Siguiendo con el estudio de los tres últimos capítulos del libro de Jueces, se encuentra una serie de sucesos intrigantes (pero de mucho valor espiritual) en la guerra entre los israelitas y la tribu de Benjamín.
El "pueblo elegido" se muestra en este libro muy lejos del ideal de Dios, por lo que debemos mirar los pasajes siguientes en su debido contexto. Historias sórdidas, matanzas innecesarias y reacciones emocionales, manchan el registro de los hechos del Señor, con la torpeza y falta de consagración de su pueblo dividido y extraviado, al punto de que "cada uno hacía lo que le parecía mejor" (ver Jueces 21:25 NVI).
En los hechos que veremos, hasta nos puede llamar a confusión que Dios parezca estar aprobando las acciones fratricidas de su pueblo o dándoles indicaciones que lo llevan a ser derrotado. Nuestro Señor es un Dios de amor, no lo olvidemos, pero Él trabaja con lo que tiene (nosotros los humanos) y en este caso sus hijos fallaban terriblemente. Lo que se demuestra aquí es que El no es responsable por nuestros errores. Sin embargo, por horribles que nos parezcan estas historias, están allí para que saquemos de ellas lecciones provechosas para nuestra vida espiritual. Su amoroso propósito redentor subyace en toda la historia de su trato con los hombres y nada de lo que nos sucede está fuera de su control.
Luego del incidente del levita y su concubina de Jueces 19 (ver entradas anteriores), en un acto de venganza, los israelitas se pusieron en pie de guerra contra Benjamín, contando con una clara superioridad numérica, 400.000 contra 26.700.
Parecía que la lucha se resolvería rápidamente a favor de la mayoría, pero el relato dice: "Luego se levantaron los hijos de Israel, y subieron a la casa de Dios y consultaron a Dios, diciendo: ¿Quién subirá de nosotros el primero en la guerra contra los hijos de Benjamín? Y Jehová respondió: Judá será el primero. Se levantaron, pues, los hijos de Israel por la mañana, contra Gabaa. Y salieron los hijos de Israel a combatir contra Benjamín, y los varones de Israel ordenaron la batalla contra ellos junto a Gabaa. Saliendo entonces de Gabaa los hijos de Benjamín, derribaron por tierra aquel día veintidós mil hombres de los hijos de Israel". Jueces 20:18-21
¿Por qué los que habían consultado al Señor fueron derrotados? ¿Acaso pedir la dirección de Dios no nos garantiza la victoria?
Este es un problema similar al planteado cuando Israel le pidió a Samuel que les nombrara un rey. No era ese el plan de Dios y así se lo hizo saber al profeta; pero su pueblo estaba empecinado en su pedido y finalmente lo permitió para que aprendieran de sus propios errores.
También sucede que en nuestra soberbia tendemos a dar por sentado lo que Dios debería o no debería hacer, como si estuviera sujeto a nuestra voluntad antes que nosotros a la suya. Esta es una visión que empequeñece a la Divinidad y como resultado de nuestra incredulidad se frena su poderoso brazo.
Pero allí no termina la historia: "Mas reanimándose el pueblo, los varones de Israel volvieron a ordenar la batalla en el mismo lugar donde la habían ordenado el primer día. Porque los hijos de Israel subieron y lloraron delante de Jehová hasta la noche, y consultaron a Jehová, diciendo: ¿Volveremos a pelear con los hijos de Benjamín nuestros hermanos? Y Jehová les respondió: Subid contra ellos. Por lo cual se acercaron los hijos de Israel contra los hijos de Benjamín el segundo día. Y aquel segundo día, saliendo Benjamín de Gabaa contra ellos, derribaron por tierra otros dieciocho mil hombres de los hijos de Israel, todos los cuales sacaban espada". Jueces 20:22-25
Llorando por haber sido vencidos, piden otra vez la dirección divina. En esta segunda ocasión, ya no se envía a pelear a una sola tribu, sino que por indicación de Dios suben todas. El resultado, no obstante, no cambia. La cifra de muertos en sus filas ya alcanza a unos 40.000 hombres.
Aunque los israelitas consultaron en dos oportunidades al Señor, lo hicieron evidentemente con la confianza puesta en su propias fuerzas. No buscaban realmente conocer su voluntad, más bien pedían que Dios aprobara sus planes.
Después de sufrir esta segunda derrota, el ánimo de todos había cambiado. Estaban humillados y desanimados; listos ahora para ser conducidos por el verdadero Jefe del ejército de Israel.
