miércoles, 28 de marzo de 2012

ANHELOS DE ETERNIDAD

 





“Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin”. Eclesiastés 3:11

Una vueltita más...
una vueltita más...
que no paren el mundo, no me quiero bajar.
Una vueltita más...
una vueltita más...
que no deje ni un segundo de girar y girar.

Una vueltita más...
una vueltita más...
no escondan la sortija porque quiero ganar.
Una vueltita más...
una vueltita más...
déjenme que yo elija cuando quiera bajar.
(Una vueltita más - Letra de Carlos Funes y Alberto Cortés).


Esta hermosa canción refleja el sentimiento de muchos. Compara al mundo con una calesita (tiovivo) a la cual subimos sabiendo que en algún momento tendremos que bajar, nos guste o no.
Muy dentro del corazón existe en cada persona anhelos de eternidad. Quisiéramos que la calesita nunca deje de girar. Seamos creyentes o agnósticos, seamos ateos o deístas, algo dentro de nosotros clama por vivir para siempre. Es que fuimos creados para eso.
Sin embargo, la vida eterna es por el momento sólo una promesa de la Biblia. Fuerte y segura promesa, pero promesa al fin.
Algunos intentan burlar al tiempo por medio de dietas, ejercicio, cirugías, cosméticos, toda clase de medicinas y raros tratamientos. Pero sobradamente sabemos que sus esfuerzos no tendrán un final feliz, pues la tumba siempre gana la partida.
La muerte, realidad cotidiana e ineludible compañera de nuestra existencia, no distingue entre los vivientes -sean plantas, animales o personas-; llevándose por igual fuertes y débiles, jóvenes y ancianos, ricos y pobres, malos y buenos.
Esta penosa realidad que nos rodea arranca lágrimas y clamores de dolor a los que esperan ser librados de la calamidad. Ante la creciente marea de maldad; los desastres en aire, mar y tierra; ante la agitación de los elementos naturales, todos sin excepción nos preguntamos: ¿Cuándo acabará esto?
Muchos suspiran como el salmista, diciendo: “¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría. Ciertamente huiría lejos; moraría en el desierto. Me apresuraría a escapar del viento borrascoso, de la tempestad”. Salmos 55:6-8
Pero no podemos escapar de esta sufriente morada terrenal. No, todavía no.
Nos toca ahora sufrir dolores, tristezas, enfermedades, desilusiones, conflictos y tribulación, muchas veces debido a la maldad ajena (y a la propia también).
Para los que creen, estos problemas resultan beneficiosa escuela en la que nos preparamos para la eternidad. Para los que están muertos en delitos y pecados, los sufrimientos son la voz que llama a despertar de su fatal condición y buscar al Cordero de Dios que puede quitar sus pecados. No debemos entonces desanimarnos cuando acontecen.
La esperanza del cristiano es un faro en la oscuridad de este mundo, anticipando el momento en que la naturaleza toda, y los seres humanos seremos librados de este flagelo.
Nos dice que la muerte, junto con todos los males que el pecado trajo a nuestro desdichado planeta, pronto encontrarán su fin.
Con gozosos aires de triunfo, el apóstol Pablo escribió: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios... Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo”. Romanos 8:18,19,22,23
La creación aguarda su liberación. Ni los animales, ni las plantas, ni los elementos inanimados son pecadores. Ellos no tienen la culpa de nuestras malas elecciones, pero sufren los efectos de nuestros pecados, y real o simbólicamente gimen esperando ser rescatados. Esperan que tu y yo seamos liberados, pues nuestra liberación será su descanso.
¿Qué de nosotros?
Si nos apropiamos de las promesas de la Biblia, si creemos en ellas, nuestro anhelo de eternidad estará satisfecho, porque ya mismo comenzaremos a vivir el anticipo de la vida eterna. Pase lo que pase, estaremos felices y en paz, sabiendo que nos espera un futuro más que brillante y una eternidad en compañía de nuestro Salvador.
Podremos decir como el apóstol respecto de nuestros problemas aquí: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros”. Filipenses 1:21-24
Pronto, muy pronto, estaremos sentados ante una mesa de plata de varios kilómetros de longitud, comiendo con el Señor, los ángeles y el resto de los salvados en la cena de las bodas del Cordero. Tendremos acceso al árbol de la vida y nuestro anhelo de eternidad estará más que satisfecho. Apabullados por la gloria del reino de los cielos, no podremos recordar los males que aquí pasamos. Todos nuestros afectos, deseos e intereses estarán centrados en dar gloria al maravilloso Redentor que nos rescató.
¿Sientes anhelos de eternidad o estás demasiado a gusto en este mundo?

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