Quizá para algunos sea solamente un lamentable dato estadístico en el cargado obituario de la humanidad.
Pero la suya fue una vida singular.
No se lo recordará en esta tierra como un gran conquistador o un iluminado estadista, o un ganador de almas para el reino de Dios. No fue un misionero enviado a tierras lejanas, un gran predicador ni un erudito en la Palabra de Dios.
Nada de esto. Fue un probador de corazones.
A poco de haber nacido, un accidente cerebral lo confinó a vivir como un parapléjico, postrado en una silla de ruedas. En sus 44 años de vida, jamás caminó ni pudo manejar su cuerpo a voluntad (aunque hablaba con mucho esfuerzo). Sin embargo, con la perseverante ayuda de sus padres y luego de Marcelo, tras innumerables sesiones de fisioterapia e incesante cuidado, pudo terminar la escuela primaria.
Poseía una memoria prodigiosa, y un interés especial por conocer todo. Entregó su vida a Cristo en su juventud y fue creyente hasta el final de sus días (El enfermero que lo cuidaba al fallecer sus padres me contó asombrado de su fiel testimonio y su conocimiento íntimo de la Biblia).
Tenía además un fino sentido del humor y reía con frecuencia a pesar de las continuas tragedias que lo alcanzaron a él y a los suyos.
No se si merezco el honor de poder llamarme su amigo, pero llegué a apreciar mucho a Ariel y a su querida familia.
¿Por qué permitió Dios que sufriera tanto? ¿Qué sentido tiene una vida así?
Dios no se equivoca, y ningún ser humano nace por casualidad o por error. Todos nosotros estamos aquí para un propósito especial. En el vasto y doliente mar de la humanidad, seguramente su invalidez no carecía de objetivo.
Creo firmemente, aunque parezca difícil de entender, que Ariel tuvo que pasar por esta condición, no para sí, sino en nuestro beneficio.
El Señor pone a las personas como Ariel entre nosotros con un propósito especial, como dice la cita que sigue:
"Dios se propone que los enfermos, los desventurados, aquellos que están poseídos por malos espíritus, oigan su voz a través de nosotros. Por medio de sus agentes humanos, él desea ser un consolador, tal como el mundo jamás ha visto antes. Sus palabras deben ser dichas por sus seguidores: "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí".
El Señor obrará por medio de cada alma que se entregue a sí misma para trabajar, no solamente para predicar, sino para asistir a los desconsolados e inspirar esperanza en los corazones que no la tienen. Estamos para hacer nuestra parte en aliviar y suavizar las miserias de esta vida... Hay necesitados cerca de nosotros; los dolientes están en nuestros propios lindes. Debemos tratar de ayudarlos. Con la gracia de Cristo, las fuentes selladas de la obra ferviente, semejante a la de Cristo, han de ser abiertas. En la fortaleza de Aquel que tiene toda la fortaleza, hemos de trabajar como jamás hemos trabajado antes" (Manuscrito 65b, 1898).
En la parábola del juicio de las naciones, la identidad de los siervos de Dios no se basa en lo que creen, ni en lo que predican, y absolutamente no en cuan buenos son; lo que los califica es su servicio al desventurado, al doliente y al desfavorecido.
"Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis". Mateo 25:37-40
El sufrimiento ajeno, si bien es causado por Satanás, el Señor lo utiliza provechosamente para probar los corazones de sus profesos seguidores. Nuestra respuesta de amor hacia los que sufren determina cuan bien reflejamos el carácter de nuestro Salvador. ¿Cómo actuaba Jesús ante ellos?
"Cristo identifica su interés con el de la doliente humanidad... No nos ha dejado en tinieblas respecto a nuestro deber... declara que el trato dado al más pequeño de sus hermanos es alabado o condenado como si hubiera sido hecho a él mismo. Dice: "A mí lo hicisteis" o "ni a mí lo hicisteis"...Tal es la compasión de Cristo que nunca se permite a sí mismo ser un espectador indiferente de cualquier sufrimiento ocasionado a sus hijos. Ni la más leve herida puede ser hecha de palabra, intención o hecho que no toque el corazón de Aquel que dio su vida por la humanidad caída. Recordemos que Cristo es el gran corazón del cual fluye la sangre de vida hacia cada órgano del cuerpo. El es la cabeza, desde la cual se extiende cada nervio hacia el más diminuto y más remoto miembro del cuerpo. Cuando sufre un miembro de este cuerpo, con el cual Cristo está tan misteriosamente conectado, la vibración del dolor es sentida por nuestro Salvador". Ministerio de la Bondad pág. 26
El evangelio que ha de ser predicado a todo el mundo, tiene mayor poder transformador no cuando tenemos buenos predicadores, sino cuando la misericordia, la bondad y la compasión se encienden en sus hijos y se transmiten al dolorido mundo que los rodea.
