“Porque
vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo
comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias
concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las
fábulas.” 2ª Timoteo 4:3,4
Estaba
enseñando en la escuela a mis niños de segundo grado sobre los
adjetivos. Les había dado un texto, al final del cual preguntaba acerca
de sus cualidades y defectos como compañeros. Cuando una de ellas me
trajo el trabajo a corregir, noté que no había escrito nada en la última
parte, entonces le pregunté:
- ¿Y por qué no escribiste nada de tus defectos?
- No se que poner, no tengo ningún defecto - me contestó con toda candidez.
En
la ingenua inocencia de esta niña, se halla el germen de una actitud
que todos compartimos por igual: la dificultad para reconocer nuestros
pecados.
Al
no gustarnos reconocer nuestros defectos de carácter, tampoco aceptamos
que intenten corregirnos, y seguimos cultivándolos hasta que nos
terminan pareciendo buenos y aceptables. Preferiremos las voces que
eviten hablarnos de nuestros males, a las advertencias de los demás y de
nuestra propia conciencia. Si esa actitud se sostiene en el tiempo, nos
colocaremos en una situación sumamente peligrosa para nuestras almas,
porque la obstinación engendra más obstinación; persisitir en el mal
conduce a endurecerse más y más en el pecado.
El apóstol Pablo nos advierte que en los tiempos finales esta sería una actitud universal, diciendo: “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque
habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios,
blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto
natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles,
aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores
de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero
negarán la eficacia de ella; a éstos evita. Porque de éstos son los que
se meten en las casas y llevan cautivas a las mujercillas cargadas de
pecados, arrastradas por diversas concupiscencias. Estas siempre están
aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad. Y de la
manera que Janes y Jambres resistieron a Moisés, así también éstos
resisten a la verdad; hombres corruptos de entendimiento, réprobos en
cuanto a la fe.” 2ª Timoteo 3:1-8
Cuando
leí este texto por primera vez, me parecía claro que hablaba de las
personas que no conocen a Dios; grande fue mi sorpresa cuando entendí
que hablaba del carácter de los creyentes de los últimos días.
Nadie
duda de que vivimos HOY tiempos peligrosos. La maldad, la violencia y
el vicio abundan por todas partes. Sin embargo, eso era de esperar entre
los incrédulos.
Pero
los tiempos peligrosos lo son precisamente por la situación imperante
entre los que dicen llamarse el pueblo de Dios (yo incluído).
Los tiempos peligrosos de los que habla la inspiración abarcan tres aspectos:
1-
La vida personal de los cristianos, en vez de estar regida por el
Espíritu Santo, está dominada por la satisfacción de sus propios deseos,
lo que los vuelve “amadores
de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos,
desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural,
implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo
bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más
que de Dios”.
El
sistemático ataque satánico contra la familia, ha conmovido los
cimientos de nuestra sociedad, y cada generación se ha vuelto más
resuelta en seguir sus propios impulsos y resistirse a toda ley y
autoridad. Nuestro mundo hedonista y sensual ha impulsado a muchos
profesos creyentes a amoldarse a él antes que intentar transformarlo, y
sus acciones pregonan con fuerte voz: “yo primero a cualquier costo”.
2- Se proclama entre nosoque hay que tener “una relación con Jesús”,
pero al mismo tiempo se vive una parodia de cristianismo que es pura
cáscara, sin nada adentro. Se dice pero no se vive, rechazándose en los
hechos lo que se predica.
Por otra parte, una religión de puras formas hace que se deje de crecer en la gracia, dando como fruto “cristianos” que “siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad”. Los resultados, tanto del sensualismo como del formalismo frío y falto de caridad, desemboca en personas que “tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella.”
3-
Una apariencia de piedad expulsa a Cristo del alma y produce un amargo
fruto de rebelión declarada. Al no crecer en la fe, los profesos
creyentes terminan poniendo sus afectos en el lugar equivocado y se dice
de ellos que “resisten a la verdad; hombres corruptos de entendimiento, réprobos en cuanto a la fe.”
Y esto no es obra humana solamente, porque Satanás procura entrampar al mayor número posible de profesos cristianos, dirigiendo sus principales armas contra la iglesia de Dios; por eso “el
Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos
apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas
de demonios.” 1ª Timoteo 4:1
Si
el natural orgullo y egoísmo del corazón humano es peligroso, tanto más
lo es cuando se convierte en el rasgo distintivo de la sociedad toda.
Se borran los límites, se desconoce la ley divina y se trastocan todos
los fundamentos de la convivencia social. Las personas quedan envueltas
en tal oscuridad que se dirige a ellos la advertencia “¡Ay
de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la
luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y
lo dulce por amargo! ¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que
son prudentes delante de sí mismos!... los que justifican al impío
mediante cohecho, y al justo quitan su derecho!” Isaías 5:20-23 (Ver entrada anterior).
Pero
cuando la obstinación generalizada se transforma en resuelta enemistad
contra Dios, a esto sigue la apostasía y la persecución de los verdaderos creyentes, y tales épocas se convierten verdaderamente en TIEMPOS PELIGROSOS.
¿No estamos ahora mismo en ellos?
El único remedio a esta situación es que Dios mismo intervenga para salvar a los que le esperan.
¡Ven Señor Jesús!
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