televisión o en otros medios, perversidad, crimen, violencia, deshonestidad, impureza, mentira, y toda clase de maldad, reales o ficticias.
Frecuentemente, como Adán, desviamos la atención hacia otros o hacia las circunstancias. No estamos diciendo otra cosa que: "la mujer que me diste o la serpiente que creaste tiene la culpa."
No nos damos cuenta que al obrar así estamos directamente culpando a Dios de ser el causante de nuestra transgresión. Transferir la culpa no la elimina.
Muchos aún, que advierten esta situación, vuelven sus armas contra la organización, apuntando en la dirección equivocada. Sin dudas que la iglesia necesita reformas y conversión en forma urgente. Pero el zarandeo no es tarea de hombres, sino del Señor.
Quieren los que actúan de esta manera corregir el pecado ajeno, no el propio, y colaboran así sin darse cuenta con el enemigo de las almas en traer desánimo a su pueblo y vergüenza a la causa de Dios.
No, el asunto es personal. Siempre lo fue y siempre lo será.
Cada uno de nosotros debe reformarse para que la iglesia sea reformada.
¿Cómo modificar esto?¿Quién puede cambiarlo?
Atendamos a esta cita:
"La expulsión del pecado es obra del alma misma. Por cierto, no tenemos poder para librarnos a nosotros mismos del dominio de Satanás; pero cuando deseamos ser libertados del pecado, y en nuestra gran necesidad clamamos por un poder exterior y superior a nosotros, las facultades del alma quedan dotadas de la fuerza divina del Espíritu Santo y obedecen los dictados de la voluntad, en cumplimiento de la voluntad de Dios." ¡Maranata: El Señor Viene! Pag. 89
¿Clamas a Dios por liberación del pecado en tu vida?
Continuamos en la siguiente entrada.
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