"Entonces subieron todos los hijos de Israel, y todo el pueblo, y vinieron a la casa de Dios; y lloraron, y se sentaron allí en presencia de Jehová, y ayunaron aquel día hasta la noche; y ofrecieron holocaustos y ofrendas de paz delante de Jehová. Y los hijos de Israel preguntaron a Jehová ... y dijeron: ¿Volveremos aún a salir contra los hijos de Benjamín nuestros hermanos, para pelear, o desistiremos? Y Jehová dijo: Subid, porque mañana yo os los entregaré". Jueces 20:26-28
Parece ser que corresponde a la naturaleza humana caída aprender mejor de los fracasos que de los éxitos.
Las derrotas, aunque dolorosas fueron necesarias para que recordaran su dependencia y adoptaran la debida actitud ante el Señor. (Bien que pronto la olvidaron).
Recién entonces cumplieron las condiciones para que su lucha tuviera éxito, yendo ante Su presencia con humildad, ayunando y presentando ofrendas de paz. Llorando, no ya de frustración por la derrota, sino como señal de verdadero y profundo arrepentimiento.
La confianza propia había desaparecido para dar lugar a la mansa aceptación de que, sin el poder divino, las fuerzas humanas siempre saldrán derrotadas en la lucha contra el mal.
En la última oración de este texto se encuentra la mayor y más importante lección que el remanente de aquellos días y también el de hoy debe aprender. "Yo os los entregaré"...la victoria es obra de Dios, nunca es nuestra.
En toda actividad espiritual se halla siempre latente el peligro de solicitar la dirección de Dios apenas como una excusa, como para que apruebe nuestros planes y así seguir luego nuestras propias inclinaciones. Sus frutos tendrán siempre el sabor amargo del fracaso.
No siempre son los mejores planes los que triunfan, ni debemos confiar desmedidamente en la capacidad de nuestros líderes o en la abundancia de nuestros medios y recursos. Mucho menos podemos confiar con presunción en que "somos el verdadero pueblo del Señor"
No, definitivamente nada de eso sirve si lo olvidamos, si su presencia no comanda nuestras filas. No olvidemos que "el caballo se alista para el día de la batalla; Mas Jehová es el que da la victoria". Proverbios 21:31
El "pueblo elegido" se muestra en este libro muy lejos del ideal de Dios, por lo que debemos mirar los pasajes siguientes en su debido contexto. Historias sórdidas, matanzas innecesarias y reacciones emocionales, manchan el registro de los hechos del Señor, con la torpeza y falta de consagración de su pueblo dividido y extraviado, al punto de que "cada uno hacía lo que le parecía mejor" (ver Jueces 21:25 NVI).
En los hechos que veremos, hasta nos puede llamar a confusión que Dios parezca estar aprobando las acciones fratricidas de su pueblo o dándoles indicaciones que lo llevan a ser derrotado. Nuestro Señor es un Dios de amor, no lo olvidemos, pero Él trabaja con lo que tiene (nosotros los humanos) y en este caso sus hijos fallaban terriblemente. Lo que se demuestra aquí es que El no es responsable por nuestros errores. Sin embargo, por horribles que nos parezcan estas historias, están allí para que saquemos de ellas lecciones provechosas para nuestra vida espiritual. Su amoroso propósito redentor subyace en toda la historia de su trato con los hombres y nada de lo que nos sucede está fuera de su control.
Luego del incidente del levita y su concubina de Jueces 19 (ver entradas anteriores), en un acto de venganza, los israelitas se pusieron en pie de guerra contra Benjamín, contando con una clara superioridad numérica, 400.000 contra 26.700.
Parecía que la lucha se resolvería rápidamente a favor de la mayoría, pero el relato dice: "Luego se levantaron los hijos de Israel, y subieron a la casa de Dios y consultaron a Dios, diciendo: ¿Quién subirá de nosotros el primero en la guerra contra los hijos de Benjamín? Y Jehová respondió: Judá será el primero. Se levantaron, pues, los hijos de Israel por la mañana, contra Gabaa. Y salieron los hijos de Israel a combatir contra Benjamín, y los varones de Israel ordenaron la batalla contra ellos junto a Gabaa. Saliendo entonces de Gabaa los hijos de Benjamín, derribaron por tierra aquel día veintidós mil hombres de los hijos de Israel". Jueces 20:18-21
¿Por qué los que habían consultado al Señor fueron derrotados? ¿Acaso pedir la dirección de Dios no nos garantiza la victoria?
