sábado, 22 de enero de 2011

DE TEÓLOGOS Y TEOLOGIA I

“Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad. Mas evita profanas y vanas palabrerías, porque conducirán más y más a la impiedad”. 2ª Timoteo 2:15,16
En la entrada anterior me expresé acerca de los teólogos de una manera que podría llamar a confusión. No estoy en contra de los teólogos ni de la teología. Creo que estos y aquella tienen su lugar indelegable y necesario en la vida de la iglesia.
La Biblia contiene enormes tesoros que deben ser buscados bajo la superficie de declaraciones difíciles de entender, o incluso en la más sencilla de sus afirmaciones.
Es necesario un grupo de personas que puedan entender lo que la inmensa mayoría de creyentes no podemos, por no estar familiarizados con las lenguas originales de la Escritura, o con la historia, vida y costumbres de las sociedades antiguas.
Es igualmente necesario un cuerpo de procedimientos y reglas de interpretación que surjan naturalmente de la lectura de los escritos sagrados, para evitar interpretaciones caprichosas.
Jesús mismo les concedió un gran valor al decir: “Por eso todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas”. Mateo 13:52
Sí, definitivamente necesitamos de la teología y de los teólogos.
Pero necesitamos más que eso. Más que de teología necesitamos de doxología; más que teólogos necesitamos teófilos.
Para ello, un poquitito de etimología:
  • “Doxología" se usa para indicar la propiedad de dar gloria a Dios que debe tener el lenguaje teológico para ser auténtico (ver en http://es.wikipedia.org/wiki/Doxología).
  • Teófilo actualmente es un nombre, pero originalmente significa “el que ama a Dios”
Porque los instrumentos humanos, sus convenciones y tradiciones pueden ser positivos únicamente cuando tienen en vista la gloria y el honor de Dios.
Hay todo tipo de temas en los que ha incurrido la teología; aquellos que son relevantes, como por ejemplo, de que manera se alcanza la salvación; otros intrascendentes, como averiguar si las alas de los ángeles tienen plumas; y otros finalmente que son controversiales por hallarse al borde de lo revelado, como es el caso de la naturaleza divino-humana de Cristo.
Algunos de estos temas originaron debates que llevan siglos sin ser resueltos, otros resucitan cada tanto y son caballito de batalla de acaloradas discusiones de las que nada bueno sale, y también hay mucha controversia que debería ser cambiada por el silencio.
Muy temprano en la historia de la iglesia cristiana abundaron las controversias, lógicas por cierto, centradas en la naturaleza y misión de Cristo.
Las posiciones encontradas entre los primeros cristianos se resolvían generalmente de común acuerdo; pero cuando la iglesia pudo apelar al poder civil, político, e incluso al brazo armado para resolver sus desacuerdos, se iniciaron los cismas, las excomuniones y los llamados a concilios, que solamente tenían por objeto condenar tal o cual posición.
Muchos de los antiguos teólogos fueron hombres de Dios -evangelistas en el verdadero sentido de la palabra- que hicieron teología casi "por necesidad", como el caso de Pablo, el apóstol Juan, o los nombres de Lutero y Wesley, para citar nombres más modernos. Algunos por vocación como Calvino, autor de la magistral obra “Institución de la Religión Cristiana”. Otros, lamentablemente, fueron teólogos “de escritorio” divorciados de la realidad y la práctica, cuyo único deporte conocido fue defenestrar al adversario de turno.
Aclaro que un teólogo no es necesariamente una persona con formación profesional estricta, pues hubo siempre sencillos hombres de Dios con un amplio discernimiento nacido de la comunión con el Espíritu Santo.
Ya bastan estas declaraciones para mis propósitos, porque el tema es amplio; quisiera más bien centrarme en el papel de la teología y de los teólogos de hoy.
Tengo mis serias preocupaciones sobre el papel que cumplen en la actualidad.
Como afirmé al comienzo, necesitamos más que teólogos que se ocupen de debatir cosas que no tienen que ver con la esencia del cristianismo práctico, más preocupados por su reputación que por la gloria de Dios. Hacen falta teólogos y teología que abandonen las disputas sobre opiniones ajenas y busquen solo el parecer divino. 
Necesitamos unos teólogos y una teología que tengan como base la Biblia y la Biblia sola, dejando el primer lugar para la necesidad humana de encontrarse con Dios y para la misión evangelizadora que el Señor nos encomendó. Su función debe ser esclarecedora, no controversial.
Entre los que quieren penetrar muy profundo en los misterios divinos no debería tener cabida el orgullo, ni la agria defensa de posiciones personales; mucho menos el interés por rebajar a los que piensan distinto. El fruto de estas cosas ha sido y siempre será muy amargo.
El propósito de sus estudios no debería centrarse en crear debates, alentar la división o anatematizar a los “herejes” de signo contrario, sino en sacar la luz debajo de la mesa y colocarla sobre un lugar prominente para que alumbre a los demás. 
En la próxima entrada continuaré con este tema.
Valen entre tanto, los consejos de Pablo a Timoteo acerca de las controversias teológicas:
“Como te rogué que te quedases en Efeso, cuando fui a Macedonia, para que mandases a algunos que no enseñen diferente doctrina, ni presten atención a fábulas y genealogías interminables, que acarrean disputas más bien que edificación de Dios que es por fe, así te encargo ahora. Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida, de las cuales cosas desviándose algunos, se apartaron a vana palabrería”. 1ª Timoteo 1:3-6

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