“Mirad  bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que  brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean  contaminados.” Hebreos 12:15
¿Cristianos amargados?
Si, los hay; y es una actitud contagiosa y contaminante...
¿Qué cosas pueden hacer que brote?
Muchas  cosas o ninguna. Podemos sentirnos mal por las vicisitudes de la vida,  por no conseguir lo que deseamos, por ser maltratados, por la  injusticia, por la ingratitud de los demás, etc.
O  quizá todas estas cosas pueden también ocurrir sin hacernos mella. Todo  depende de como afrontamos las situaciones que se nos presentan. 
El  texto de Hebreos 12 habla de no permitir que las circunstancias, las  personas, o los propios sentimientos, se interpongan entre nosotros y  nuestro Dios. Todo ello es cizaña, un verdadero estorbo para el  crecimiento espiritual. 
La  horrible raíz de las quejas, el descontento, la envidia, el  menosprecio, las críticas o la ambición insatisfecha, es contrastada  aquí con la disciplina del Señor que produce “fruto apacible de justicia” (vers. 11). 
Este oportuno consejo -tomado del Antiguo Testamento-, nos revela el frecuente origen de la amargura: “No  sea que haya entre vosotros varón o mujer, o familia o tribu, cuyo  corazón se aparte hoy de Jehová nuestro Dios... no sea que haya en medio  de vosotros raíz que produzca hiel y ajenjo.” Deuteronomio 29:18
Dios  es vida, luz y contentamiento para sus hijos; el gozo de su presencia  llena de paz el corazón. Pero cuando nos apartamos de él, entramos  en el dominio de las tinieblas, y sus amargos frutos no se hacen  esperar. Una vida lejos del Señor es una vida de continuos sinsabores y  frustraciones.
Pero  tal sentimientos no son patrimonio exclusivo de los que se apartan de  Dios por completo; también algunos justos cayeron en gran desconsuelo  debido a circunstancias adversas:
- Noemí: “Y ella les respondía: No me llaméis Noemí, sino llamadme Mara; porque en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso.” Rut 1:20
 - Ana: “Ella con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente.” 1 Samuel 1:10
 - Job: “Está mi alma hastiada de mi vida; Daré libre curso a mi queja, Hablaré con amargura de mi alma.” Job 10:1
 
La  vida suele ser dura, las personas pueden ser muy faltas de  misericordia, las cosas pueden salirnos mal. Y los cristianos no estamos  exentos de malas relaciones o de situaciones penosas. 
La amargura más corriente, más injustificada y más persistente, proviene sin embargo de las contiendas entre hermanos:
¡Cuántas veces en la iglesia hemos visto brotar este tipo de raíces malignas!
¡Cuántas  veces una actitud desconsiderada o una palabra inoportuna fertilizó la  amargura en algún corazón, alejándolo para siempre!
¡En  cuántas ocasiones los que fueron comprados con la sangre de Cristo  fueron maltratados por quienes debieran respetarlos, amarlos, cuidarlos y  protegerlos!
¡Con  qué facilidad algunos se permiten expresar animosidad, críticas y malas  sospechas contra los líderes o contra sus hermanos en la fe!
¡Cómo duelen las palabras de aquellos que llamándose cristianos solo tienen hiel y ajenjo que ofrecer! 
¡Ojalá pudieran comprender que un día se nos refregarán en la cara esas expresiones temerarias!
Entre la casa de Saúl y los partidarios de David hubo contiendas que pusieron en riesgo la misma existencia de Israel: “Allí  Abner gritó a voz en cuello, y le dijo a Joab: ¿Vamos a estar siempre  en guerra? Si seguimos así, el final de todos nosotros será muy amargo.  ¿Cuándo vas a decirle a tu gente que deje de perseguir a sus propios  hermanos?´ Y Joab le respondió: Te juro por Dios que, si no hubieras  hablado como ahora lo has hecho, mi gente habría perseguido a sus  hermanos hasta el amanecer.” 2 Samuel 2:26-27 (RV Contemporánea)
El  diálogo se revela aquí como el bálsamo que suaviza las heridas y aleja  las contiendas. Si tuvieramos más cuidado en hablar antes de disparar,  tendríamos menos de que arrepentirnos. 
Pero además cada quien de nosotros debe adoptar la actitud de David ante las situaciones difíciles de resolver: “Y  David se angustió mucho... pues todo el pueblo estaba en amargura de  alma, cada uno por sus hijos y por sus hijas; mas David se fortaleció en  Jehová su Dios.” 1 Samuel 30:6
En estos tiempos necesitamos desesperadamente encontrar fortaleza, fe y valor en Jesús. 
El   Salvador -que dio su vida por su iglesia-, espera que lo busquemos en  las pruebas y que resolvamos nuestros  conflictos en forma armoniosa. Nos  dio además consejos sabios que haríamos bien  en seguir, a fin de que podamos  ser luz en medio de las tinieblas de  este mundo y no parte de ellas. 
“E  hizo Moisés que partiese Israel del Mar Rojo, y salieron al desierto de  Shur; y anduvieron tres días por el desierto sin hallar agua. Y  llegaron a Mara, y no pudieron beber las aguas de Mara, porque eran  amargas; por eso le pusieron el nombre de Mara. Entonces el pueblo  murmuró contra Moisés, y dijo: ¿Qué hemos de beber? Y Moisés clamó a  Jehová, y Jehová le mostró un árbol; y lo echó en las aguas, y las aguas  se endulzaron.” Exodo 15:22-25Como  las ramas del árbol que endulzaron las aguas de Mara, la presencia de  Cristo en nuestra vida quitará toda amargura. 
Pero él no trabaja sin nosotros. Necesitamos esforzarnos en abonar el terreno del corazón con cosas buenas y vigilar las malas raíces para que no puedan prosperar. De lo contrario, no solo nosotros, sino muchos serán contaminados por ellas.
Pero él no trabaja sin nosotros. Necesitamos esforzarnos en abonar el terreno del corazón con cosas buenas y vigilar las malas raíces para que no puedan prosperar. De lo contrario, no solo nosotros, sino muchos serán contaminados por ellas.
La Biblia nos insta con poder: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia.” Efesios 4:31
Extirpa las malas raíces de tu vida antes que se conviertan en frondoso árbol. 

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