“Y  enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de  todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se  ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.” Lucas 4:20,21
Recuerdo  claramente mi primera predicación. El pastor me había encargado tomar  el sermón en una pequeña congregación de mi ciudad y yo había aceptado  con mucho temor. No sabía que iba a decir, pero entendía que el asunto  debía ser el más importante que pudiera presentar.
Escogí  un texto que hablaba de caer y levantarse, porque creía que iba a ser  de utilidad a un grupo de personas nuevas en la fe. 
Todos  los presentes allí me conocían, lo cual hacía más difícil la situación.  Hablé sin parar durante 20 minutos; transpiré, oré y sufrí cada uno de  ellos, pero al fin, terminé. 
El  texto del principio hace referencia al primer sermón que Jesús predicó  en Nazaret al comienzo de su ministerio. Había purificado el templo de  Jerusalén y realizado una buena cantidad de milagros. Tenía ya un buen  número de seguidores, lo que aumentó la expectativa de sus compoblanos  por oír sus palabras. 
¿Qué predicaría allí el Señor?
Sin  duda y guiado por el Espíritu, eligió mucho mejor que yo el tema que  los presentes necesitaban escuchar, aunque, tristemente, no les iría a gustar.
Lo que leyó fue lo siguiente: “El  Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me  ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los  quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los  presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de  Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los  enlutados; a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en  lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en  lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia,  plantío de Jehová, para gloria suya. Reedificarán las ruinas antiguas, y  levantarán los asolamientos primeros, y restaurarán las ciudades  arruinadas, los escombros de muchas generaciones.” Isaías 61:1-4
Los  ojos de todos se fijaron en el joven maestro. Pero cuando se declaró el  cumplimiento de dichas profecías, se levantó primero una oleada de  dudas y prejuicio, seguida de un tsunami de indignación. A renglón seguido, intentaron acabar con su vida. 
El  sermón de Cristo en aquella oportunidad captó la médula del evangelio  que predicaba. Su mensaje era un anuncio profético de liberación, de  amor, de sanación, de misericordia, de justicia y de juicio; pero por  sobre todo era un mensaje sobre él mismo. 
Nadie  más podría hacerlo sin ser presuntuoso, pero Jesucristo constituye la  médula del evangelio. Él es el Camino al Padre, la Verdad encarnada y la  Vida eterna. Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo,  nuestro supremo Ejemplo y Líder; la esencia y finalidad del  cristianismo. 
En la entrada anterior (LA MÉDULA DEL EVANGELIO II) suprimí adrede parte de la cita que afirmaba precisamente esto. 
Los  ojos de todos hacen bien en fijarse en Cristo. Porque el amor es  importante, la misericordia, la justicia, las profecías, el juicio, el  perdón, la justificación por la fe y la obediencia también lo son; pero  fuera de la persona de Jesús no tienen sentido. 
Fuera  del Salvador tenemos solo palabrerío inútil y vacío; una perniciosa  declamación sin sentido, que aparta del Señor a los que podrían haber  creído si fueramos más consecuentes.
Los  que votaron en la encuesta contestaron en forma mayoritaria que lo más  importante es él, e hicieron bien. Nuestro Salvador es el centro de la  rueda, hacia el cual convergen como rayos todas las gracias y todas las  virtudes.
Pero, demasiado a menudo se escucha decir que “lo importante es el amor”, y olvidan la obediencia; “lo importante es Jesús”, pero no vivir como él vivió; “lo importante es el mensaje”, y dejan de lado al Señor del mensaje. Las parcializaciones del evangelio siempre resultan dañinas. 
Tengamos cuidado de errar el blanco. 
- Los que intentan vivir vidas santas sin Cristo, se condenan a sí mismos al fracaso de arrastrarse en una experiencia farisaica y legalista.
 - Los que ven el evangelio tan solo como un estilo diferente de vida, corren el peligro de tratar de vivirla sin estar verdaderamente del lado de Jesús.
 - Los que pregonan un “evangelio relacional”, pueden quedarse cortos, al ufanarse de que tienen una relación con el Maestro, pero sin misión, sin fe, ni amor ni obediencia.
 
Sucede con todos ellos como dijo Isaías:  “Echarán mano de un hombre siete mujeres en aquel tiempo, diciendo:  Nosotras comeremos de nuestro pan, y nos vestiremos de nuestras ropas;  solamente permítenos llevar tu nombre, quita nuestro oprobio.” Isaías 4:1
Todo  va en el mismo paquete, todo está incluido. Tener a Cristo es tener su  Espíritu. Vivir en él significa vivir por fe, andar en amor e imitar sus  obras. 
Por eso, Juan afirmó que “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”.1ª Juan 5:12
¿Tienes a Jesús... ? ¿Él, te tiene a tí...?

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