jueves, 13 de mayo de 2010

EFÍMEROS

"Hazme saber, Jehová, mi fin, y cuánta sea la medida de mis días; sepa yo cuán frágil soy. He aquí, diste a mis días término corto, y mi edad es como nada delante de ti; ciertamente es completa vanidad todo hombre que vive. Ciertamente como una sombra es el hombre; ciertamente en vano se afana; amontona riquezas, y no sabe quién las recogerá. Y ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en ti". Salmos 39:4-7 
Anteayer el Señor me despertó con el texto de la entrada anterior. Me hizo mucho bien recordar que Jesús camina a mi lado y dirige mi destino. Ayer, en cambio, me despertó con un pensamiento que parecía sombrío: "y si me muero mañana"...
No intento transmitir pesimismo, sinó lo que estimo como una valoración auténtica de la vida.
Creo sinceramente que fui dirigido por Él al texto de cabecera. Creo esto porque así lo prometió en su Palabra.
Revisando varios pasajes, llegué hasta ell Salmo 39. Al compartirlo con mis alumnos y luego en el culto con mis hermanos, mi comprensión del mismo y de su mensaje fue creciendo.
Este es un salmo de David que parece escrito por Job. El autor, cansado de los sufrimientos de la vida, piensa que sus males provienen de castigos divinos y son resultado de su pecado (vs. 10-11) y termina su canto con un tono triste. Aunque refleja una comprensión parcial del accionar de Dios, marca una enorme diferencia con el pensamiento de aquellos que no conocen a Dios.
Veo contrapuestas dos ideas en el texto que cito arriba.
Primero, el salmista, al igual que Job, reflexiona sobre la brevedad de la vida utilizando términos como "palmo", "soplo" y "sombra". Somos de poca duración, pues ya empezamos a morir desde el día en que nacemos. A cada instante y en forma repetida, millones de células de nuestro cuerpo se mueren y son reemplazadas por otras; este proceso se torna cada vez más lento al llegar a la edad adulta y al fin se detiene y morimos.
Desde la perspectiva terrenal la idea es repulsiva y para sacar provecho de esta vida hay que disfrutar todo lo que se pueda. "Comamos y bebamos que mañana moriremos", dicen en sus acciones los que así piensan (ver Isaías 22:13, 1º Corintios 15:32). Otros, los menos tratan de cuidarse privándose de todo para vivir vidas largas.  Para poder gozar de una vida plena, piensan  que tienen que acumular frenéticamente experiencias, sensaciones, bienes y placeres. Los pecadores se afanan tanto en ello, que olvidan que lo que juntaron será para otros después de su muerte.
No hay en este mundo satisfacción permanente ni tal cosa como vivieron felices para siempre como en los cuentos. Siempre nos tocará nuestra cuota de dolor y sufrimiento, que sea cual sea, nos parecerá insoportable. Unos como otros terminan cayendo en cuenta de lo cierto de aquel verso popular que aprendí: "La vida corta o larga no importa, el que sufre la halla larga y el que goza la halla corta".
Somos frágiles y quebradizos. Si solamente tenemos esta vida, podemos decir como el poeta:

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...   
LO FATAL  de Rubén Darío
La segunda idea aparece justo en el medio del salmo, no al final. En un tono luminoso que se opone al sentimiento general del mismo, presenta la conclusión del escritor bíblico.  "Y ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en ti". Salmos 39:7
El cristiano no mide su vida por el tiempo que dura, ni por el placer obtenido, ni por las experiencias que haya vivido.
Tampoco la mide por sus riquezas, por la sabiduría, la fama o el poder que consiguió acumular.
Ni siquiera por lo meritorias y buenas para otros que hayan sido sus obras.
Tal como en el caso de Job, la agonía se transforma luego en un canto de victoria. Así como él, que en medio de sus sufrimientos exclamó: "He aquí, aunque él me matare, en él esperaré" (Job 13:15), los que esperan en Dios descubren que la vida puede medirse solamente a la luz de la eternidad. Hallan su auténtica realización y su más profunda satisfacción sólo cuando ponen su esperanza en el Señor.
Únicamente la esperanza que trasciende los portales de la muerte le da sentido a nuestra existencia y se convierte en motor de nuestra fe.
Nada menos que la verdadera esperanza puede ayudarnos a sortear las múltiples tragedias que enfrentaremos a lo largo de la vida.
Al convertirnos en prisioneros de esta nuestra bendita esperanza demostramos al mundo, al cielo y al infierno, que Dios vale la pena.
Una vida vivida de esta manera, casi heroica, es la que el cielo espera de cada uno de aquellos que ha de habitar las mansiones celestiales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Para cuestiones particulares que requieran respuesta, por favor envíame un mail a willygrossklaus@gmail.com