Este es un problema similar al planteado cuando Israel le pidió a Samuel que les nombrara un rey. No era ese el plan de Dios y así se lo hizo saber al profeta; pero su pueblo estaba empecinado en su pedido y finalmente lo permitió para que aprendieran de sus propios errores.
También sucede que en nuestra soberbia tendemos a dar por sentado lo que Dios debería o no debería hacer, como si estuviera sujeto a nuestra voluntad antes que nosotros a la suya. Esta es una visión que empequeñece a la Divinidad y como resultado de nuestra incredulidad se frena su poderoso brazo.
Pero allí no termina la historia: "Mas reanimándose el pueblo, los varones de Israel volvieron a ordenar la batalla en el mismo lugar donde la habían ordenado el primer día. Porque los hijos de Israel subieron y lloraron delante de Jehová hasta la noche, y consultaron a Jehová, diciendo: ¿Volveremos a pelear con los hijos de Benjamín nuestros hermanos? Y Jehová les respondió: Subid contra ellos. Por lo cual se acercaron los hijos de Israel contra los hijos de Benjamín el segundo día. Y aquel segundo día, saliendo Benjamín de Gabaa contra ellos, derribaron por tierra otros dieciocho mil hombres de los hijos de Israel, todos los cuales sacaban espada". Jueces 20:22-25
Llorando por haber sido vencidos, piden otra vez la dirección divina. En esta segunda ocasión, ya no se envía a pelear a una sola tribu, sino que por indicación de Dios suben todas. El resultado, no obstante, no cambia. La cifra de muertos en sus filas ya alcanza a unos 40.000 hombres.
Aunque los israelitas consultaron en dos oportunidades al Señor, lo hicieron evidentemente con la confianza puesta en su propias fuerzas. No buscaban realmente conocer su voluntad, más bien pedían que Dios aprobara sus planes.
Después de sufrir esta segunda derrota, el ánimo de todos había cambiado. Estaban humillados y desanimados; listos ahora para ser conducidos por el verdadero Jefe del ejército de Israel.
"Entonces subieron todos los hijos de Israel, y todo el pueblo, y vinieron a la casa de Dios; y lloraron, y se sentaron allí en presencia de Jehová, y ayunaron aquel día hasta la noche; y ofrecieron holocaustos y ofrendas de paz delante de Jehová. Y los hijos de Israel preguntaron a Jehová ... y dijeron: ¿Volveremos aún a salir contra los hijos de Benjamín nuestros hermanos, para pelear, o desistiremos? Y Jehová dijo: Subid, porque mañana yo os los entregaré". Jueces 20:26-28
Parece ser que corresponde a la naturaleza humana caída aprender mejor de los fracasos que de los éxitos.
Las derrotas, aunque dolorosas fueron necesarias para que recordaran su dependencia y adoptaran la debida actitud ante el Señor. (Bien que pronto la olvidaron).
Recién entonces cumplieron las condiciones para que su lucha tuviera éxito, yendo ante Su presencia con humildad, ayunando y presentando ofrendas de paz. Llorando, no ya de frustración por la derrota, sino como señal de verdadero y profundo arrepentimiento.
La confianza propia había desaparecido para dar lugar a la mansa aceptación de que, sin el poder divino, las fuerzas humanas siempre saldrán derrotadas en la lucha contra el mal.
En la última oración de este texto se encuentra la mayor y más importante lección que el remanente de aquellos días y también el de hoy debe aprender. "Yo os los entregaré"...la victoria es obra de Dios, nunca es nuestra.
En toda actividad espiritual se halla siempre latente el peligro de solicitar la dirección de Dios apenas como una excusa, como para que apruebe nuestros planes y así seguir luego nuestras propias inclinaciones. Sus frutos tendrán siempre el sabor amargo del fracaso.
No siempre son los mejores planes los que triunfan, ni debemos confiar desmedidamente en la capacidad de nuestros líderes o en la abundancia de nuestros medios y recursos. Mucho menos podemos confiar con presunción en que "somos el verdadero pueblo del Señor"
No, definitivamente nada de eso sirve si lo olvidamos, si su presencia no comanda nuestras filas. No olvidemos que "el caballo se alista para el día de la batalla; Mas Jehová es el que da la victoria". Proverbios 21:31
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