PABLO SUPO ELEGIR:
“Sin embargo, todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo. Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo y encontrarme unido a él. No quiero mi propia justicia que procede de la ley, sino la que se obtiene mediante la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios, basada en la fe”. (Filipenses 3:7-10) NVI
-No estoy seguro de que lo consiga...
- Me parece muy difícil dejar de lado lo que siempre creí...
-Nunca podré dejar de...
Me he encontrado muy seguido con personas que al estudiar la Biblia llegaron a convencerse de sus verdades pero que no se animaron a obedecerlas; ya sea por miedo a la opinión de sus familiares, o por la posibilidad de perder el trabajo, o porque no podían abandonar algún vicio, o por alguna otra causa similar.
La elección de Pablo es notabilísima. Su caso se constituyó en un poderoso ejemplo de entrega incondicional a un objetivo superior.
Desde que el pecado entró en el mundo, la gente le teme al compromiso. Muchos titubean en seguir a Cristo porque les parece un sacrificio demasiado grande, o por ver sus demandas como demasiado exigentes.
Él, sin embargo, hizo un balance de pérdidas y ganancias y resolvió que el “incomparable valor de conocer a Cristo” era más importante que cualquier otra cosa.
Habiendo sido un judío ferviente, legalista consumado como todo fariseo, con un porvenir brillante. Teniendo a la vista poder, fama, riquezas y honores, lo abandonó todo y calificó sus antiguos privilegios de “estiércol” o “basura” en comparación con el conocimiento de Cristo.
¿Congeniaría Pablo con los que hoy predican el "evangelio de la prosperidad"? Seguro que no.
Completamente dominado por el nuevo propósito que encontró camino a Damasco, no vaciló en sacrificar todo lo que tenía y en dejar atrás su antigua vida.
¿Congeniaría Pablo con los que hoy predican el "evangelio de la prosperidad"? Seguro que no.
Completamente dominado por el nuevo propósito que encontró camino a Damasco, no vaciló en sacrificar todo lo que tenía y en dejar atrás su antigua vida.
No le importó ser incomprendido, ridiculizado, odiado y perseguido por los que antes habían sido sus amigos, compañeros o admiradores. Únicamente le interesaba la aceptación del Señor.
Tan completa fue su entrega que llegó a considerar un privilegio sufrir por Jesús. Cuando lo azotaban o apedreaban, cantaba; cuando lo echaban a la cárcel, convertía gente; si pasaba hambre o tenía que soportar incomodidades, lo hacía con gozo. De tal manera se había perdido de vista a sí mismo y a su antigua vida, que todo lo que veía era a Cristo.
Para él compartir el evangelio no era una opción sino una obligación. Veía en cada persona con quien se relacionaba un candidato para el reino de los cielos. Por eso le toco llevar el mensaje de salvación a donde ningún otro podría haber llegado.
¿Cómo llegó a tomar una decisión tan extrema?
Para tomar una resolución de este tipo no sirven las motivaciones baratas del estilo de: “el poder está en tí”, o “puedes ser lo que quieras con tan solo proponértelo”. No nos engañemos, hace falta mucho más que eso para llegar a ser como el apóstol.
Porque su compromiso solo puede calificarse con palabras como completo, drástico, absoluto, inapelable y contundente. Nada de medias tintas.
Pero -dirán algunos-, yo no soy así, no voy a poder hacerlo; traté muchas veces y siempre fracasé...
La cita siguiente puede ayudar a quienes piensan que les falta fuerza de voluntad para abandonar alguna cosa o relación que les aparta del Señor:
“Todas las cosas dependen de la correcta acción de la voluntad. Dios ha dado a los hombres el poder de elegir; depende de ellos el ejercerlo. No podéis cambiar vuestro corazón, ni dar por vosotros mismos sus afectos a Dios; pero podéis elegir servirle. Podéis darle vuestra voluntad, para que él obre en vosotros, tanto el querer como el hacer, según su voluntad. De ese modo vuestra naturaleza entera estará bajo el dominio del Espíritu de Cristo, vuestros afectos se concentrarán en él y vuestros pensamientos se pondrán en armonía con él”. (El Camino a Cristo pág. 47)
No se trata entonces de falta de fuerza de voluntad sino de falta de decisión.
De hecho, desde que Adán cayó, todos hemos perdido la capacidad de buscar a Dios o de responder a su llamado. No existen en nosotros tendencias hacia el bien sino hacia el mal, lo que nos hace completamente impotentes para tomar resoluciones firmes. Para cambiar necesitamos ayuda de lo alto; pero para recibirla, debemos elegir someternos a la guía del Espíritu. Cuando al igual que Pablo juguemos nuestra suerte con el Señor, encontraremos el poder necesario para vencer, tal como afirma lo que transcribo a continuación:
“Mediante el debido uso de la voluntad, cambiará enteramente la conducta. Al someter nuestra voluntad a Cristo, nos aliamos con el poder divino. Recibimos fuerza de lo alto para mantenernos firmes. Una vida pura y noble, de victoria sobre nuestros apetitos y pasiones, es posible para todo el que une su débil y vacilante voluntad a la omnipotente e invariable voluntad de Dios” (El Ministerio de Curación, pág. 132).
El plan divino es sencillo: unir nuestra debilidad a su fortaleza, nuestra impotencia a su poder, nuestra incapacidad a su victoria, nuestra inconstancia a su fidelidad. Si deseamos ser vencedores, recordemos que se espera de nosotros la misma decisión que se requirió de Pablo; el cual al testificar acerca de su llamado, afirmó: “no fui rebelde a la visión celestial” (Hechos 26:19).
¿Qué eliges?
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