Tenemos un deber casi olvidado a ese respecto. Como Jesús debemos preocuparnos por alcanzar primero las necesidades de la gente y especialmente las de nuestros hermanos creyentes menos favorecidos. Se nos pedirá especial cuenta de nuestra mayordomía en este sentido.
"¿Despertará la iglesia? ¿Sus miembros alcanzarán la simpatía de Cristo, de manera que tengan su misma compasión hacia las ovejas y corderos de su redil? Por ellos la Majestad del cielo se humilló a sí misma; por ellos, él vino a un mundo agostado y estropeado con la maldición; se esforzó día y noche para enseñar, para elevar y dar eterno gozo a los ingratos y desobedientes. Por ellos él se hizo pobre, para que por medio de su pobreza ellos fueran hechos ricos. Por ellos se negó a sí mismo; por ellos soportó la privación, el escarnio, el desprecio, el sufrimiento y la muerte. Por ellos él tomó la forma de un siervo. Este es nuestro modelo, ¿lo imitaremos? ¿Tendremos cuidado por la heredad de Dios? ¿Fomentaremos una tierna compasión por los que yerran, los tentados y los probados?" (Carta 45, 1894).
Aunque no pueda él escuchar ya mi voz ni enterarse de mis palabras, cuando los ojos de Ariel vuelvan a abrirse, ya en perfecta salud; cuando nos reunamos en la Tierra Nueva que gozaremos al venir nuestro Señor, quisiera estar allí para abrazarlo y poder contarle que su vida nos hizo a quienes lo conocimos, un poco más sensibles al dolor ajeno, mejores y más dedicados siervos de Dios.
Pero la suya fue una vida singular.
No se lo recordará en esta tierra como un gran conquistador o un iluminado estadista, o un ganador de almas para el reino de Dios. No fue un misionero enviado a tierras lejanas, un gran predicador ni un erudito en la Palabra de Dios.
Nada de esto. Fue un probador de corazones.
A poco de haber nacido, un accidente cerebral lo confinó a vivir como un parapléjico, postrado en una silla de ruedas. En sus 44 años de vida, jamás caminó ni pudo manejar su cuerpo a voluntad (aunque hablaba con mucho esfuerzo). Sin embargo, con la perseverante ayuda de sus padres y luego de Marcelo, tras innumerables sesiones de fisioterapia e incesante cuidado, pudo terminar la escuela primaria.
Poseía una memoria prodigiosa, y un interés especial por conocer todo. Entregó su vida a Cristo en su juventud y fue creyente hasta el final de sus días (El enfermero que lo cuidaba al fallecer sus padres me contó asombrado de su fiel testimonio y su conocimiento íntimo de la Biblia).
Tenía además un fino sentido del humor y reía con frecuencia a pesar de las continuas tragedias que lo alcanzaron a él y a los suyos.
No se si merezco el honor de poder llamarme su amigo, pero llegué a apreciar mucho a Ariel y a su querida familia.
¿Por qué permitió Dios que sufriera tanto? ¿Qué sentido tiene una vida así?
Dios no se equivoca, y ningún ser humano nace por casualidad o por error. Todos nosotros estamos aquí para un propósito especial. En el vasto y doliente mar de la humanidad, seguramente su invalidez no carecía de objetivo.
Creo firmemente, aunque parezca difícil de entender, que Ariel tuvo que pasar por esta condición, no para sí, sino en nuestro beneficio.
El Señor pone a las personas como Ariel entre nosotros con un propósito especial, como dice la cita que sigue:
"Dios se propone que los enfermos, los desventurados, aquellos que están poseídos por malos espíritus, oigan su voz a través de nosotros. Por medio de sus agentes humanos, él desea ser un consolador, tal como el mundo jamás ha visto antes. Sus palabras deben ser dichas por sus seguidores: "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí".
