sábado, 28 de noviembre de 2009

BUSCANDO A DIOS DE CORAZÓN

Desde el triste momento en que Adán pecó, Dios manifestó un interés insaciable por rescatar a cada uno de nosotros, sus extraviados hijos. "El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente". Santiago 4:5
Desea angustiosamente (¿cómo explicar los sentimientos de Dios?), reunirnos nuevamente con el resto de su creación y con él mismo. Para lograr atraernos hacia sí, puso en lo más íntimo de cada corazón humano una sensación de hambre de lo divino y trascendente que jamás podrá ser llenada con ningún atractivo que el mundo pueda ofrecer.
Ni el poder, el sexo, el dinero o la aprobación popular sacian de verdad (cosas que la mayoría busca). No existen bienes materiales, afectos humanos o placeres de la carne que nos puedan dar más que algunos momentos de dudosa y fugaz felicidad. Luego volvemos a quedar tan vacíos como antes.
Después de siglos de alienación de Dios, esa sensación se agudizó al punto en que el hambre por él es desesperante. Paradójicamente, la mayoría de los hambrientos no lo sabe y sigue intentando saciar su hambre y sed de su presencia con pura vanidad, como dijo el sabio Salomón.
Vivimos en una época de acentuado frenesí, corriendo para llegar a
ninguna parte, llenando nuestra agenda con prisas auto impuestas y
sobrecargándonos con exigencias cada vez mayores. El asunto es no detenerse jamás.
Hay que aprovechar esa oportunidad de negocios, hay que hacer ese viaje, hay que ver esa película o asistir a esa fiesta...
Corremos y corremos para buscar satisfacción y cuando alcanzamos nuestros objetivos, caemos en la cuenta de que lo que tanto anhelábamos no nos llena y que todavía hay algo mejor que alcanzar. Lo que logramos acumular lo cargamos en cisternas rotas que no retienen agua.
Solo una cosa y ninguna otra puede llenar de verdad la hondura del espantoso vacío interior: nuestro maravilloso Salvador.
"Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás". Juan 6:35.
Encontrarse con Jesús es al mismo tiempo el clímax y el comienzo de la vida cristiana, la vida verdadera y abundante. Hallamos la fuente que sacia por completo, pero volvemos diariamente a beber de ella, deseando más cada día.
Pero es bueno advertir que en la búsqueda de Dios hay varios niveles y varios resultados, determinados todos por la motivación del buscador.
  • Cuando buscamos por primera vez a Dios con sinceridad y arrepentimiento por nuestros pecados, nunca nos dejará volver vacíos, puesto que es el Espíritu mismo quien alienta este deseo. "Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; Y salva a los contritos de espíritu". Salmos 34:18
  • Cuando buscamos a Dios después de un período de negligencia en nuestra vida espiritual, encontrarlo nos llevará algún tiempo y una buena dosis de angustia, como les pasó a María y José cuando perdieron de vista a Jesús en Jerusalén. (ver Lucas 2:41-48)
  • Cuando la búsqueda se hace con insinceridad de corazón, buscando ser librados de nuestros problemas, pero sin verdadero arrepentimiento, no lo encontraremos. "Entonces me llamarán, y no responderé; Me buscarán de mañana, y no me hallarán". Proverbios 1:28
¿Deseamos de veras encontrar al Señor?
Hagamos nuestra la declaración del salmista: "¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti?  Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre. Porque he aquí, los que se alejan de ti perecerán; tú destruirás a todo aquel que de ti se aparta. Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien; he puesto en Jehová el Señor mi esperanza, para contar todas tus obras". Salmos 73:25-28

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