martes, 7 de febrero de 2012

COMO RESOLVÍA JESÚS SUS CONFLICTOS II

“Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente”. 1ª Pedro 2:21-23
Recuerdo que algunos años atrás me tocó dirigir un programa juvenil en la iglesia y las personas que tenían parte en él no cumplieron. Cuando le pedí a alguien ayuda, me contestó ofendido:
-Yo no soy un “tapa agujeros”.
Todo lo que pude hacer fue decirle que yo sí, que estaba dispuesto a hacer lo que fuera por la iglesia. Vale mencionar a su favor, que de todas maneras hizo lo que le pedí.
Hay tres cosas que Jesús nunca hizo: nunca discutió, nunca argumentó y nunca hizo “valer sus derechos”.
Si bien el tenía toda autoridad en el cielo y en la tierra, jamás permitió que su poder fuera impuesto a los demás. Su fortaleza está revestida de humildad y mansedumbre.
Forma parte indispensable del plan de Dios que sus mandatos sean obedecidos voluntaria y libremente.
En la entrada anterior mencioné que el Señor fue cuestionado a cada paso de su carrera. La preocupación de los líderes de Israel era que alguien con un carácter tan atrayente, que realizaba grandes milagros y enseñaba con tanta autoridad, les arrebatara su dominio sobre el pueblo.
En nuestro mundo, el poder es deseado y procurado por la gente. Tiene un poder casi hipnótico sobre las personas, de tal manera que es capaz de cambiar (¿o de revelar?) los corazones. Se dice que basta darle poder a alguien para conocerlo en verdad.
  • Basta un ascenso para que el antes amigable compañero de trabajo se convierta en un despótico canalla.
  • Basta que sea elegido para que el político sonriente que nos saludaba efusivamente se olvide por completo de nosotros.
  • Basta que ese humilde hermano tenga un cargo en la iglesia, para que el orgullo y las contiendas salgan a relucir.
El poder cambia a las personas. Y para mal.
Y la popularidad de Cristo, como no podía ser de otra manera, despertó los celos de los dirigentes que buscaron desacreditarlo poniendo en duda su autoridad.
“Cuando vino al templo, los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se acercaron a él mientras enseñaba, y le dijeron: ¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿y quién te dio esta autoridad?” Mateo 21:23.
Con sabiduría de lo alto, Jesús les devolvió pregunta por pregunta:
-¿De donde venía la autoridad de Juan el Bautista?
Ante su incapacidad de responder sin condenarse ellos mismos, se retiraron derrotados.
¡Qué maravilloso Salvador tenemos! Sin ofenderse ni contraatacar (tal como solemos hacer nosotros), buscó llegar a esos endurecidos corazones por medio de una lógica imposible de refutar. Aunque Cristo tenía enemigos, se diferenciaba de ellos y de nosotros, en que los amaba.
¡Cuántos cristianos necesitan hoy aprender de Aquel que es manso y humilde de corazón, teniendo misericordia de sus hermanos!
¡Cuánto orgullo, egoísmo, suficiencia propia y vanidad saltan a la vista en las contiendas entre los que se dicen cristianos! Para sostener su propia posición, no vacilan en acusar, agredir, insultar y rebajar a aquellos por los cuales el Señor dio su sangre preciosa.
Vergüenza debería darles.
Otro incidente muestra a las claras como debemos proceder cuando se nos cuestiona. “Cuando llegaron a Capernaum, vinieron a Pedro los que cobraban las dos dracmas, y le dijeron: ¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas? El dijo: Sí. Y al entrar él en casa, Jesús le habló primero, diciendo: ¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o de los extraños? Pedro le respondió: De los extraños. Jesús le dijo: Luego los hijos están exentos. Sin embargo, para no ofenderles, ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por mí y por ti”. Mateo 17:24-27
La imprudencia y apresuramiento de Pedro para responder, dieron paso a una lección objetiva de Jesús. Todo lo que él hacía demostraba respeto y consideración hacia los demás; todas sus acciones tenían en cuenta el bienestar y la salvación de aquellos que había venido a rescatar.
Cristo era un verdadero “tapa agujeros”, y deberíamos imitar su ejemplo.
No necesitaba rebajarse, pero lo hizo; no le correspondía servir, pero fue el sirviente modelo; no había nadie mayor que él, pero jamás hombre alguno descendió a las profundidades de la humillación que Cristo soportó.
Finalmente, a sus mismos discípulos que competían por el poder, les dejó una lección de suma importancia acerca de la verdadera grandeza. Haríamos bien en aprovecharla.
“Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor. Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve”. Lucas 22:24-26
¿Quieres dominar, o eres el que sirve?

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