En una época solía salir en los diarios un anuncio pago que rezaba: "Gracias Espíritu Santo por la gracia concedida..."
Para esas personas, el Espíritu era sólo un dispensador de favores.
Para otros ha llegado a ser un medio de exhibir en un gran show "dones" espectaculares como profecía, milagros o hablar en lenguas.
Aún algunos lo ven de modo impersonal, algo así como una escencia inmaterial que puede ser derramada o dividida en "porciones".
¿Quién es Él realmente?
Si bien su naturaleza misma es un misterio, no se halla fuera de nuestra comprensión. Si prestamos atención al lenguaje de la Biblia, sin presuposiciones, resulta evidente que el Espíritu Santo es un ser personal, distinto del Padre y del Hijo.
En Génesis 1 se lo muestra participando activamente en la Creación. En otro pasaje aparece también como sustentador de la vida: "Envías tu Espíritu, son creados, Y renuevas la faz de la tierra." Salmos 104:30
Antes del nacimiento de Cristo, se presenta como quién lo engendraría en el seno de María. En ocasión del bautismo de Jesús, (la Trinidad se reúne allí) desciende sobre él y conduce cada aspecto de su ministerio terrenal hasta su culminación en la cruz. Luego del Pentecostés conduce a los creyentes a una obra de ferviente testificación.
Olvidando la sustancia y concentrándose en el detalle, algunos reniegan de su personalidad para afirmar que es la "influencia" de Dios y no un ser distinto.
Aunque ciertamente aparece representado en varias formas, (paloma, lenguas de fuego, siete espíritus, etc.) seamos cuidadosos de no confundir al Espíritu con las metáforas que lo explican.
Estas concepciones y otras similares, vacían al Espíritu de su naturaleza divina y de su función principal como Consolador; el Dirigente, Guía e Intercesor de los creyentes.
Ya en el Antiguo Testamento, aparece cumpliendo ese papel:
"En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió, y los trajo, y los levantó todos los días de la antigüedad. Mas ellos fueron rebeldes, e hicieron enojar su santo espíritu; por lo cual se les volvió enemigo, y él mismo peleó contra ellos. Pero se acordó de los días antiguos, de Moisés y de su pueblo, diciendo: ¿Dónde está el que les hizo subir del mar con el pastor de su rebaño? ¿Dónde el que puso en medio de él su santo espíritu?" Isaías 63:9-11
Será porque Cristo es tan importante para nosotros, que a veces nos olvidamos que su Espíritu no es un delegado o un personaje subordinado. Jesús afirmó: "Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré." Juan 16:7
¿Por qué nos convenía que se fuera?
Porque ya había pagado el precio por el pecado, su tarea en nuestro mundo estaba terminada.
Por causa de haber adoptado la naturaleza humana, el Salvador no podía estar en todas partes. Finalmente, porque comenzaría su ministerio intercesor en el Santuario Celestial.
El Espíritu sería su Vicario, ocuparía su lugar. Nadie más puede hacerlo.
Para nuestro beneficio, el Consolador continuaría la obra de Jesús en la Tierra hasta el fin del mundo, no de manera impersonal, sino con la cercanía y con la intimidad que indica su título. ¡Qué maravilloso ayudador tenemos!
En el libro de Hechos aparece en toda su dimensión como conductor y consejero de la naciente iglesia cristiana, convirtiendo a un pequeño, vacilante y heterogéneo grupo de creyentes en una comunidad mundial explosivamente expansiva.
Tristemente para la iglesia, la conducción del Espíritu y de los hombres guiados por Él fue demasiado pronto reemplazada por la de los "profesionales de la religión", y sobrevino entonces la decadencia y la consiguiente apostasía de la iglesia.
Necesitamos considerar de nuevo al Divino Agente como lo hicieron los primeros cristianos. No como un medio para un fin. Él era Dios mismo a su lado. Constituía en todo su fuente impulsora y su garantía de éxito.
Debía ser buscado, recibido y obedecido.
"El descenso del Espíritu Santo sobre la iglesia es esperado como si se tratara de un asunto del futuro: pero es el privilegio de la iglesia tenerlo ahora mismo. Buscadlo, orad por él, creed en él. Debemos tenerlo y el cielo está esperando concederlo" (Review and Herald, 19 de marzo, 1895).
Necesitamos volver al Espíritu.
No podemos reemplazarlo con programas, ni con calendarios, ni con reuniones de reavivamiento, ni con semanas de oración ni con ninguna otra cosa, por útil o necesaria que sea.
Necesitamos volver al Espíritu.
La organización es indispensable y los buenos líderes son necesarios y dignos de respeto, la iglesia no puede prescindir de ellos, pero no pueden sustituir al Espíritu Santo.
Necesitamos volver al Espíritu.
Hagámoslo hoy.
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