Esta semana viajé con mis alumnos a las cataratas del Iguazú, una de las más grandes maravillas del mundo natural.
Tiene
múltiples saltos, pero en la “Garganta del Diablo” las aguas se precipitan desde
una altura de 80 metros, con un estruendo poderoso que puede escucharse a kilómetros de distancia. El espectáculo fue aún mayor porque el caudal
había aumentado tanto que, después de pasar nosotros, cerraron los
accesos por seguridad.
Parado
allí fui consciente de mi pequeñez y fragilidad. Daba miedo mirar hacia
abajo por la furia de las aguas, que caían en incansable tropel
¡Qué poca cosa es el hombre frente a estos portentos de la naturaleza!
Sin
embargo, pude ver al mismo tiempo una gran cantidad de pajaritos,
volando con tranquila seguridad entre las fumarolas formadas por el agua
que caía. Le pregunté a mi guía que aves eran aquellas, y me dijo que
se llamaban vencejos. Me sorprendió encontrarlo en el mismo logotipo del
parque, y quise saber algo más de tan singular criatura y de como hacía
para volar en medio de las cataratas.
Este frágil animalito -denominado “vencejo de cascada”-,
ha resuelto el problema de evitar a los depredadores construyendo el
nido en un lugar de imposible acceso: la pared de roca detrás de la
cascada. Para ello no sólo necesita tener unas buenas uñas y un gran
equilibrio, sino también la fuerza y habilidad necesarias para poder
atravesar volando la potente cortina de agua que cae en las cataratas
del Iguazú.
Vino
entonces a mi mente este maravilloso texto de Lucas, que nos recuerda
que la misma protección, fortaleza y habilidad que ha dado a estas sus
criaturas más pequeñitas está disponible también para los incrédulos
seres humanos.
“¿No
se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos
está olvidado delante de Dios. Pues aun los cabellos de vuestra cabeza
están todos contados. No temáis, pues; más valéis vosotros que muchos
pajarillos”. Lucas 12:6,7
El
amante cuidado del Creador es capaz de sustentar el vuelo de los
vencejos y proporcionarles comida y un lugar seguro donde anidar.
¿Qué no hará entonces por aquellos por quienes murió en la cruz?
“Cuando
apreciamos la verdad,... tenemos un sentido de la gran misericordia y
benevolencia de Dios. Mientras repasamos, no los capítulos oscuros de
nuestra vida, para quejamos, sino las manifestaciones de su gran
misericordia, amor infalible y poder, manifestados en nuestra
liberación, alabaremos mucho más antes que quejarnos. Hablaremos del
amante cuidado de Dios, del Pastor verdadero, tierno y compasivo de su
rebaño, que nadie podrá arrebatar de su mano, como él ha declarado. El
lenguaje del corazón no será egoísta ni descontento, sino que
manifestará alabanzas, como claros manantiales... Alabemos a Dios aquí
en la tierra” (Carta 138, 1897).
Algo
que admiro de los pajaritos es que siempre están cantando, ya sea en
momentos de paz como en medio de la tormenta; con alimento o sin él; al levantarse y al
ocaso. Admirable lección para los corazones tristes y deprimidos de
tantos seres humanos doblegados por las cargas de la vida.
¿Lo alabas tu?
Cantemos
pues, aún teniendo que atravesar las turbulentas aguas de la aflicción.
Hagámoslo con la seguridad de que el Todopoderoso hacedor de los
vencejos es plenamente suficiente para ayudarnos también a nosotros a
atravesarlas y encontrar seguro refugio en la Roca que se encuentra tras
las aguas.
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