El Señor obrará por medio de cada alma que se entregue a sí misma para trabajar, no solamente para predicar, sino para asistir a los desconsolados e inspirar esperanza en los corazones que no la tienen. Estamos para hacer nuestra parte en aliviar y suavizar las miserias de esta vida... Hay necesitados cerca de nosotros; los dolientes están en nuestros propios lindes. Debemos tratar de ayudarlos. Con la gracia de Cristo, las fuentes selladas de la obra ferviente, semejante a la de Cristo, han de ser abiertas. En la fortaleza de Aquel que tiene toda la fortaleza, hemos de trabajar como jamás hemos trabajado antes" (Manuscrito 65b, 1898).
En la parábola del juicio de las naciones, la identidad de los siervos de Dios no se basa en lo que creen, ni en lo que predican, y absolutamente no en cuan buenos son; lo que los califica es su servicio al desventurado, al doliente y al desfavorecido.
"Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis". Mateo 25:37-40
El sufrimiento ajeno, si bien es causado por Satanás, el Señor lo utiliza provechosamente para probar los corazones de sus profesos seguidores. Nuestra respuesta de amor hacia los que sufren determina cuan bien reflejamos el carácter de nuestro Salvador. ¿Cómo actuaba Jesús ante ellos?
"Cristo identifica su interés con el de la doliente humanidad... No nos ha dejado en tinieblas respecto a nuestro deber... declara que el trato dado al más pequeño de sus hermanos es alabado o condenado como si hubiera sido hecho a él mismo. Dice: "A mí lo hicisteis" o "ni a mí lo hicisteis"...Tal es la compasión de Cristo que nunca se permite a sí mismo ser un espectador indiferente de cualquier sufrimiento ocasionado a sus hijos. Ni la más leve herida puede ser hecha de palabra, intención o hecho que no toque el corazón de Aquel que dio su vida por la humanidad caída. Recordemos que Cristo es el gran corazón del cual fluye la sangre de vida hacia cada órgano del cuerpo. El es la cabeza, desde la cual se extiende cada nervio hacia el más diminuto y más remoto miembro del cuerpo. Cuando sufre un miembro de este cuerpo, con el cual Cristo está tan misteriosamente conectado, la vibración del dolor es sentida por nuestro Salvador". Ministerio de la Bondad pág. 26
El evangelio que ha de ser predicado a todo el mundo, tiene mayor poder transformador no cuando tenemos buenos predicadores, sino cuando la misericordia, la bondad y la compasión se encienden en sus hijos y se transmiten al dolorido mundo que los rodea.
Tenemos un deber casi olvidado a ese respecto. Como Jesús debemos preocuparnos por alcanzar primero las necesidades de la gente y especialmente las de nuestros hermanos creyentes menos favorecidos. Se nos pedirá especial cuenta de nuestra mayordomía en este sentido.
"¿Despertará la iglesia? ¿Sus miembros alcanzarán la simpatía de Cristo, de manera que tengan su misma compasión hacia las ovejas y corderos de su redil? Por ellos la Majestad del cielo se humilló a sí misma; por ellos, él vino a un mundo agostado y estropeado con la maldición; se esforzó día y noche para enseñar, para elevar y dar eterno gozo a los ingratos y desobedientes. Por ellos él se hizo pobre, para que por medio de su pobreza ellos fueran hechos ricos. Por ellos se negó a sí mismo; por ellos soportó la privación, el escarnio, el desprecio, el sufrimiento y la muerte. Por ellos él tomó la forma de un siervo. Este es nuestro modelo, ¿lo imitaremos? ¿Tendremos cuidado por la heredad de Dios? ¿Fomentaremos una tierna compasión por los que yerran, los tentados y los probados?" (Carta 45, 1894).
Aunque no pueda él escuchar ya mi voz ni enterarse de mis palabras, cuando los ojos de Ariel vuelvan a abrirse, ya en perfecta salud; cuando nos reunamos en la Tierra Nueva que gozaremos al venir nuestro Señor, quisiera estar allí para abrazarlo y poder contarle que su vida nos hizo a quienes lo conocimos, un poco más sensibles al dolor ajeno, mejores y más dedicados siervos de Dios.
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