Recuerdo aquella vez en Mar del Plata (Argentina), en que me perdí en la playa. Tendría por entonces unos 7 u 8 años. El colorido espectáculo de las carpas y sombrillas, las incontables personas en sus trajes de baño, la arena dorada y caliente, las risas y los gritos, el olor de la sal en el viento; todo formaba un cuadro fascinante para un niño pequeño. Entretenido como estaba, sin darme cuenta, me alejé de mi familia. Cuando me vi perdido, naturalmente comencé a llorar (¿qué otra cosa podía hacer un niño?).
¿Dónde estaban mis familiares? No podía verlos.
La gente aplaudía y yo continuaba llorando sin entender nada, pero por suerte, el corro que se había formado a mi alrededor atrajo a mis hermanas, y pronto pude reunirme con ellos.
Pero hay una tragedia mayor que no saber donde están nuestros seres queridos. Es la de quienes han perdido de vista al Salvador.
En el día de la resurrección de Cristo, la primera en acudir junto a su tumba fue María Magdalena. Entre todos los seguidores de Jesús, nadie evidenció mayor devoción que esta despreciada mujer. Fue allí para descargar su pena por lo que había sucedido.
"Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro... y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto". Juan 20:11-13
Hallar la tumba vacía la llenó de dudas y desconcierto. Al dolor de la pérdida ahora se sumaba la desaparición del cuerpo físico de su amado Señor. Estaba tan abrumada que no advirtió que había ángeles allí y que el que buscaba estaba cercano.
En forma similar al caso de María, existen hoy muchos cristianos confundidos, que perdieron de vista al Señor. Les parece lejano, pues no lo ven ni en las circunstancias ni en las personas que dicen seguirle. Viven llorando con una sensación de inseguridad y pérdida, sin hallar paz ni gozo en su experiencia cristiana. No importa cuanto aplaudan los demás los progresos de la obra de Dios, ellos no son felices.
Alguien se ha llevado a su Señor y no lo encuentran. Esta es una tragedia muy actual y muy frecuente.
Es bien cierto que la situación aparenta ser desesperada. Cualquiera puede ver que la condición de la iglesia hoy no es la que debería ser. Hay hipocresía, debilidad, mundanalidad y tibieza espiritual por todas partes. Esto pasa no solo en la iglesia adventista, sinó en cada denominación cristiana. Sobran motivos para llorar por nuestra condición y la de la iglesia. Por todos lados y de todos los sectores se levantan además durísimos cuestionamientos a casi cada práctica o doctrina del cristianismo.
Pero no necesitamos caer en el desaliento. Como la Magdalena, lo que necesitamos es sentir un anhelo profundo por la presencia del Maestro: "Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré". Juan 20:14,15
Aunque en su dolor no percibía que Cristo estaba a su lado, su actitud es ejemplar. En su angustia no se paralizó, sinó que pasó a la acción, demostrando su ferviente deseo de tenerlo cerca. No se conformaría con menos.
Vale preguntarse si es que Dios está lejano o cercano de nosotros en este malvado mundo en que vivimos.
-¿Por qué no interviene, por qué no hace algo para frenar nuestro pesar y nuestro llanto? -dicen muchos-
Nuestro Dios no se ha alejdo de nosotros, por el contrario, está bien cerca, tal como lo afirman las Escrituras:
- Porque ¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos? Deuteronomio 4:7
- Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; Y salva a los contritos de espíritu. Salmos 34:18
- Cercano está Jehová a todos los que le invocan, A todos los que le invocan de veras. Salmos 145:18
Para toda tristeza, dolor o pérdida, ya sea física o espiritual, el remedio es el mismo que halló la hermana de Lázaro junto a la tumba vacía. La presencia del Salvador. No necesitamos confundirnos o dudar. Porque con él a nuestro lado nos sentiremos plenos y saciados. Ninguna otra cosa puede hacer desvanecer la incertidumbre y el desánimo. Si lo hemos perdido de vista, su presencia es todo lo que necesitamos.
El bálsamo para la duda y la perplejidad están en experimentar, al igual que ella, el gozo del encuentro: "Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro). Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos las nuevas de que había visto al Señor, y que él le había dicho estas cosas". Juan 20:16-18
¿Estás llorando? ¿Te parece que Dios se ha alejado de tu vida? ¿Tienes dudas?
Él está cercano.
Tenemos que secar nuestras lágrimas para poder darnos cuenta que Él no se ha ido lejos, que está cerca, a nuestro lado, deseando impartirnos seguridad, gozo y paz.
Él está cercano.
El mismo lo aseguró: "he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". Mateo 28:20
Aunque, como María, tengamos que esperar un rato más el momento del abrazo; aunque hoy su presencia física nos sea negada, podemos volver nuestros ojos a la luz de su presencia, y salir a dar las nuevas de que hemos visto al Señor. Un mundo que yace en tinieblas necesita la seguridad que proporciona ese mensaje.
Tengamos confianza, él está cercano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para cuestiones particulares que requieran respuesta, por favor envíame un mail a willygrossklaus@gmail.com