“Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová... Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no... dejará de dar fruto”. (Jeremías 17:5,7,8)
En la entrada anterior hablaba acerca de la necesidad de desconfiar de nosotros mismos. Es que la confianza en uno mismo y la confianza en Dios se excluyen mutuamente.
La autosuficiencia nos lleva a desconfiar del Señor, y en consecuencia nos induce también a desconfiar de nuestros hermanos (pero este es otro tema que luego desarrollaré).
Cuando ponemos nuestras expectativas en logros humanos dejamos de confiar en la dirección de Dios y nos apartamos de su voluntad. Esa actitud no nos puede conducir sino al fracaso, pues la falta de confianza en Dios es lisa y llanamente incredulidad.
Y esto puede suceder de dos maneras diferentes:
- Cuando tenemos éxito en la obra del Señor, podemos llegar a pensar que lo hicimos gracias a nuestra propia capacidad y caer en el orgullo, como en el caso de Jehú.
- Cuando nos va mal, podemos caer en el desaliento y la desconfianza intentando resolver las cosas por nuestra propia cuenta como lo hicieron repetidamente los israelitas.
O sea que, en cualquier caso, siempre estaremos en peligro de dejar de lado al Señor
¡Qué complicación!
El remedio para esta situación es tan sencillo que resulta a la vez fácil de olvidar y difícil de practicar. Elena White lo dijo así: “Contempla a Jesús. No eches a perder tu registro cediendo ante el abatimiento y la desconfianza. Traza senderos rectos para tus pies, no sea que el cojo se aparte del camino. . . El hombre que está más cerca del Señor es el que espera en Él como quien espera la mañana, es el que desconfía de si mismo y pone toda su confianza en Dios, que puede salvar hasta lo sumo a los que se allegan a Él”. Alza tus Ojos Página 126
Como parte de nuestra herencia pecaminosa, nos resulta más sencillo intentar arreglarnos por nuestra cuenta que volver los ojos a Dios.
Cual Adán, intentamos “hacer algo” para remediar nuestra condición, sin otro resultado que continuar en la mayor de las miserias. Porque las hojas de higuera de la justicia propia jamás podrán cubrir nuestra desnudez tan completamente como lo consigue el manto de justicia provisto por el Señor.
Por eso, debemos contemplarlo o morir en nuestros pecados.
¿Cómo hacerlo?
Se requieren tanto la gracia divina, como un constante esfuerzo de la voluntad, a fin de dirigir nuestra mirada hacia Aquel que debería ser en todo nuestra confianza.
La Biblia tiene además maravillosas promesas para alentarnos a buscar confiadamente su rostro:
- Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. Juan 16:33
- Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. Hebreos 4:16
- “En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y este será su nombre con el cual le llamarán: Jehová, justicia nuestra”. Jeremías 23:6
El Salvador invicto, el poderoso y amante Rey Jesús es nuestro protector.
¿Necesitamos desconfiar de sus promesas?
¿Necesitamos temer que Dios no nos ayudará?
Por el contrario, cuando desconfiamos de nosotros mismos es cuando la fe ejerce su poder curativo sobre la naturaleza humana; mirar a Dios se vuelve entonces un acto natural, pletórico de gratitud y alabanza.
Notemos que: “El amor que Cristo infunde en todo nuestro ser es un poder vivificante. Da salud a cada una de las partes vitales: el cerebro, el corazón y los nervios. Por su medio las energías más potentes de nuestro ser despiertan y entran en actividad. Libra al alma de culpa y tristeza, de la ansiedad y congoja que agotan las fuerzas de la vida. Con él vienen la serenidad y la calma. Implanta en el alma un gozo que nada en la tierra puede destruir: el gozo que hay en el Espíritu Santo, un gozo que da salud y vida”. Ministerio de curación, pág. 78.
La Inspiración nos invita a exclamar con alegre seguridad este cántico:
“Oh Israel, confía en Jehová;
El es tu ayuda y tu escudo.
Casa de Aarón, confiad en Jehová;
El es vuestra ayuda y vuestro escudo.
Los que teméis a Jehová, confiad en Jehová;
El es vuestra ayuda y vuestro escudo.
Jehová se acordó de nosotros; nos bendecirá”. Salmos 115:9-12
Mira hoy con fe al Dios de toda fidelidad y así experimentarás la bendición de una grandiosa renovación.
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