“Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin”. Eclesiastés 3:11
Una vueltita más...
una vueltita más...
que no paren el mundo, no me quiero bajar.
Una vueltita más...
una vueltita más...
que no deje ni un segundo de girar y girar.
Una vueltita más...
una vueltita más...
no escondan la sortija porque quiero ganar.
Una vueltita más...
una vueltita más...
déjenme que yo elija cuando quiera bajar.
(Una vueltita más - Letra de Carlos Funes y Alberto Cortés).
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Esta hermosa canción refleja el sentimiento de muchos. Compara al mundo con una calesita (tiovivo) a la cual subimos sabiendo que en algún momento tendremos que bajar, nos guste o no.
Muy
dentro del corazón existe en cada persona anhelos de eternidad.
Quisiéramos que la calesita nunca deje de girar. Seamos creyentes o
agnósticos, seamos ateos o deístas, algo dentro de nosotros clama por vivir
para siempre. Es que fuimos creados para eso.
Sin embargo, la vida eterna es por el momento sólo una promesa de la Biblia. Fuerte y segura promesa, pero promesa al fin.
Algunos
intentan burlar al tiempo por medio de dietas, ejercicio, cirugías,
cosméticos, toda clase de medicinas y raros tratamientos. Pero
sobradamente sabemos que sus esfuerzos no tendrán un final feliz, pues
la tumba siempre gana la partida.
La
muerte, realidad cotidiana e ineludible compañera de nuestra
existencia, no distingue entre los vivientes -sean plantas, animales o
personas-; llevándose por igual fuertes y débiles, jóvenes y ancianos,
ricos y pobres, malos y buenos.
Esta
penosa realidad que nos rodea arranca lágrimas y clamores de dolor a
los que esperan ser librados de la calamidad. Ante la creciente marea de
maldad; los desastres en aire, mar y tierra; ante la agitación de los
elementos naturales, todos sin excepción nos preguntamos: ¿Cuándo
acabará esto?
Muchos suspiran como el salmista, diciendo: “¡Quién
me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría. Ciertamente
huiría lejos; moraría en el desierto. Me apresuraría a escapar del
viento borrascoso, de la tempestad”. Salmos 55:6-8
Pero no podemos escapar de esta sufriente morada terrenal. No, todavía no.
Nos
toca ahora sufrir dolores, tristezas, enfermedades, desilusiones,
conflictos y tribulación, muchas veces debido a la maldad ajena (y a la propia
también).
Para
los que creen, estos problemas resultan beneficiosa escuela en la que
nos preparamos para la eternidad. Para los que están muertos en delitos y
pecados, los sufrimientos son la voz que llama a despertar de su fatal
condición y buscar al Cordero de Dios que puede quitar sus pecados. No
debemos entonces desanimarnos cuando acontecen.
La
esperanza del cristiano es un faro en la oscuridad de este mundo,
anticipando el momento en que la naturaleza toda, y los seres humanos seremos
librados de este flagelo.
Nos dice que la muerte, junto con todos los males que el pecado trajo a nuestro desdichado planeta, pronto encontrarán su fin.
Con gozosos aires de triunfo, el apóstol Pablo escribió: “Pues
tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son
comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.
Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación
de los hijos de Dios... Porque sabemos que toda la creación gime a una,
y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que
también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu,
nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la
adopción, la redención de nuestro cuerpo”. Romanos 8:18,19,22,23
La
creación aguarda su liberación. Ni los animales, ni las plantas, ni los
elementos inanimados son pecadores. Ellos no tienen la culpa de
nuestras malas elecciones, pero sufren los efectos de nuestros pecados, y
real o simbólicamente gimen esperando ser rescatados. Esperan que tu y yo
seamos liberados, pues nuestra liberación será su descanso.
¿Qué de nosotros?
Si
nos apropiamos de las promesas de la Biblia, si creemos en ellas,
nuestro anhelo de eternidad estará satisfecho, porque ya mismo
comenzaremos a vivir el anticipo de la vida eterna. Pase lo que pase,
estaremos felices y en paz, sabiendo que nos espera un futuro más que
brillante y una eternidad en compañía de nuestro Salvador.
Podremos decir como el apóstol respecto de nuestros problemas aquí: “Porque
para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el vivir en
la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué
escoger. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo
de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en
la carne es más necesario por causa de vosotros”. Filipenses 1:21-24
Pronto,
muy pronto, estaremos sentados ante una mesa de plata de varios
kilómetros de longitud, comiendo con el Señor, los ángeles y el resto de
los salvados en la cena de las bodas del Cordero. Tendremos acceso al
árbol de la vida y nuestro anhelo de eternidad estará más que
satisfecho. Apabullados por la gloria del reino de los cielos, no
podremos recordar los males que aquí pasamos. Todos nuestros afectos,
deseos e intereses estarán centrados en dar gloria al maravilloso
Redentor que nos rescató.
¿Sientes anhelos de eternidad o estás demasiado a gusto en este mundo?
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