"Salva, oh Jehová, porque se acabaron los piadosos; Porque han desaparecido los fieles de entre los hijos de los hombres". Salmos 12:1
¡Yo clamaba por esto...!
Esto decía una vecina, muy amiga de usar expresiones bíblicas en la vida diaria, lo que hace muy pintoresco su hablar. No estaría mal en verdad, si no fuera que vivimos en una zona en que se habla un singular castellano (¿o argentino?) con tintes de guaraní.
Por aquí ya no se usa en forma corriente la palabra clamor, que tiene un significado de pedir, llamar, quejarse o solicitar algo de modo imperioso.
En la Escritura aparece muchas veces y con variados matices esta expresión, pero quiero enfocarme en el clamor por la salvación.
Cuando el pecado hace sentir todo su rigor, cuando el desastre, la aflicción o la maldad nos acechan, suplicamos por ayuda. A veces solamente queremos librarnos de un problema inmediato, pero en el fondo, todos deseamos que nuestros males tengan una solución definitiva. Multitudes acuden a sus líderes políticos, civiles o religiosos para que den respuesta a sus clamores. Sin embargo, buscar respuestas en el hombre nos acarreará únicamente chascos e insatisfacción. Es que el ser humano no está capacitado para solucionar sus propios males de fondo (el sufrimiento, la enfermedad, la muerte, etc.).
En la hambruna que siguió al sitio de Samaria por los sirios en tiempos de Eliseo, el impío rey respondió así al clamor de una mujer desesperada: "Y él dijo: Si no te salva Jehová, ¿de dónde te puedo salvar yo? ¿Del granero, o del lagar?" 2 Reyes 6:27
No, en el hombre no hay salvación. La única salida está en Jesús.
La Biblia confirma que "en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos". (Hechos 4:12)
En la historia de Pedro caminando sobre las aguas hay lecciones valiosas que podemos considerar. "Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? Y cuando ellos subieron en la barca, se calmó el viento". Mateo 14:28-32
Los críticos de turno cargarán las tintas sobre el discípulo de "poca fe"; pero casi nadie piensa en los otros once que se quedaron en la relativa seguridad de lo conocido (el bote), antes que aventurarse a caminar sobre las aguas.
Lo cierto es que Pedro tuvo fe; escasa, pero fe al fin. Reclamó el poder del Salvador y buscó imitarlo, lo que no es poco. Necesitamos entre los creyentes más Pedros arrebatados y menos "sensatos" que no arriesgan.
Pero la historia continúa y el discípulo temerario no llegó a Jesús. Por el camino, dejó de fijar la vista en su Salvador y la terrible tormenta ocupó toda su atención. Como resultado, comenzó a hundirse y en su desesperación clamó: ¡Señor, sálvame!
Nuestro maravilloso Redentor jamás desoye este tipo de clamores, cuando surgen de un corazón deseoso de su ayuda y de su presencia. Para nuestra felicidad, Él no nos niega su ayuda en nuestras flaquezas y dificultades, aún cuando fueren resultado de nuestra poca fe o falta de ella.
Pedro obtuvo el auxilio que solicitaba de inmediato, pues Jesús se goza en tender su mano al suplicante, librarle del mal y calmar los vientos tormentosos que envuelven su alma.
Podemos estar seguros que atenderá nuestro clamor.
Digamos con el salmista: "Mas yo a Jehová miraré, esperaré al Dios de mi salvación; el Dios mío me oirá". Miqueas 7:7
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