“Acudiendo
Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo
que lees? El dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a
Felipe que subiese y se sentara con él” Hechos 8:30,31.
Recuerdo
a dos hermanos que asistían a la misma iglesia que yo. Se sentaban al
frente en la hora del sermón para reírse de cierto predicador que
hablaba un mal castellano mezclado con guaraní. Estos amigos míos tenían
predilección por burlarse de él y solían contar las veces que se
equivocaba al decir algo. Demás está decir que no prestaban la más
mínima atención al mensaje del predicador.
No
los puedo culpar, porque todos tenemos esa tendencia negativa a prestar
atención a los detalles dejando de lado el mensaje central.
Es
un error muy extendido, entre quienes nos llamamos cristianos,
desmenuzar textos bíblicos para enfatizar una pequeña parte, y
despreciando al mismo tiempo la enseñanza central de ese pasaje.
¿Cómo saldrías tú, si se te preguntara “entiendes lo que lees”?
La
parábola del rico y Lázaro es un claro ejemplo del mal uso de las
Escrituras. Se la ha utilizado hasta el cansancio para sostener cosas
que el resto de la Biblia niega en forma rotunda y se ha comprendido mal
su texto.
Veamos primero que dice: “Había
un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada
día banquete con esplendidez. Había también un mendigo llamado Lázaro,
que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas, y ansiaba
saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros
venían y le lamían las llagas. Aconteció que murió el mendigo, y fue
llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y
fue sepultado. Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio
de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Entonces él, dando voces,
dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que
moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy
atormentado en esta llama. Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que
recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste
es consolado aquí, y tú atormentado. Además de todo esto, una gran sima
está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren
pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá. Entonces le
dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque
tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan
ellos también a este lugar de tormento. Y Abraham le dijo: A Moisés y a
los profetas tienen; óiganlos. Él entonces dijo: No, padre Abraham; pero
si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. Mas
Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se
persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos”. Lucas 16:19-31
Las
parábolas son narraciones que contienen elementos simbólicos, en ellas
lo importante no son los detalles sino la enseñanza central, por lo cual
no sirven para sentar doctrina.
Un
principio muy importante de interpretación bíblica al respecto, es que
cada parábola fue narrada para enseñar una verdad fundamental, y sus
pormenores están allí para darle forma al relato. Es decir, que los
detalles de una parábola no necesariamente tienen un significado
literal, a menos que el contexto deje en claro que ese significado es
parte integral de la intención original.
1- Lo que no intenta enseñar esta parábola:
- No es su intención explicar el estado de los muertos.
- No es una descripción del cielo y el infierno.
- Tampoco intenta presentar un sistema de justificación.
El error de centrarse en los detalles nos llevaría a conclusiones disparatadas.
Por ejemplo, ¿todos los salvados estarán sentados en el regazo de Abraham? Sería un poco incómodo ¿verdad?
O
la idea de que el cielo y el infierno están separados por algo así como
una calle de distancia ¿Cómo podrían los redimidos gozar de las
bienaventuranzas del cielo teniendo a la vista semejante tormento?
Pero
lo peor de todo es que la idea de recompensa y castigo que aquí se
presenta, no tiene relación con la justificación por la fe o con la
gracia, para centrarse en la condición social de cada quién ¿Los pobres
van al cielo y los ricos al infierno?
Con toda seguridad Jesús no enseñaba herejías. Este relato será más bien aprovechado si captamos su mensaje central.
2- Lo que sí enseña:
Consideremos
el contexto y los destinatarios de esta parábola. Aunque la contó ante
una audiencia variada, estaba destinada a los fariseos que confiaban en
su condición de hijos de Abrahám más que en la justicia de Dios por la
fe. Toda la esperanza de salvación que tenían se basaba en sus buenas
obras y en el cumplimiento exterior de la ley. Ellos se burlaban del
mensaje de Cristo y rechazaban los valores del reino de Dios.
La
parábola consiste de dos escenas: una representa esta vida (vers.
19-22); la otra, la vida futura (vers. 23-31). Como vemos, se ocupa
mucho más en lo celestial que en lo terrenal. Y es así puesto que
nuestra vida aquí es apenas una preparación para la vida futura e
inmortal.
La
parábola del mayordomo infiel (narrada en el mismo capítulo),
presentaba el problema en forma positiva, es decir, desde el punto de
vista de uno que había hecho los preparativos para el futuro. La
parábola del rico y Lázaro presenta el mismo problema, pero desde el
punto de vista negativo, es decir, destacando la actitud del que no hizo
la preparación necesaria. El rico se equivocó al pensar que la
salvación se basaba en ser descendiente de Abrahám y no en la
preparación individual. Tal era el dilema de los fariseos.
El versículo 31 es la clave del relato, su moraleja. Afirma que si no prestamos atención al mensaje de las Escrituras, ninguna otra cosa podrá convencernos.
El
asunto central es que la manera en que aprovechamos las oportunidades
de esta vida determinará nuestra salvación y nuestro destino futuro.
Los
fariseos eran muy celosos en cumplir todo tipo de leyes minuciosas,
inventadas por ellos mismos, pero dejaban de lado lo más importante, al
rechazar al Autor de la ley.
Es
también notable que esta es la única parábola que presenta un personaje
con nombre. Y no es casual. El pedido del rico era que alguien de entre
los muertos le testificara a sus parientes para que no se perdieran,
pero cuando se le remitió al testimonio de las Escrituras, su respuesta
fue un enfático no.
Fue justamente Lázaro, un resucitado de entre los muertos quien les testificaría de la divinidad de Cristo, “pero
los principales sacerdotes acordaron dar muerte también a Lázaro,
porque a causa de él muchos de los judíos se apartaban y creían en
Jesús”. Juan 12:10,11
¡Qué
tremenda obstinación! Al rechazar el mensaje, decidieron también acabar
con el mensajero. Y así sucederá con todos los que prefieran sus
opiniones acariciadas antes que un positivo “así dice el Señor”.
Es
necesario que al leer la Biblia no nos espaciemos en los detalles sino
en el propósito por el cual Dios nos la entregó: hallar salvación y
consejo, consuelo y fe, esperanza y valor. No para tener un mero
conocimiento intelectual, o para que tengamos una lista de deberes que
cumplir. El intelectualismo, el formalismo y el legalismo jamás salvarán
a nadie.
¿Entiendes lo que lees?
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