Suele
ocurrir que con frecuencia me pierdo detalles de alguna conversación.
Sea por mi hipoacusia, sea por distraído o porque esté pensando en
alguna otra cosa.
Es
una sensación muy fea darse cuenta que hemos perdido el hilo, pero es
todavía peor cuando nos encontramos desprevenidos ante una situación a
la que debimos haber prestado atención en su momento.
Y cuando las circunstancias nos golpean en la cara, nos preguntamos: ¿cómo pudo pasar esto...?
En
la última reunión de Jesús con sus discípulos sucedió algo similar. El
relato de las Escrituras menciona que en cierto momento de la última
cena “Jesús se conmovió en espíritu, y declaró y dijo: De cierto, de cierto
os digo, que uno de vosotros me va a entregar. Entonces los discípulos
se miraban unos a otros, dudando de quién hablaba. Y uno de sus
discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús. A
éste, pues, hizo señas Simón Pedro, para que preguntase quién era aquel
de quien hablaba. El entonces, recostado cerca del pecho de Jesús, le
dijo: Señor, ¿quién es? Respondió Jesús: A quien yo diere el pan mojado,
aquél es. Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de Simón. Y
después del bocado, Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo: Lo que
vas a hacer, hazlo más pronto”. Juan 13:22-27
Los siguientes comentarios que agrego arrojan luz sobre aquel momento crucial:
“Aun
entonces los discípulos no sospecharon de Judas. Pero vieron que Cristo
parecía muy afligido. Una nube se posó sobre todos ellos, un
presentimiento de alguna terrible calamidad cuya naturaleza no
comprendían. Mientras comían en silencio, Jesús dijo: “De cierto os
digo, que uno de vosotros me ha de entregar.” Al oír estas palabras, el
asombro y la consternación se apoderaron de ellos. No podían comprender
cómo cualquiera de ellos pudiese traicionar a su divino Maestro. ¿Por
qué causa podría traicionarle? ¿Y ante quién? ¿En el corazón de quién
podría nacer tal designio? ¡Por cierto que no sería en el de ninguno de
los doce favorecidos, que, sobre todos los demás, habían tenido el
privilegio de oír sus enseñanzas, que habían compartido su admirable
amor, y hacia quienes había manifestado tan grande consideración al
ponerlos en íntima comunión con él!” {DTG pag. 610}
En
un ambiente tenso y cargado de expectativa, los discípulos -uno tras
otro-, le habían preguntado al Señor “¿soy yo?”. Fue entonces Juan el
encargado de hacer más directo el interrogante:
- “Señor, ¿quién es?"
Lo
llamativo es que, ante la pregunta, Jesús dio una señal directa que fue
pasada por alto por todos los presentes. Tomó pan, lo mojó y se lo
ofreció al traidor. Judas comió lo que el Señor le ofreció sin
mostrar emoción alguna. Luego salió para entrar definitivamente en la
noche de la perdición. “Hasta
que hubo dado este paso, Judas no había traspasado la posibilidad de
arrepentirse. Pero cuando abandonó la presencia de su Señor y de sus
condiscípulos, había hecho la decisión final. Había cruzado el límite”.
{DTG 611}
¿Es que ninguno prestó atención a sus palabras?
En
reiteradas ocasiones el Salvador les había advertido de su arresto,
tormento y muerte, pero sus oídos parecían cerrados a estas palabras, su
mente parecía rechazar todo pensamiento de esa naturaleza.
Es que sus
intereses y esperanzas estaban en otra parte.
¿Podría estar pasándonos lo mismo a nosotros?
¿Habrá también algo que nuble nuestra comprensión de los sucesos actuales?
Debemos
considerar lo que sucedió aquella noche y aprovechar las lecciones de
las Escrituras para que no caigamos en el mismo error.
Pero aún hay otro elemento que impide que prestemos la debida atención. Se encuentra en la continuación del relato: “Le
dijo Simón Pedro: Señor, ¿a dónde vas? Jesús le respondió: A donde yo
voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás después. Le dijo Pedro:
Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? Mi vida pondré por ti. Jesús
le respondió: ¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo: No
cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces”. Juan 13:36-38
¡Pobre
Pedro! Tenía tanta confianza en sí mismo que se creyó capaz de soportar
la presión de los acontecimientos que vendrían. La presunción adormeció
al apóstol en una falsa seguridad. Creyó que su amor por Cristo era tan
fuerte que no podría caer, y así despreció la advertencia de su
Maestro. Su despertar fue terriblemente doloroso; se encontró negando a
su Señor y tuvo que derramar amargas lágrimas.
Y
no carguemos las tintas con Pedro, pues los demás discípulos
compartieron la misma suerte; el arresto de Jesús los tomó desprevenidos
y salieron corriendo a esconderse.
La
distracción y la auto confianza son dos de los factores que impiden que
prestemos atención. Ambas tienen su origen en nuestro yo orgulloso y egoísta, que nos lleva a centrarnos en nosotros mismos y a confiar desmedidamente en nuestra fuerza y capacidad.
Necesitamos orar y vigilar nuestros pasos para que
el Espíritu nos ayude a mantenernos sumisos y atentos a toda indicación
divina.
“Mi
mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice
Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que
tiembla a mi palabra”. Isaías 66:2
¿Prestarás atención?
reciban muchas bendicones, les invito a mi blo www.creeenjesusyserassalvo.blogspot.com
ResponderEliminarDOY MI TESTIMONIO DE SANIDAD DE CANCER INVASIVO PARA LA GLORIA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.
Precioso amigo, que Dios le bendiga, saludos
ResponderEliminar