“Jehová,
¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo? El
que anda en integridad y hace justicia, y habla verdad en su corazón. El
que no calumnia con su lengua, ni hace mal a su prójimo, ni admite
reproche alguno contra su vecino... El que aun jurando en daño suyo, no
por eso cambia”. Salmos 15:1-4
Cuando
vivían mis abuelos, la palabra empeñada era de más valor que un
documento firmado. En la época de mis padres, la palabra era garantía de
buenas intenciones. Hoy en día, cuando alguien dice o promete algo,
casi con seguridad es señal de que piensa hacer todo lo contrario.
Asistimos
a una verdadera desvalorización de la palabra. Las promesas, los
compromisos, los pactos, los acuerdos y los juramentos están para
romperse. Se hacen o se dicen para escapar de alguna situación incómoda o para
“quedar bien” ante los demás, pero sin la intención de cumplirlos a
rajatabla.
Los
testigos ante el jurado, los novios ante el altar, los socios
comerciales; todos juran decir la verdad y cumplir o mantener su
palabra, pero... ¡con cuanta frecuencia estos vínculos sellados
verbalmente se hacen añicos sin el menor remordimiento!
Se
miente, se falsea y se incumple deliberadamente. Incluso el aviso
previo de que alguien no podrá cumplir con su palabra es algo que va
quedando en el pasado.
Felizmente,
hay excepciones. Grandes, sorprendentes y maravillosas excepciones.
Conozco personas que son incapaces de mentir o de prometer algo que no
puedan cumplir. Todavía hay algunos de entre mis amistades que no
desvalorizan lo que sale de sus labios. Son pocos, pero buenos.
Quisiera
decir que todos ellos son cristianos; pero faltaría a la verdad. Muchos
que no comparten mi fe son más veraces que aquellos que han tomado el
nombre de Jesús para sí.
Esto es verdaderamente trágico. Los
cristianos deberíamos ser conocidos por nuestra sinceridad, porque el
Señor enseñó: “sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede” (Mateo 5:37).
Agrego a lo dicho algunos consejos bíblicos:
- “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado”. Mateo 12:36,37
- “Cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque él no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes. Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas”. Eclesiastés 5:4,5
- “Hijo mío, si salieres fiador por tu amigo, si has empeñado tu palabra a un extraño, te has enlazado con las palabras de tu boca, y has quedado preso en los dichos de tus labios”. Proverbios 6:1,2
Y no escribí todo lo anterior porque sea un viejo anticuado, de aquellos que piensan que “todo tiempo pasado fue mejor”.
No,
creo que la desvalorización de la palabra responde a algo más amplio
que a la descomposición y el rebajamiento de la sociedad (que se
evidencian por si mismos). Entiendo que este mal es parte del plan
satánico destinado a oscurecer la verdad, socavar la fe y la confianza, y
extinguir el amor fraternal.
Si, como afirman algunos, cada uno tiene “su verdad”, ¿dónde queda la mentira?
Si
todo es relativo, y mentir es una costumbre aceptada en la sociedad,
¿en qué lugar colocaremos las verdades del evangelio? ¿Y las de la Biblia?
Si
no podemos confiar en la palabra de los ministros religiosos, o en la
de nuestros hermanos, ¿en quién confiaremos? ¿Son todos unos falsarios?
Cuando Jesús se presenta a sí mismo en el Apocalipsis se lo llama “el testigo fiel y verdadero”
(Apocalipsis 1:5 ; 3:14). Él es la palabra encarnada, el LOGOS
viviente, que no puede mentir, porque en su boca no hay engaño (Isaías
53:9).
Sus
fieles también deberían ser conocidos por esta característica. La
iglesia del Dios viviente no puede tener ninguna comunión con lo
que procede de Satanás, el padre de la mentira. Debemos ser totalmente
veraces, sinceros y fieles, al igual que los discípulos, que
cuando hablaban, la gente reconocía que habían estado con Jesús (ver
Hechos 4:13).
El que tiene la verdad en el corazón la tiene también en su boca.
El que tiene la verdad en el corazón la tiene también en su boca.
La
completa integridad del creyente tiene que alcanzar también a sus
palabras si quiere ser contado entre los 144.000, el remanente final; de
los cuales se dice: “en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios”. Apocalipsis 14:5
¿Hay verdad en tu boca?
¿Hay verdad en tu boca?
por qué se refiere a los 144.000? es un numero especificado en la Biblia?
ResponderEliminarMuy buena nota!!! excelente!
En el Apocalipsis los 144.000 forman un grupo singular. Son sellados por Dios para alcanzar la victoria en el capítulo 7 y se los encuentra victoriosos en el cielo al terminar el conflicto. Básicamente, representan a los que estarán vivos en el momento de la segunda venida de Cristo.
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