domingo, 1 de abril de 2012

RECORDACIÓN, CELEBRACIÓN Y ANTICIPO I

“Oyendo esto uno de los que estaban sentados con él a la mesa, le dijo: bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios”. Lucas 14:15
Pocos incidentes de la vida de nuestro Señor Jesucristo estuvieron tan cargados de significado como la última cena de pascua que compartió con sus discípulos en el aposento alto.
Él mismo expresó su profundo interés en llegar a este momento. La Escritura nos dice que: “cuando era la hora, se sentó a la mesa, y con él los apóstoles. Y les dijo: ¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca! Porque os digo que no la comeré más, hasta que se cumpla en el reino de Dios. Y habiendo tomado la copa, dio gracias, y dijo: Tomad esto, y repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga. Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama”. Lucas 22:14-20
Esta sencilla cena pascual, pasó de ser una simple comida entre amigos a convertirse en un monumento de su pasión, muerte y resurrección. La llamamos hoy de variadas maneras: Santa Cena, Cena del Señor, Comunión o Eucaristía. Todos estos nombres indican su trascendental importancia.
El rito que Cristo instauró se convirtió así en recordación de su inmenso sacrificio por nosotros, en celebración de nuestra liberación del pecado y en gozoso anticipo de nuestra reunión con él en el reino de los cielos.
Todos los acontecimientos previos de aquella cena fueron meticulosamente preparados para imprimir en la mente de sus seguidores lecciones valiosísimas. El hombre con el cántaro al que debían seguir, la pregunta que debían hacer, un propietario dispuesto a ceder un aposento alto ya preparado con todo lo necesario, la falta de un sirviente que les lavara los pies; todos estos detalles hablan de una anticipada planificación.
¿En qué momento hizo Jesús estos arreglos? Nadie lo sabe, pero estas previsiones hablan de un firme propósito divino.
En aquel lugar, mientras comían la cena de pascua, Jesús les dio instrucciones, enseñanzas y promesas maravillosas como las que se hallan registradas en los capítulos 13 al 16 de Juan. Sin duda les dijo algunas otras cosas que no están registradas en la Biblia, pero se puede notar que aprovechó esa ocasión al máximo.
El clímax se alcanzó en el momento de disfrutar de la comida. El cordero de la pascua ya no importaba, porque el verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo estaba allí mismo con ellos. El pan sin levadura y el vino sin fermento se transformaron entonces en símbolos adecuados de su vida y sacrificio exentos de la contaminación del pecado.
Partir el pan y beber de la copa pasaron de ser una cuestión alimenticia a convertirse en recordación del más grande sacrificio que la humanidad haya presenciado “haced esto en memoria de mí”.
La asociación de esta ceremonia con la liberación de Egipto se volvió en conmemoración de una liberación mucho más abarcante y perfecta, “porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros”. 1ªCorintios 5:7
El antiguo pacto celebrado con Israel dio paso a un nuevo pacto. Los símbolos se encontraron con la realidad. La promesa de redención halló su más pleno cumplimiento. Así el plan de Dios para salvar al hombre quedó para siempre representado en el pan y en el jugo de la vid.
¡Qué grandiosa sencillez tiene la sabiduría divina!
Cuando los creyentes se reúnen en la iglesia o en cualquier otra parte para participar del rito de la comunión, están recordando algo que seguiremos recordando por la eternidad. En los símbolos visibles de la cena se hacen presentes las realidades del mundo invisible. El amor, la misericordia y el perdón de Dios dejan de ser conceptos teológicos y se vuelven algo concreto y real.
Recordar nos obliga a olvidar. Olvidar nuestro egoísmo, orgullo y vanidad; olvidar los agravios que rumiamos, las absurdas rencillas, o los feos desencuentros que hayamos tenido. No son nada, sino un estorbo, a la luz del extraordinario amor de Jesús.
Y ese amor envuelve a los participantes en el mismo espíritu del cielo. Resulta entonces sencillo y natural humillar nuestras almas, perdonar a nuestros hermanos y unirnos con lazos de afecto perdurable.
Pero aún hay más. La cena del Señor es además un momento de celebrar y anticipar. Aunque de eso hablaremos en las siguientes entradas.
En otra cena en que Jesús participó, un entusiasta comensal no se pudo contener: “Oyendo esto uno de los que estaban sentados con él a la mesa, le dijo: bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios”. Lucas 14:15
¿Aprecias el magnífico sacrificio de Cristo? ¿Participas de su recordación? ¿Recibiste su beneficios? Entonces eres bienaventurado.
Que en esta semana santa, el inigualable don de Jesús crucificado y resucitado impresione tu mente, tu corazón y tus sentidos. Que ninguna otra cosa sea tan valiosa para ti como tu Salvador. Que su amor te lleve al pie de la cruz para hallar liberación y vida eterna, son los fervientes deseos de quien esto escribe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Para cuestiones particulares que requieran respuesta, por favor envíame un mail a willygrossklaus@gmail.com