“Quita las escorias de la plata, Y saldrá alhaja al fundidor”.Proverbios 25:4
Cuando
era niño me fascinaba ver en nuestro taller como los operarios
derretían al fuego el metal en la fragua para rellenar partes de motor.
Años más tarde, yo mismo trabajé en la fragua del taller de herrería de
mi suegro (¿Suena a muy antiguo, verdad?).
Las
llamas que se levantaban al dar vuelta el ventilador, el olor del metal
sometido al fuego hasta tomar un color rojizo; ver al hierro doblarse
con facilidad en ese estado, o contemplar las barras de plomo derretirse
como nieve al sol, constituían un muy atractivo espectáculo.
Hoy,
sin embargo, este antiguo e indispensable implemento de herreros,
soldadores y mecánicos, casi ha desparecido, de tal modo que muchos se
preguntarán ¿qué es una fragua?
Es
un fogón que se utiliza para forjar los metales, calentándolos a una
temperatura en que sean maleables. También sirve para separar la
impureza o escoria, que se consume antes de que el metal alcance su
punto de fusión. Generalmente se hace de ladrillo o piedra, cubierto con
chapas de metal y una parrilla, en la que se aviva el fuego pasando
aire por medio de un fuelle manual o mecánico.
En
la naturaleza, el hierro y los demás metales no se encuentran en estado
puro, por lo que deben pasar por un proceso de purificación mediante
fuego. En el ámbito espiritual sucede lo mismo. La naturaleza pecaminosa
debe ser consumida por el fuego de la aflicción, las pruebas, la
persecución y la renuncia voluntaria al yo.
La Escritura señala lo necesario de este proceso, “para
que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el
cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza,
gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1ª Pedro 1:7).
Si
nos sometemos voluntariamente a la disciplina en los términos que el
Señor ha dispuesto, no tenemos nada que temer. El no coloca basura en su
horno, sino noble metal que espera refinar para que brille en su reino.
“Porque
él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores. Y se sentará
para afinar y limpiar la plata; porque limpiará a los hijos de Leví, los
afinará como a oro y como a plata” Malaquías 3:2,3
La
finalidad que busca es que todo el amor por este mundo y sus
placeres, toda la ambición egoísta, todo mal sentimiento y deseo sean
consumidos, para ser reemplazados por un carácter puro y santo como el
de Cristo.
Todo
nuestro orgullo y vanidad deben desaparecer para dar lugar a la
semejanza divina que será implantada por el Espíritu en vidas
previamente purificadas.
Pero, ¡cuantas veces hemos resistido la voluntad de nuestro divino Refinador!
“Se quemó el fuelle, por el fuego se ha consumido el plomo; en vano fundió el fundidor, pues la escoria no se ha arrancado”. Jeremías 6:29
En
demasiadas ocasiones nosotros mismos hemos estorbado la obra del Señor
en nuestras vidas. La escoria del mal que el pecado adhirió a nuestras
vidas debe ser consumida. Lo áspero e insensible del carácter debe ser
derretido por la dulzura del amor de Dios, aunque a veces se presente
bajo la forma de dificultades, enfermedades, severas pruebas o
tribulaciones.
Cuando
vienen los problemas, nos quejamos y nos sentimos lastimados y
abandonados por el mismo Dios que procura salvarnos de las consecuencias
de nuestras malas acciones -de nuestra intemperancia, codicia, egoísmo,
orgullo o cualquier otro defecto de carácter-. Desea ver fuera de
nuestra experiencia todo lo malo que con persistencia acariciamos y nos
negamos a abandonar.
Por eso es bueno prestar atención al consejo de Pablo: “Por
tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi
presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en
vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros
produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad. Haced todo
sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y
sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y
perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo;
asidos de la palabra de vida, para que en el día de Cristo yo pueda
gloriarme de que no he corrido en vano, ni en vano he trabajado”. Filipenses 2:12-16
Mi
deseo ferviente es que tu y yo seamos librados de toda impureza por el
fuego del Espíritu y lleguemos a ser finas alhajas de la corona de
gloria del Redentor
¡Maranata!
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