“Profeta
les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis
palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare. Mas a
cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le
pediré cuenta. El profeta que tuviere la presunción de hablar palabra en
mi nombre, a quien yo no le haya mandado hablar, o que hablare en
nombre de dioses ajenos, el tal profeta morirá”.Deuteronomio 18:18-20
¿Deberíamos creer en los profetas en la actualidad?
Muchos
no creen que los profetas sean hoy un medio válido de transmitir la
voluntad de Dios. Afirman que nos basta con la Biblia; que si la
obedecemos no necesitamos profetas ni profecía.
Pero
allí está precisamente la raíz del problema. No todos aceptan las
Sagradas Escrituras como lo que realmente son: la Palabra de Dios.
En consecuencia, no la obedecen.
Por otra parte, han surgido vez tras vez muchas personas que se han autodesignado profetas; pero al ser probados de acuerdo a “la ley y el testimonio” (Isaías 8:20), resultaron ser falsos.
Ahora,
la presencia de una falsificación no nos autoriza a rechazar el don
verdadero, antes bien constituye una prueba de su existencia.
La
creencia en el don profético ha sido una constante a lo largo de la
historia del pueblo de Dios. Ese maravilloso medio de comunicación entre
el Señor y sus hijos ha sido de gran bendición; guiando, aconsejando,
amonestando e instruyendo al antiguo Israel y luego a la iglesia.
Siempre hubo profetas que transmitieran los oráculos divinos, hombres que “hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2ª Pedro 1:21). El producto supremo de tal Inspiración lo tenemos registrado en las páginas de la Sagrada Biblia.
Pero
las Escrituras no son la voz final de Dios. Desde que se cerró el canon
a fines del siglo I hemos recorrido un largo camino, durante el cual la
voz del Espíritu por medio de sus profetas no se ha silenciado. Muchos
profetas no nos dejaron nada escrito, como Juan el Bautista o Agabo, por
ejemplo, sin que eso desmereciera su llamado profético.
Vale preguntarse ¿En el tiempo del fin ya no se oirá la voz de los santos hombres (o mujeres) de Dios para guiar a su pueblo?
Consideremos la siguiente historia:
"Suponga
que estamos a punto de iniciar un viaje en barco. El propietario nos
coloca en las manos el manual de instrucciones, diciéndonos que contiene
instrucciones suficientes para todo el viaje, y que, si atendemos a
aquello que está escrito en el manual, alcanzaremos con seguridad
nuestro destino.
Iniciando
el viaje, abrimos el manual a fin de aprender lo que en el está
escrito. Constatamos que el autor registró allí principios de aplicación
general para nuestra orientación, y nos instruye tanto como es posible,
analizando las varias contingencias que se podrán presentar hasta el
fin. Pero también nos advierte de que la última parte del viaje será
particularmente peligrosa porque el trazado de la costa está siempre
modificándose en virtud de bancos de arena y tempestades.
Para
esta parte final del viaje -prosigue el autor- hice provisión de un
piloto, el cual vendrá a su encuentro y lo orientará completamente en
todas las circunstancias y peligros de esa porción final del viaje.
Atienda sus orientaciones.
Con
base en las instrucciones que están en nuestro poder, conseguimos
llegar a la parte final del viaje; y el piloto, de acuerdo con la
promesa, aparece. Pero algunos miembros de la tripulación se rebelan
contra él cuando nos ofrece sus servicios.
Poseemos
el manual original -dicen ellos-, y eso es suficiente para nosotros.
Nos orientaremos de acuerdo con el, y solo de acuerdo con el. No
queremos saber nada de usted. A partir de ese momento, ¿quien está
realmente siguiendo el manual original de instrucciones? ¿Aquellos que
rechazan al piloto, o los que lo aceptan, siguiendo la orden del
manual?”
No es racional descartar la posibilidad de que hayan nuevos profetas.
Los
adventistas creemos en que hace algo más de un siglo y medio, Dios habló
por medio de una mujer llamada Elena White. En cuanto mi experiencia
respecto a ella, ya escribí una entrada anterior:(ver por qué creo en el don de profecía).
No
obstante, hay muchos al presente, adventistas o no, que rechazan la
postura de la iglesia, acusándola de ser una falsa profetisa. Con un
empeño digno de mejor causa, han disecado sus escritos y examinado su
vida pública, tratando de encontrar algo que criticar. Con un nivel de
agresión verbal que no es digno de cristianos descalifican su obra y sus
escritos. Estos -según veo-, son los que rechazan al piloto.
Los
que son sinceros, primero considerarán por sí mismos y con oración toda
la evidencia, la juzgarán a la luz de la Palabra de Dios y la probarán
por sus frutos (Mateo 7:20). Entonces podrán aceptar la luz o
rechazarla, con toda honestidad y sin culpa.
La
cuestión última que surge de esto es la siguiente; si no estamos
dispuestos a aceptar un profeta moderno tampoco aceptaremos ningún otro
en el futuro.
¿Dejará
olvidados Jesús a sus fieles de los últimos días? No me parece lógico.
Creo firmemente que muy pronto hemos de ver en forma superlativa la
operación del don profético, (ver Joel 2:28-32 y Apocalipsis 18:4).
¿Le haremos caso? Está
en riesgo nuestra vida eterna, pues el Señor nos pedirá cuentas de la revelación
profética que hayamos recibido.
Es mi más sincero anhelo que no seamos arrastrados
por los engaños finales, al no haber apreciado la luz que brilló en
nuestra senda.
Que de tí y de mí pueda decirse: “damos
gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que
oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino
según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los
creyentes”. 1ª Tesalonicenses 2:13
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