viernes, 2 de septiembre de 2011

IMITADORES DEL MAESTRO

“Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”. 1ª Corintios 11:1
Recuerdo un vecino que, cuando nos cambiamos al barrio en que vivimos actualmente, miraba cada mejora que los demás hacían en sus casas para luego hacer algo parecido en la suya. Si alguien ponía una muralla baja, el lo hacía; si un frente llevaba marquesina, también colocaba una; si poníamos rejas, pedía la dirección del herrero. Su casa resultó luego un compendio de las mejoras de todos los demás.
La imitación es algo que todos llevamos incorporado desde que nacemos. Los niños imitan a sus padres, luego a sus maestros, y mas tarde -ya jóvenes-, a sus ídolos (ya sean estos deportistas, cantantes, modelos o actores). Copian su filosofía de vida, su manera de vestir, de hablar y de conducirse. La idolatría resulta así en imitación mal encarada.
El deseo de imitar continúa manifestándose a lo largo de nuestras vidas de múltiples y variadas maneras.
¿Qué significa exactamente ser un imitador de Cristo?
¿Hacer lo mismo que hacía él? ¿Vivir como vivía? ¿Ser como él era?
Imitar a Jesús no es apenas una actitud superficial, no es mero parecido ni simple copia; es identificarse al punto de ceder nuestra propia identidad para sumergirnos en la suya
Pablo, el gran hombre de Dios del Nuevo Testamento, era un imitador de Cristo, por eso pudo decir sin vanidad ni presunción: “Hermanos, sed imitadores de mí”. Filipenses 3:17
En el tercer capítulo de Filipenses, el apóstol explica el proceso por el cual se identificó a sí mismo con su Salvador. Habiendo sido desde su juventud un prominente líder fariseo del ala dura, con una esmerada y rigurosa educación y teniendo delante un futuro brillante entre su pueblo, decidió rechazar lo que el mundo le ofrecía para ir en la búsqueda de algo superlativamente mejor.
“Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos”. Filipenses 3:7-11
En este párrafo, el apóstol menciona cinco aspectos de su asimilación:
  • Ser hallado “en él”. Implica morir al pecado y vivir la vida de Jesús en lugar de la propia.  “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. ” (Gálatas 2:20)
  • Recibir la justicia de Dios por la fe. En este maravilloso intercambio no hay lugar para méritos humanos; por la fe en su gracia recibimos la alba vestidura de la justicia de Cristo en lugar de las hojas de higuera de nuestra pecaminosidad.
  • Conocer a Jesús. Eso se convirtió en el blanco de su existencia. Para poder copiarlo se debe conocer el modelo de la manera más completa posible. Necesitamos para ello ese íntimo conocimiento del Señor que solo se obtiene por medio de la devoción personal.
  • Recibir poder. La vida con Jesús no es una vida chata, ni una experiencia espasmódica que sube y baja al son de nuestros sentimientos; es una vida que va de triunfo en triunfo, porque recibimos poder de lo alto para vivir una vida santa. Todos los abundantes recursos del cielo se hallan para ello a disposición del que cree y desea trabajar para su Maestro.
  • Participar de sus sufrimientos. El gozo más grande de Pablo era experimentar el espíritu de abnegación total de su Salvador, que lo llevó a poner su vida por nosotros. La muerte al yo es su consecuencia más gloriosa.
Finalmente, a fin de imitarlo verdaderamente debemos obedecer su Palabra, pues no habrá vida espiritual sin obediencia. Todo verdadero discípulo caminará imitando a Jesús por la senda de la estricta obediencia a su voluntad.
La siguiente cita lo resume todo: “La verdadera religión es la imitación de Cristo. Los que son seguidores de Cristo se negarán a sí mismos, tomarán la cruz de Cristo y caminarán en sus pisadas. Seguir a Cristo significa obediencia a todos sus mandamientos. De ningún soldado se puede decir que obedece a su comandante si no obedece sus órdenes. Cristo es nuestro modelo. Imitar a Jesús, lleno de amor, ternura y compasión, exige que nos acerquemos a él diariamente”. (Carta 31a, 1894).
Continuamos en la siguiente entrada.

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