domingo, 11 de julio de 2010

FRENANDO LA CAUSA DE DIOS

"Entonces levantándose en el concilio un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, venerado de todo el pueblo, mandó que sacasen fuera por un momento a los apóstoles, y luego dijo: Varones israelitas, mirad por vosotros lo que vais a hacer respecto a estos hombres... Y ahora os digo: Apartaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; mas si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios". Hechos 5:34,35; 38,39
A veces hay entre el pueblo de Dios personas muy difíciles de tratar. Su manera de proceder nos irrita o nos desconcierta. Esto se debe, en la mayoría de los casos, que tanto ellos como nosotros no estamos actuando como cristianos, o a que quizás no hemos crecido en la gracia lo suficiente para ser comprensivos y amantes con nuestros hermanos que difieren de nosotros. 
Otras veces, sin embargo, el problema proviene de elementos negativos que el diablo introduce para causar confusión en la iglesia. Necesitamos saber como proceder con estos falsos hermanos, que detienen sea por acción o por influencia el avance del evangelio.
La experiencia del profeta Daniel, registrada en el capítulo 10 de su libro, nos puede ayudar a encontrar algunas pautas para resolver estos conflictos entre el pueblo de Dios.
En sus años de vejez, veía que el regreso de los israelitas a Palestina permitido por Ciro enfrentaba grandes dificultades y oposición, al punto que no había perspectivas de que tanto la ciudad como el templo pudieran reedificarse de acuerdo a la profecía (ver caps. 8 y 9).
"En el año tercero de Ciro rey de Persia fue revelada palabra a Daniel, y la palabra era verdadera, y el conflicto grande; pero él comprendió la palabra, y tuvo inteligencia en la visión. En aquellos días yo Daniel estuve afligido por espacio de tres semanas... Y el día veinticuatro del mes primero estaba yo a la orilla del gran río Hidekel... Entonces me dijo: Daniel, no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido. Mas el príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme, y quedé allí con los reyes de Persia. He venido para hacerte saber lo que ha de venir a tu pueblo en los postreros días; porque la visión es para esos días". Daniel 10:1-4; 12-14
Daniel vio que el "conflicto era grande". La lucha no se resolvería fácilmente porque el demonio no suelta sus presas sin luchar. Desde el principio de la rebelión Satanás, como pretendido príncipe de este mundo, se enfrentó a Jesús representado aquí bajo el nombre "Miguel" el "príncipe" que está a nuestro favor.
Esta identificación es controvertida, pero tanto el nombre mismo, que significa "quién es como Dios" y las prerrogativas que ejerce, manifiestan un carácter divino. Este discutido nombre simbólico no implica que Jesús fuera un ángel, sinó que es otro de los tantos nombres que recibe nuestro Salvador en el Antiguo Testamento.
En el milenario conflicto por la verdad, el carácter de Dios y la ley que expresa su voluntad fueron cuestionadas constantemente por Satanás y sus agentes. El punto focal es si se puede vivir en obediencia a sus mandamientos (Apoc. 14:12); y es en las mentes de los hombres donde se libra esta batalla.
Tanto Dios como su adversario intentan controlar a individuos y naciones en favor del bien o del mal. Cada uno de ellos usa a los seres humanos para cumplir sus fines, aunque con marcadas diferencias.
El Señor utiliza a quienes le ceden su voluntad libremente, en cambio el Diablo fuerza la sumisión humana con toda obra de maldad. Cristo convence a través del amor y la persuasión; el Maligno doblega usando la fuerza y mediante vicios que anulan la voluntad y arruinan el carácter. Finalmente, Dios trae a la comunión de la iglesia a quienes han de ser salvos para completar la obra de la redención; en tanto que Satanás introduce en ella elementos no convertidos para estorbar sus planes, causar discordia y desacreditar al pueblo de Dios.
Aunque la Divinidad logrará imponer finalmente sus planes, no lo hará forzando el libre albedrío de sus hijos o de sus opositores. La parte que nos toca es colaborar con sus propósitos de misericordia. 
En Daniel 10, las huestes celestiales entran en controversia con los poderes de las tinieblas para influir sobre la voluntad del rey de Persia. El motivo del conflicto era el cumplimiento de las profecías con respecto a los judíos en su retorno del cautiverio. La resolución de las dificultades que estaban experimentando los que habían vuelto a Jerusalén dependían de la voluntad de un rey pagano.
Daniel, sin saberlo, participa también del conflicto con las armas que nos fueron dadas: un sincero interés por la causa de Dios que lleva a la oración, el ayuno y la humilde búsqueda del favor divino.
Es muy notable aquí, que lo que inclinó la balanza a favor del pueblo de Dios no fue solo el ministerio de los ángeles, sinó la oración humilde y ferviente del profeta. No hubo un encuentro personal entre Daniel y el rey persa, pero su oración llegaba hasta el trono celestial, a la vez que influía sobre un trono terrenal.
Su intercesión movió tanto el poder divino como la mente del soberano persa hacia una decisión favorable.
Este es un misterio insondable, que se expresa en las palabras de la Escritura: "Entonces me dijo: Daniel, no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido". Daniel 10:12
¡A causa de tus palabras!... La súplica fervorosa sin duda tiene un enorme poder.
A la vez, ¡qué papel maravilloso podemos representar en la lucha de los siglos! Hasta el más humilde hijo de Dios puede mover el brazo divino con la incontenible potencia de una oración. Es nuestro privilegio hacerlo y el Señor honra la fe de sus siervos interviniendo poderosamente.
Al enfrentarnos con la oposición de los enemigos de la iglesia, usemos las mismas armas, tengamos la misma actitud que Daniel. No luchemos con las que Satanás utiliza, que son la crítica, el chisme, los agravios, la agresión, la persecución o la ira (por más "santa" que parezca) o cosas como estas. No están luchando contra nosotros, sinó contra Dios mismo.
Como el anciano profeta, volvámonos con toda humildad y fervor al poderoso Salvador en busca de auxilio, que siempre nos otorgará la victoria contra los enemigos de su causa. No se han forjado aún las armas que puedan derrotar a nuestro Capitán.
Colaboremos humildemente con los propósitos del Señor buscándole en oración y ayuno.
Él vencerá. 

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