sábado, 7 de noviembre de 2009

EL DESCONOCIDO

¿Conocemos a Jesús de veras?...
En las últimas décadas se viene haciendo un fuerte énfasis sobre la necesidad de conocer a Jesús en forma personal; no como una serie abstracta de creencias religiosas, sino como una relación viva con Cristo; en tener una experiencia con el Salvador por sobre el conocimiento de la doctrina; lo cual  creo que ha sido en parte muy saludable.
Se realizó al mismo tiempo tal agudo contraste entre dicha religión "experimental" y la religión "formal" que hacía hincapié en el conocimiento doctrinal, que ésta última pasó a representar lo negativo; puro fariseísmo. Los que hablaron pues de la obediencia a las normas, automáticamente fueron categorizados como desdichados legalistas que "no conocen a Jesús".
No obstante, como todo lo que hacemos los pendulares seres humanos, la "relación personal" con Dios puede convertirse en nada más que una buena intención, en un mero slogan, si consiste únicamente en declaraciones desprovistas de médula.
Está siempre presente también el riesgo de la presunción, de pensar que gozamos del favor divino mientras desdeñamos la obediencia a sus mandamientos, como en el caso de Coré que afirmó del pueblo en rebeldía: "!Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está Jehová" (Números 16:3)
¿Conocemos a Jesús de veras?...
Vale revisar ahora la experiencia del pueblo elegido por Dios, el Israel de los días de Cristo, para sacar algunas lecciones. La Escritura muestra repetidamente cual fue su "relación" con Jesús.
"A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron". Juan 1:11
"Juan les respondió diciendo: Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis". Juan 1:26
"Ellos le dijeron: ¿Dónde está tu Padre? Respondió Jesús: Ni a mí me conocéis, ni a mi Padre; si a mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais". Juan 8:19 (cf. 14:7)
"Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?" Juan 14:9
La gente de su tiempo, la que conocía las Escrituras, la que lo tuvo caminando con ellos y vio desplegarse su poder y gloria, su amor y compasión, los que vieron fulgurar lo divino en su carácter y fueron testigos de sus milagros y sus sublimes enseñanzas, no le conocieron.
¿Cómo podemos nosotros entonces afirmar con tanta liviandad que "conocemos a Jesús"?
No estoy hablando de agnosticismo. No digo que sea imposible conocer al Señor, sino de que no es apenas cuestión de decirlo.
La pregunta entonces es: ¿de qué manera podemos tener con el Señor una relación viva que transforme nuestras vidas?
El ABC del relacionamiento se encuentra por supuesto en la fe, la oración, la meditación y un sincero estudio de las Escrituras.
Cuando las personas comienzan a estudiar la Biblia, siempre reciben con gozo las nuevas del amor de Jesús, de su interés por nosotros, de sus promesas y de la garantía de la vida eterna para el creyente. Se entusiasman con la tierra nueva y con el fin del dolor y el sufrimiento. Les agrada la promesa del Espíritu Santo morando en sus vidas... Es que el cristianismo es después de todo una religión feliz.
Pero... al llegar al punto del compromiso, al considerar el costo del evangelio y sus requerimientos de obediencia a los mandamientos, sacrificio, abnegación y duro trabajo, retroceden con duda, temor y desconfianza.
Santiago y Juan pidieron a Jesús que les diera lugares de privilegio en su reino y el Señor les contestó: "No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Ellos dijeron: Podemos. Jesús les dijo: A la verdad, del vaso que yo bebo, beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados" Marcos 10:38,39
No se daban cuenta que los padecimientos y la muerte del yo que les esperaban constituirían el más alto honor y la más elevada forma de comunión con Cristo.
Todos queremos los privilegios del evangelio; nos pertenecen, pues Cristo los compró para nosotros.
Pero éstos no representan nada sin la profunda y verdadera comunión con el Salvador que se encuentra en seguirle más allá del ámbito seguro de nuestro yo. Las pruebas, el arduo trabajo, el sufrimiento y estar dispuestos aún a morir por él, son los medios por el cual el Señor nos enseña a ser dependientes y confirma que le conocemos, tal como dijo Pablo:
"
Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte
". Filipenses 3:8-10
¿Estoy dispuesto yo a llegar a ser semejante a él en sus padecimientos y en su muerte?
Todo aquel que quiere llegar a ser parte de la iglesia de Dios, la cual es su cuerpo, debería hacerse esta pregunta.
Su promesa a los vencedores es "se fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida" Apocalipsis 2:10

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