“Porque
todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche
ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos
y seamos sobrios”. 1ª Tesalonicenses 5:5,6
Recuerdo
claramente aquella tarde cuando era apenas un niño y mientras jugábamos a
pocas cuadras de mi hogar, vimos hacia el este un extraño resplandor
rojizo que nos llamó la atención. Cuando fuimos a mirar, la usina
eléctrica en que trabajaba mi padre estaba en llamas. Nuestra casa
-ubicada junto a las instalaciones-, también corría peligro, porque en
el lugar tenían una gran reserva de kerosén para hacer funcionar las
máquinas.
Los vecinos acudieron con rapidez, y formaron una línea hasta llegar al río (que estaba a unos 100 metros), trayendo baldes o cualquier otro recipiente que pudiera contener agua, y comenzaron a apagar las llamas. Cuando al fin llegaron los bomberos, el fuego ya se había extinguido.
Los vecinos acudieron con rapidez, y formaron una línea hasta llegar al río (que estaba a unos 100 metros), trayendo baldes o cualquier otro recipiente que pudiera contener agua, y comenzaron a apagar las llamas. Cuando al fin llegaron los bomberos, el fuego ya se había extinguido.
Por
todas partes había maderas y mampostería humeantes, restos calcinados,
vidrios rotos y un olor muy desagradable. Tardarían varios meses en
reemplazar lo quemado y arreglar lo que todavía servía; felizmente nadie
perdió la vida en el siniestro.
¿Qué
había sucedido? El operario del turno de la tarde se había quedado
dormido, sin percatarse de que un cortocircuito iniciaba un foco de
incendio que creció más y más, hasta que alguien lo advirtió y dio la
alarma.
Hay
un gran peligro en quedarse dormido en el puesto del deber. Incontables
accidentes han tenido consecuencias aún más trágicas que el que
describo, por la negligencia o el cansancio de quienes debieran haber
estado velando.
Quedarse dormido en sentido literal es algo que todos entendemos. Pero, ¿qué significa en términos espirituales?
En
la lucha de la vida cristiana, quedarse dormido acarrea gran perjuicio
para uno mismo y para los demás; puede incluso costarnos la vida eterna.
Veamos algunos casos ejemplares de soñolientos literales y espirituales:
- Los que, como Eutico, duermen en la iglesia, se perderán grandes bendiciones.
- Como Jonás, que dormía en medio de la tormenta, un “cristiano” descuidado o indiferente ante sus deberes descansa en una falsa seguridad y se halla en riesgo de ser arrojado al océano de la incredulidad.
- Quienes confían demasiado en sí mismos, como Pedro, corren peligro de despertar a una muy amarga realidad, viéndose traidores y cobardes en la hora de la prueba.
- Los que son negligentes en su devoción personal -tal como lo fueron los discípulos en la aciaga noche del Getsemaní-, se despabilarán solo para encontrarse ante el fracaso y la derrota.
- Todos los que complazcan sus sentidos sin tener en cuenta a Dios, al igual que Sansón, se hallarán sin fuerzas para resistir los embates del enemigo.
- Igual que las vírgenes imprudentes de la parábola, muchos carecen del aceite del Espíritu Santo, siendo arrullados por Satanás en un sueño que será mortal en sus consecuencias.
Necesitamos
estar despiertos y trabajando para el Señor. Los peligros de dormirse
espiritualmente escapan a todo cálculo y previsión humanos.
Hay una ley espiritual implícita en este texto: “Si fueres flojo en el día de trabajo, tu fuerza será reducida”. Proverbios 24:10
Hay una ley espiritual implícita en este texto: “Si fueres flojo en el día de trabajo, tu fuerza será reducida”. Proverbios 24:10
Menos trabajamos para Él, menos fuerzas tendremos ¡Qué solemne!
Descuidar
nuestra relación diaria con Dios, dejar de lado el servicio a nuestro
prójimo o acallar nuestro testimonio de fe, causarán la pérdida de las
fuerzas espirituales. Y al cansancio sigue siempre el sueño; al sueño
seguirá, tristemente, un doloroso despertar.
La cita que sigue me conmovió mucho:
“La
iglesia de Cristo puede ser adecuadamente comparada con un ejército. La
vida de cada soldado es de esfuerzos, penalidades y peligros. Por
doquiera hay enemigos vigilantes, dirigidos por el príncipe de los
poderes de las tinieblas, que nunca duerme y nunca abandona su puesto.
Siempre que un cristiano se descuida, este poderoso adversario ejecuta
un súbito y violento ataque. A menos que los miembros de la iglesia sean
activos y vigilantes, serán vencidos por las tácticas del enemigo.
¿Qué
sucedería si la mitad de los soldados de un ejército se hallaran
despreocupados o dormidos cuando se les ordenara que estuvieran en su
puesto? El resultado sería la derrota, el cautiverio o la muerte.
¿Escaparía alguno de las manos del enemigo, si fueran tenidos por dignos
de un indulto? No, rápidamente recibirían la sentencia de muerte. Y en
la iglesia de Cristo el descuido o la infidelidad implican consecuencias
mucho más importantes. Qué podría ser más terrible que un ejército de
soldados cristianos somnolientos ¿Qué avance podrían hacer contra el
mundo?...” (A Fin de Conocerle Página 154).
¿Seré yo infel a la causa del evangelio por quedarme dormido?
¡No lo permita el Señor!
Ruego que su venida nos encuentre despiertos y luchando en la primera línea de batalla.
Ahora es el tiempo, mientras es de día, pues Jesús advirtió: “Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar”. Juan 9:4
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