"Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra". Deuteronomio 7:6
El texto de arriba ha sido usado innumerables veces, tanto por judíos como por cristianos, como motivador para una vida santa.
Lamentablemente también ha servido para justificar toda clase de enseñanzas erróneas y dañinas entre los que a lo largo de la historia presumieron ser los "elegidos" de Dios. Los que creyeron ser "especiales" levantaron murallas de exclusivismo, fanatismo y fariseísmo. Muchos incluso lo utilizan también hoy como fuente de ganancias, apelando al orgullo personal de los incautos y desprevenidos para sacar ventajas materiales.
Pero lo cierto es que Dios tuvo y aún tiene en la tierra un pueblo peculiar que mantiene en alto la verdad en medio de las tinieblas espirituales. Ese pueblo, que es identificado en Apocalipsis como el "remanente", los 144.000 de la profecía, es el heredero de una larga cadena de creyentes que a lo largo de los siglos, desde la entrada del pecado, se mantuvo fiel a las enseñanzas divinas.
La Biblia registra una línea ininterrumpida de fieles desde Adán hasta Abraham que se distinguieron por ser luz en las tinieblas, voceros del verdadero Dios, poseedores del don de profecía y custodios de su verdad.
No hay dudas tampoco en cuanto al llamamiento del pueblo de Israel, que fue hecho por el Señor mismo y confirmado con señales poderosas. Su misma existencia en la actualidad, a pesar de la persecusión y de la oposición que ha sido objeto desde su misma creación, es un verdadero milagro.
Pero Israel como nación ya no es el pueblo elegido. Aunque como individuos son el tronco en el cual se injertó la iglesia cristiana, su rechazo del Mesías les valió ser también desechados por Dios. Su lugar fue ocupado por la iglesia cristiana, establecida por Cristo mismo.
Si esto no fuera así, como algunos pretenden, e Israel sigue siendo hoy el pueblo elegido, ¿qué papel cumpliría entonces la iglesia? Ninguno.
Las promesas de Dios son condicionales, dependiendo del elemento humano para su realización final. El remanente es elegido por gracia, pero debe sujetarse a ella. Recibe de Cristo su justicia, pero debe permanecer unido a la vid para dar fruto verdadero. Está asido de la mano poderosa del Señor de los Ejércitos, pero puede soltarse de ella por voluntad propia y caer.
Así como eligió a Saúl y luego lo desechó (ver entrada anterior), la permanencia de los judíos como remanente dependía de su sumisión a la voluntad divina. Al llorar Jesús sobre Jerusalén, anunció su rechazo diciendo "he aquí vuestra casa os es dejada desierta" (Lucas 13:35).
Al matar posteriormente a Esteban, sus tiempos como remanente (profetizados en las 70 semanas de Daniel 9) encontraron su fin.
Esto no significa en modo alguno que Él llama y luego descarta alegremente a sus hijos, o que pueda fallar en sus propósitos.
Es verdad también, que la iglesia cristiana perdió el rumbo (por ser suaves) varias veces a lo largo de la historia.
Pero su Protector, el Testigo fiel, camina entre los siete candeleros que representan las siete iglesias para protegerlas y purificarlas. Las profecías de Apocalipsis 2 y 3 mencionan que su remanente, simbolizado en los últimos tiempos por la iglesia de Laodicea, resultará vencedor.
Durante la rebelión en Cades, en la puerta misma de la tierra prometida, se registra este maravilloso diálogo entre el Señor y Moisés, ejemplo de intercesor, que ilustra tanto el trato de Dios con su pueblo, como la actitud que debemos guardar hacia su remanente como individuos.
"Jehová dijo a Moisés: ¿Hasta cuándo me ha de irritar este pueblo? ¿Hasta cuándo no me creerán, con todas las señales que he hecho en medio de ellos? Yo los heriré de mortandad y los destruiré, y a ti te pondré sobre gente más grande y más fuerte que ellos. Pero Moisés respondió a Jehová: Lo oirán luego los egipcios, porque de en medio de ellos sacaste a este pueblo con tu poder; y lo dirán a los habitantes de esta tierra, los cuales han oído que tú, oh Jehová, estabas en medio de este pueblo, que cara a cara aparecías tú, oh Jehová, y que tu nube estaba sobre ellos, y que de día ibas delante de ellos en columna de nube, y de noche en columna de fuego; y que has hecho morir a este pueblo como a un solo hombre; y las gentes que hubieren oído tu fama hablarán, diciendo: Por cuanto no pudo Jehová meter este pueblo en la tierra de la cual les había jurado, los mató en el desierto. Ahora, pues, yo te ruego que sea magnificado el poder del Señor, como lo hablaste, diciendo: Jehová, tardo para la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión, aunque de ningún modo tendrá por inocente al culpable; que visita la maldad de los padres sobre los hijos hasta los terceros y hasta los cuartos. Perdona ahora la iniquidad de este pueblo según la grandeza de tu misericordia, y como has perdonado a este pueblo desde Egipto hasta aquí". Números 14:11-19
Se presenta aquí al Señor con una actitud extraña, como si estuviera a punto de acabar con el remanente, para provocar la respuesta de Moisés.
Aquel que nos llamó nos ama con un amor eterno, derramando todos los recursos del cielo en nuestro favor. No nos abandonará ni desistirá mientras exista un rayo de esperanza, por tenue que sea. Gloria a Dios por esto. Pero su bondad demanda una respuesta, y nuestros actos deben al final corresponder a nuestra profesión de fe.
El siervo de Dios intercede con fervor por su pueblo renegado con un argumento sorprendente, que capta la escencia del gran conflicto entre la luz y las tinieblas: tu honor está en juego.
La respuesta de Moisés demostró maravillosamente de que lado estaba, manifestando un amor semejante al divino hacia el rebelde pueblo israelita. Llegó al punto de ofrecer su vida a cambio en varias ocasiones, con tal de que no fuesen eliminados sus hermanos ni deshonrado el nombre de Dios. Demostró por su vida y ejemplo como debe ser el pueblo remanente.
La respuesta de Moisés demostró maravillosamente de que lado estaba, manifestando un amor semejante al divino hacia el rebelde pueblo israelita. Llegó al punto de ofrecer su vida a cambio en varias ocasiones, con tal de que no fuesen eliminados sus hermanos ni deshonrado el nombre de Dios. Demostró por su vida y ejemplo como debe ser el pueblo remanente.
Los que vivimos en los últimos días debemos manifestar un espíritu similar, de absoluta entrega y amor incondicional hacia los perdidos. La gloria y el honor del Padre deben ser nuestro primer y más sagrado interés. Su misión debe ser la nuestra. No podemos descansar hasta que la Tierra entera sea iluminada con la luz de su verdad redentora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para cuestiones particulares que requieran respuesta, por favor envíame un mail a willygrossklaus@gmail.com